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Luis de la Calle y Luis Rubio |
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La clase media es la esencia del desarrollo y confiere estabilidad política a una nación. Aun tomando en cuenta la contracción económica reciente, que detuvo el progreso temporalmente, México ha experimentado un avance tangible en el fortalecimiento de la clase media.
Si bien no hay un entendimiento único sobre qué constituye, no hay duda alguna que una parte muy significativa de la población se siente de clase media y quiere proteger esa condición que tanto esfuerzo le costó alcanzar. Este hecho, el de tener un sentido de propiedad, pertenencia y derecho a preservarlo, fue sin duda un factor definitorio de la elección presidencial de 2006 y seguirá jugando como factor determinante en futuras elecciones.
El concepto de clase media es difícil de acotar, pero eso no quiere decir que no exista o que no entrañe implicaciones políticas, económicas y sociales. Quizás por la dificultad para llegar a una definición unívoca, los encuestadores clasifican a una persona como miembro de la clase media con base a su sentido de pertenencia, sus actitudes y su visión de la vida.
Existen diversos indicadores que son evidencia de la transformación que experimenta México hacia una sociedad de clase media mayoritaria: el tráfico en las ciudades y las colas en los peajes son, quizás, los más evidentes, pero muchos y diversos otros también lo demuestran: el tipo de empleo, la venta de casas habitación, la escolaridad de los hijos, la proporción de mujeres en la fuerza laboral, la calidad de la vivienda, la compra de seguros sobre eventos futuros e inciertos, el tipo de hospitales, las salas de cine, el turismo, las universidades, etcétera.
Ciertamente, el crecimiento de la clase media no niega el problema social del país ni la pobreza o marginalidad que caracteriza a un gran número de mexicanos, pero sí evidencia un cambio profundo en la dirección deseable: hacia un nivel más alto de desarrollo. Cambio que ocurre a pesar de lo que piensan muchos políticos y analistas y del inmovilismo político endémico. El crecimiento de la clase media es equivalente a la reducción de la pobreza para los segmentos de la población que la abandonan.
La gran pregunta para el futuro del país es cómo crear un marco que permita acelerar la transformación de la sociedad mexicana a fin de afianzar los logros de esa incipiente mayoría de clase media y no obstaculizar el proceso y, mejor aún, impulsarlo, para que un número cada vez mayor de familias que hoy se encuentran por debajo de esa definición se sumen a ella. En el contexto de la severa crisis económica, la pregunta es también cómo evitar que se revierta el progreso logrado, sin tomar medidas que, en un ánimo de evitar el ajuste, terminen descomponiendo el proceso secular de disminución de la pobreza.
El trabajo de los gobiernos en sus tres niveles debería abocarse al incremento en la productividad y a hacer asequibles los beneficios de la urbanización (aun en el ámbito rural). Las implicaciones son inconmensurables y tendrán, entre sus muchas consecuencias, el que los políticos y sus partidos cambien su manera de entender la vida pública y su forma de conducirse.
¿Qué es la clase media?
El concepto de clase media es difícil de establecer y complejo de asir, pero no por eso deja de ser menos real y, sobre todo, políticamente relevante. Desde una perspectiva marxista, que vincula la definición de clase social al proceso productivo (propietarios de medios de producción contra obreros), la noción de “clase media” es, en buena medida, repugnante. Aun así, prácticamente todas las sociedades modernas, y todas las desarrolladas, tienen una característica común propia de clase media: la mayoría de quienes la conforman tiene ingresos suficientes para poder vivir en el entorno urbano y quiere mejorar su posición de manera sistemática.
Aunque existen muchas definiciones de clase media, todas contemplan la búsqueda de la educación como un medio de superación y movilidad social; empleo esencialmente en el sector servicios; un interés por la cultura, el cine y otras manifestaciones artísticas como entretenimiento; la propiedad o alquiler de una casa o apartamento como base de su desarrollo familiar; la construcción de un segundo piso; la posesión de un automóvil u otro tipo de satisfactores materiales. Lo mismo es cierto de la televisión, internet y, ahora, de las redes sociales virtuales. De hecho, en la medida en que se avanza en la era del conocimiento, donde la principal fuente de desarrollo proviene de la capacidad creativa, se fortalecen las oportunidades de desarrollo de un número cada vez mayor de personas de clase media.
