28 septiembre, 2011

Cuando México legalizó las drogas

En México muchas de las drogas que hoy son ilegales, y con las que se justifica “la guerra contra el narcotráfico”, fueron legales durante unos meses en 1940. Una comisión de científicos y médicos recomendó al presidente Cárdenas emitir un reglamento para que los adictos fueran tratados a partir de la provisión de drogas, como la heroína y cocaína, por vía de un monopolio estatal. Sobre estos meses, hay poca documentación, sin embargo Froylan Enciso publica un post en el cual narra cómo y por qué el gobierno mexicano legalizó las drogas, y a partir de un caso nos da un vistazo sobre cuáles son las consecuencias sobre los mercados ilegales, una vez que se legalizan las drogas:

Cuando las drogas se legalizaron en México, Lola la Chata se puso rabiosa. Desde principios de siglo había distribuido drogas en la ciudad de México, pero la venta de “enervantes” por parte del gobierno a precios de mercado puso el negocio en jaque. A los dos días de que abrieron los dispensarios para repartir heroína, los viciosos dejaron de surtirse con ella. Lola no pudo más que ofrecer un piloncito a los clientes leales, pero no fue suficiente.

Así quebrantarían el poder de traficantes como Lola la Chata, quien despertaba especial tirria entre los médicos. Era la principal distribuidora de heroína, cocaína y mariguana de la ciudad de México. Todo mundo sabía que llevaba años en el negocio que le enseñó su madre en el mercado de la Merced y perfeccionó luego de vivir un tiempo en Ciudad Juárez.

Lola pudo mantener sus negocios y en el Departamento de Salud empezaron a mostrarse más abierto a operativos policíacos agresivos. Lola fue aprehendida ocho veces entre 1934 y 1945. A pesar de la ayuda de los estadunidenses en el juego policiaco, Lola siguió haciendo negocios al igual que sus hijas durante décadas.

Otro vistazo nos lo da un texto publicado en Nexos en 1995 de José Luis Martínez, en el que narra cómo siendo un joven médico tuvo la responsabilidad de suministrar heroína a adictos en prisión:

Hacia estos años, yo era estudiante de medicina y mi padre, médico, trabajaba en Salubridad. Esta secretaría, cuyo titular era entonces el doctor y general José Siurob, decidió legalizar el consumo de drogas e instaló oficinas en la calle de Sevilla. Allí se inyectaba a los drogadictos. Bastaba decir su nombre, confesar su adicción y pagar la moderada cuota fijada para recibir la inyección de morfina. Todos los días había largas colas, y se contaba que a Agustín Lara y a ciertas señoronas, un médico iba todos