Se trata, en esencia, de la vida de una familia en un contexto fundamentalmente urbano. Sin embargo, no hay razón evidente para excluir la posibilidad de que el sector rural vaya transformándose en esta misma dirección, sobre todo por la revolución de las comunicaciones, el transporte y por los beneficios que trae la emigración, en particular a través de las remesas.
Otro de los indicadores de la clase media es una visión positiva del mundo, la disposición a disfrutar la vida más allá de lo cotidiano, la expectativa de mejoría económica sistemática y una percepción de la educación como un imperativo para el desarrollo de los hijos. La búsqueda de mejores escuelas es una clara muestra de los valores que animan a este grupo y explica el impactante crecimiento de centros educativos de bajo (o menor) costo para satisfacer esa demanda. En la medida en que los padres asocian educación con éxito en la vida, siembran las semillas de una permanencia en la clase media y apuestan por un progreso sistemático.
Para satisfacer esta demanda, y ante cuellos de botella para la expansión de la educación pública, el número de establecimientos privados dedicados a proveer servicios educativos se ha incrementado de 33 mil 495, de acuerdo al Censo Económico de 1999, a 44 mil 780 unidades económicas en el Censo de 2009, lo que representa un crecimiento de 34% y en presencia de un número potencial menor de alumnos por el cambio demográfico. En términos del personal ocupado encargado de proveer dichos servicios, el incremento ha sido de un 81%, pasando de 362 mil 15 personas a 653 mil 736 personas, respectivamente. Este fenómeno es generalizado y se da en comunidades que muchas veces no se perciben como de clase media extendida.
Es interesante notar que una proporción no menor de los establecimientos educativos privados optan por nombres extranjeros que conllevan una connotación aspiracional para atraer a alumnos de clase media. Por ejemplo, de las 905 escuelas privadas de educación básica e intermedia registradas en 2009 en la delegación Iztapalapa (Distrito Federal), 437 tienen nombres propios extranjeros, en otros idiomas o topónimos referentes a otros países.1 Es notorio también que, en la clasificación de las escuelas con respecto a los resultados de Enlace, en Iztapalapa hay 17 (todas privadas) que se encuentran en el 5% superior de la distribución nacional.2
Clase media, participación ciudadana y desarrollo
Otra de las características de la clase media es el doble papel que puede desempeñar en la estabilidad política y en la revolución para el desarrollo. Una de las grandes paradojas de la pobreza es que aquellos que la experimentan con frecuencia no perciben riesgos en los cambios económicos o políticos abruptos. No así las personas y familias que ya han logrado una posición mínimamente desahogada en términos económicos y que tienden a convertirse en pilar de la estabilidad, rechazando, para bien o para mal, cualquier cambio que la amenace.
Es decir, las clases medias tienden a sufrir las consecuencias de las revoluciones y la inestabilidad de cualquier tipo y, por ello, constituyen un pilar fundamental de la democracia y de los cambios graduales. Las revoluciones destruyen a las familias, minan sus ingresos y socavan su capacidad de consumo. En México la clase media ha experimentado, más que ninguna otra, las consecuencias de las crisis financieras. No es casualidad que su actitud política se incline a ser conservadora y rechace cualquier alternativa que pudiera alterar su seguridad.
No existe una sola forma de participar en política, pero no hay duda que en la actualidad la democracia empata, de forma natural, con las características de la clase media. El acceso que ésta tiene a las tecnologías de la información conlleva cambios de actitudes, un sentido de liberación y, por lo tanto, una indisposición a seguir lineamientos de líderes y políticos cuya fortaleza reside en la ausencia de información y conocimientos.
El cambio de una persona como parte de un movimiento masivo a una persona que se siente dueña de su propia politización tiene el potencial de transformar la sociedad. Se trata de un proceso lento, pero perceptible, que con el tiempo llega a modificar el desarrollo político. Cuando eso pasa, la democracia liberal deliberativa comienza a ser posible. En el fondo, el fortalecimiento de una sociedad de clase media no sólo implica un nuevo estadio de estabilidad, sino la oportunidad de que las personas se desarrollen por sí mismas y, en el proceso, se liberen políticamente.
El cambio en las preferencias políticas en los últimos años es también un síntoma del crecimiento de la clase media, de la disminución del corporativismo y el crecimiento ciudadano: el número de votantes independientes, es decir, aquellos que dicen no identificarse con algún partido, ha pasado de 29% en 1989 a casi un 40% en 2007.3 Lo anterior, aunado a la gran volatilidad de estos votantes, habla de que el mexicano responde a los estímulos que representan los partidos. Y que, al sentir que el partido de su preferencia ya no lo representa, está dispuesto a dejarlo, ya sea por otro partido o por ninguno.
Dado que el principal reto económico es el aumento en la productividad y para esto se requiere abandonar actividades que generan poco valor y emigrar a aquellas más rentables, las sociedades exitosas dependen de que la creciente clase media opte por la estabilidad como precondición para el cambio y no por la estabilidad para preservar el statu quo. La clave reside, por supuesto, en el sistema educativo y el entrenamiento permanente para enfrentar con éxito el temor natural al cambio. Así se le pide a la clase media un cierto grado de esquizofrenia: como promotora de la estabilidad política, macroeconómica y jurídica, pero sólo para permitir el cambio, la revolución de la productividad, de la creatividad, de la creación de valor, del descubrimiento de las ventajas comparativas fundamentales.
De hecho, el desarrollo es resultado de un proceso volitivo que alcanza su mejor expresión en la democracia. Por supuesto, muchos en Asia piensan que la democracia no es necesaria para el desarrollo, e incluso que puede ser un obstáculo. Si el futuro exitoso de México se da en los hechos, sería un poderoso ejemplo de modernización a través de la expansión de la clase media y la participación ciudadana. Desgraciadamente, no es claro ni cierto que los intereses políticos y económicos que se benefician del statu quo permitan la liberación de los talentos del mexicano promedio para alcanzar el auténtico desarrollo.
Derechos adquiridos
versus mérito
En México los integrantes de la clase media pueden tener ingresos desde unos cuantos salarios mínimos por hogar hasta varias decenas del mismo indicador. Es decir, pueden estar en el más alto decil en la escala del ingreso nacional o estar varios deciles más abajo. Dos familias residiendo en una misma colonia, con ingresos similares, pueden tener diferencias dramáticas en su capacidad de gasto dependiendo del número de hijos que tiene cada una de ellas. Por estas razones, muchos estudiosos prefieren emplear el término “clases medias”, en plural, para denotar la diversidad que el concepto entraña.
Sea como fuere, el hecho es que la clase media mexicana está integrada por estratos muy distintos de ingresos y evidencia una gran diversidad de acuerdo a su origen, tipo de empleo y pertenencia. Igual hay familias cuyo origen es de generaciones de clase media urbana, que familias cuyos antecedentes se remontan a la emigración del campo. Estos factores tienen una fuerte incidencia sobre la forma en que actúan, perciben y votan los miembros de la clase media. Se trata de subgrupos dentro de un mismo segmento de la población que, en el curso del tiempo, tienden a asimilarse para convertirse en lo que comúnmente se conoce como “clase media”.
Históricamente, dos de las fuentes fundamentales del desarrollo de la clase media mexicana fueron la burocracia y el sindicalismo. Los burócratas consiguieron ingresos seguros que, poco a poco, los llevaron a colocarse en una situación cómoda y hasta privilegiada. Lo mismo ocurrió con obreros miembros de poderosos sindicatos de empresas públicas, grandes empresas privadas y entidades paraestatales, cuya fuente de trabajo era esencialmente inmune a los cambios económicos. En términos generales, los miembros de la clase media que se originaron en esos ámbitos desarrollaron una fuerte dependencia hacia el gobierno y son el pilar de soporte de derechos adquiridos.
Basta pensar en la venta de plazas en entidades como Pemex, Luz y Fuerza del Centro —ahora extinta— la Comisión Federal de Electricidad o la Secretaría de Educación Pública, para identificar una cosmovisión típica de este grupo social, misma que se fincaba en la protección de privilegios que, en muchos casos, se transfieren de una generación a otra, así como en el corporativismo y en el rentismo.
Por razones estratégicas la clase media asociada al corporativismo con frecuencia enarbola un discurso proletario, no tanto para defender o promover los derechos de los pobres sino para preservar su condición de privilegio.
La otra fuente fundamental de la clase media mexicana es la opuesta: personas que han sido esforzadas en la vida productiva, emigrantes, los integrantes de la economía informal que no se apropian de lo ajeno y empresarios en ciernes que se han dedicado a mejorar de manera sistemática pero azarosa, no a través de la explotación de privilegios asignados, sino de la asunción cotidiana de riesgos. Se trata de ese grupo de la sociedad que se la juega a diario, que busca negocios y oportunidades, que igual emigra a Cancún porque ahí hay mucho trabajo, que se va a Chicago en busca de una mejor oportunidad. Estas personas tienden a desarrollar una ética del trabajo, buscan oportunidades para sus familias, entienden la competencia como inherente a su existencia y son fuertes críticos del gobierno y los impuestos.
Las remesas se han convertido en una fuente no sólo de mejoría económica, sino también de movilidad social. Familias que cuentan con el ingreso de un familiar fuera de México tienden a ahorrar y mejorar sus niveles de consumo. De alguna manera, el solo hecho de plantearse la opción de emigrar, de dejar atrás su condición social y geográfica, los hace miembros aspiracionales o reales de la clase media. Amartya Sen argumenta en Development as Freedom4 que el desarrollo se alcanza cuando se cuenta con la libertad para elegir, aún dentro de límites, el derrotero a seguir.
La transformación hacia
una sociedad de clase media
La estabilidad económica y financiera (sobre todo la ausencia de episodios de destrucción generalizada de riqueza) y la fuerte reducción de la tasa de fertilidad de los últimos años, han sido clave para el desarrollo de este sector de la sociedad.
Por otra parte, la apertura comercial y el TLCAN redujeron los precios de infinidad de bienes para las familias mexicanas, al tiempo que se ha incrementado la calidad, variedad y servicios asociados a los bienes consumidos en el país. El fenómeno Walmart —por ejemplo— ha transformado la canasta de consumo de la población, reduciendo el precio de alimentos, ropa y calzado. De la mano vinieron la liberalización del mercado hipotecario y la explosión del crédito al consumo (automóviles, tarjetas de crédito, tiendas departamentales). Los vuelos de bajo costo abrieron ese medio de transporte a millares de personas que antes viajaban en autobús; lo mismo es cierto para universidades como UVM-UNITEC y TEC Milenio, instituciones abocadas a atender a esta población. El éxito de estos productos y servicios, dirigidos a la clase media, es evidencia de que la estabilidad económica es mucho más trascendente de lo que muchos políticos suponen.
El factor más importante, sin embargo, y el que privatiza las posibilidades de desarrollo, es la reducción en el tamaño de las familias, producto de una menor tasa de fertilidad. Hoy la tasa de fecundidad alcanza sólo 2.05 hijos por madre fértil, cuando en la década de los sesenta llegó a ser de 7.3. El menor número es causa y consecuencia de la expansión de la clase media. El principal motor de la reducción es la emigración del campo a las ciudades, aunado a la creciente participación de la mujer en el mercado laboral. Al reducirse el número de descendientes se vuelve necesario que aumente la productividad promedio de los hijos y se crean incentivos para invertir en ellos tiempo y recursos para su educación, salud y desarrollo profesional.
Los mexicanos con frecuencia ven el futuro con temor y se imaginan catástrofes y dificultades: años de crisis y malos gobiernos o, al menos, gobiernos incapaces o insuficientes, han derivado en un fatalismo y una visión pesimista del futuro, en la imposibilidad del progreso, en “ni modo”. Lo interesante es que la realidad objetiva contradice este conjunto de percepciones: hoy resulta innegable la posibilidad del progreso individual y familiar, sea a través de la acumulación de capital humano, la participación en actividades empresariales —incluidas las informales— y la emigración.
Si en lugar de ver hacia delante con aprensión, la sociedad observara y aceptara su propio progreso, el corolario sería muy distinto: a pesar de errores y problemas, dudas y quejas, la realidad muestra cambios muy significativos en la vida de muchos mexicanos que pocas veces se reconocen; el país ha experimentado cambios profundos en prácticamente todas sus estructuras y características.
Además de las mediciones tradicionales de pobreza y distribución del ingreso, hay muchas maneras de confirmar, de manera más intuitiva, el significativo pero insuficiente progreso alcanzado y la expansión de la clase media. Se presentan aquí algunos indicadores ilustrativos.
La esperanza de vida al nacer es, sin duda, el más claro y ha aumentado dramáticamente en las últimas décadas: el mexicano promedio ha logrado elevar su esperanza de vida en aproximadamente cuatro años en sólo diez. Las mujeres que nacieron en 1990 tenían la esperanza de vivir 74 años y en 2009 se aproximaban a 78, en tanto que los hombres tenían razones para esperar vivir 68 años, mientras que para 2009 esa cifra había ascendido a 73.
Además de más longevo, el mexicano dedica más años a su propia educación. En las últimas décadas se duplicó el número de años de escolaridad promedio (a 8.3 años), al tiempo que se triplicaba la cobertura universitaria.
Ahora bien, aunque México ha logrado mejoras sustanciales en términos de cobertura educativa, continúa rezagado respecto a otros países y, sobre todo, respecto a sus propias necesidades. Es a todas luces claro que el sistema educativo mexicano dista mucho de ser bueno y de proveer las necesidades educativas de las familias y de la economía para su crecimiento acelerado. Así lo constatan múltiples evaluaciones.
No obstante, la cantidad y calidad de la educación recibida es hoy muy superior a la que recibieron las generaciones anteriores. Es quizás por esto que una mayoría de padres de familia considera que el nivel educativo que reciben sus hijos no es malo, al utilizar como parámetro el suyo propio.5
Otro aspecto que demuestra la transición hacia una sociedad predominantemente de clase media es la participación de las mujeres en la fuerza laboral. México se ha ido convirtiendo en un país con población de ingreso medio, en parte gracias a la contribución de las mujeres al ingreso familiar.
Quizá más que en ningún otro indicador, el crecimiento de la clase media puede observarse en los hábitos de la población: en la medida en que aumentan los ingresos se eleva el consumo de una canasta de bienes y servicios antes inasequibles. Por ejemplo, el consumo de proteínas ha ido aumentando, un indicador de que la sociedad mexicana va teniendo ingresos extras que le permiten placeres adicionales.
Así, el consumo de carnes por habitante aumentó en un 82%, de 34 kilogramos en 1990 a 62 kilogramos en 2005. Vale la pena recordar que no hace muchos años era impensable que la mayoría de los mexicanos pudiera comer carne con regularidad o que nadie se preocupara por el abasto oportuno, variado y asequible de productos lácteos. En los años ochenta el gobierno pintaba bardas en las ciudades con la recomendación a los ciudadanos de que “si la leche es poca, al niño le toca”; hoy este mensaje parecería extraño y anacrónico.
Por desgracia, estos cambios en patrones de consumo no son gratuitos. En estos mismos años, el país ha pasado de ser una sociedad con desnutrición en el promedio de la población a una en la que la obesidad se ha convertido en un serio problema y preocupación de salud pública.
Aunque algunos de estos datos muestren patrones preocupantes, como los relativos a la obesidad y sus implicaciones para la salud, ellos ilustran el hecho de que la sociedad mexicana se asemeja a las sociedades desarrolladas incluso en este fenómeno, así como en la transición epidemiológica por la cual las enfermedades crónicas (hipertensión, diabetes, cánceres) han desplazado a las infecciosas como los principales padecimientos y causa de muerte de la población.
La vivienda es otro rubro que ha experimentado considerables mejoras. Una porción cada vez mayor de la población tiene su propia casa, lo que constituye su principal activo familiar. En los últimos diez años se han construido siete millones de viviendas, lo que debe compararse con los 26.7 millones de hogares que reporta la Encuesta Ingreso Gasto de los Hogares de 2008. Una vivienda digna, propia o alquilada, lleva a otros cambios: las familias nucleares tienden a desarrollar sus propios patrones de vida, independientes de los que caracterizan a las familias ampliadas en que conviven varias generaciones bajo un mismo techo.
La calidad de la vivienda ha mejorado tanto en tamaño como en los servicios incorporados, aunque sin duda falta aún mucho por mejorar. En 1960 el 80% de las viviendas tenía dos cuartos o menos y sólo el 20% instalaciones sanitarias básicas como el excusado. En 2010 el 60% de las viviendas tiene tres o más cuartos, mientras que el 90% cuenta con excusados. Otro fenómeno interesante es el crecimiento de residencias secundarias de interés social entre la población: algunas de ellas que se alquilan y otras que se utilizan el fin de semana. Se calcula que en Morelos y Guerrero cerca de un tercio de las viviendas de interés social son secundarias y se utilizan para fines de semana, puentes y vacaciones.
La creciente penetración del comercio moderno implica no sólo un mayor poder de compra de un segmento importante de la población, sino cambios en estilo de vida y patrones de compra. El aumento de este comercio significa una mayor disponibilidad de satisfactores para el consumidor, una mejor calidad, precios competitivos, un incremento en el uso del pago electrónico y en la penetración financiera. La presencia de establecimientos de comercio moderno en todo el país refleja que la participación extendida de la clase media no es sólo un fenómeno de las ciudades más importantes, sino de la mayoría de las zonas urbanas. Este crecimiento parece también contradecir la constante queja de muchos empresarios de que no hay mercado interno.
Lo mismo se puede decir de las funciones en salas de cine, el uso de celulares, de internet, los viajes (el 65% de la gente viaja fuera de su ciudad por lo menos una vez al año), el número de pasaportes y muchos otros ejemplos.
Quizá no hay concepto más importante para el desarrollo de la clase media que el de la movilidad social. Una sociedad cuya economía favorece el avance de las personas en los puestos de trabajo, la formación de nuevas empresas y, en pocas palabras, la mejoría material de las familias, es una sociedad que logra el ascenso o movilidad de sus habitantes en la escala social.
La movilidad social no es otra cosa que el movimiento de las personas hacia una mejor posición económica en el curso de su vida productiva. La posibilidad de movilidad social es producto de los esfuerzos individuales y familiares, pero también puede ocurrir como resultado de una estrategia fiscal del gobierno dirigida a redistribuir la riqueza. En ambos casos resulta en una mejoría general de la situación económica del país.
La desigualdad por sí misma no limita la movilidad social, aunque refleja la falta de permeabilidad. De acuerdo a la Encuesta ESRU de Movilidad Social 2006, México es un país con poca movilidad social, sobre todo en los extremos. Los movimientos radicales, es decir, aquellos que pasan del quintil más pobre al más rico y viceversa son sumamente raros en México. En los niveles medios la situación es más esperanzadora. 17 de cada 100 personas cuyos padres pertenecían al quintil tres y 13% de las personas cuyos padres pertenecían al quintil cuatro lograron subir al quintil más rico de la población.
Un aspecto relacionado a la aspiración de movilidad social es el nombre que los mexicanos otorgan sus hijos. El Registro Nacional de Población publica los nombres más populares de acuerdo a las actas de nacimiento registradas en todo el país. Así, por ejemplo, en la lista de los 50 más populares para niña y niño de 2008, puede notarse la selección de nombres de clase media, aspiracionales y un número importante de ellos en otros idiomas, en particular en inglés. Entre ellos se encuentran Vanessa (lugar 18), Elizabeth (lugar 24), Evelyn (28), Abigail (30), Monserrat (33), Lizbeth (37), Ana Karen (38), Marely (47), Jacquelin (48) y Jaqueline (49). Para varones los nombres más populares no castellanizados son: Alexander (lugar 15), Jonathan (29), Alexis (32), Kevin (35), Cristian (36), Bryan (38).6
Asignaturas pendientes
La clase media mexicana se diferencia de muchas de sus equivalentes internacionales en una manera fundamental. Aquí las familias de clase media han logrado ese estatus gracias al conjunto de ingresos que se acumulan en una familia, no sólo gracias a un ingreso individual o de pareja típicamente elevado que caracteriza a la clase media internacional.
El avance ha sido real y por ello es tan importante apuntalar las fuentes de estabilidad económica que han permitido el crecimiento de este segmento de la población, pero sobre todo transformar la estructura de la economía mexicana para que se logren tasas de crecimiento económico elevadas que, a su vez, aceleren el desarrollo y la consolidación de México como una sociedad de clase media. La causalidad es bidireccional: para aumentar la clase media es indispensable el crecimiento, pero el crecimiento sostenido y alto que demanda el desarrollo requiere de una clase media amplia. Esta bidireccionalidad explica la posibilidad de equilibrios múltiples: uno, el del progreso imposible, bajo, la trampa del desarrollo y el país del “ni modo”, con poco crecimiento y poca clase media y otro, alto, el del desarrollo, en el cual el crecimiento y la clase media se retroalimentan y autoaceleran.
La estabilidad económica y crecimiento de la clase media se debe, esencialmente, a cuatro factores ya mencionados: el primero es la caída de la tasa de fertilidad y la reducción del cociente de dependencia de niños más ancianos sobre fuerza laboral.
El segundo se refiere a una estrategia macroeconómica explícitamente orientada hacia la estabilidad; es decir, un déficit fiscal modesto y una política monetaria dedicada a combatir la inflación. No es casualidad que el común denominador de las dos épocas de mayor crecimiento de la clase media (los cincuenta y sesenta del siglo pasado y la segunda mitad de los noventa y la actual) sea precisamente la estabilidad financiera y económica, aun cuando la tasa de crecimiento de la economía no haya sido espectacular.
En tercer lugar, el éxito se debe a la apertura económica y a la eliminación de barreras a la inversión y al comercio. Desde luego, estas medidas no han sido suficientes para alcanzar tasas elevadas de crecimiento económico, pero no se puede desestimar su importancia y trascendencia para volver asequibles bienes y servicios claves para la clase media.
El cuarto es la significativa expansión de los servicios de educación y salud y de los programas para la reducción de la pobreza.
De esta forma, pensar en la consolidación de una sociedad de clase media implica entender la dinámica de la transformación que ha experimentado la producción de valor agregado y, sobre todo, la forma de producir en el mundo a lo largo de las últimas décadas. Implica potenciar los cuatro factores mencionados: aprovechar el bono demográfico que es efímero; mantener la estabilidad macroeconómica para evitar crisis recurrentes que destruyen riqueza; profundizar la apertura y la competencia a todos los sectores de la economía y revolucionar el sistema educativo y el sector salud para ponerlos a la altura de las expectativas ciudadanas.
Usted, ¿qué piensa? ¿Ha crecido la clase media? ¿Qué indicadores utilizaría para ilustrarlo? Exprese su opinión en www.clasemediamexico.wordpress.com
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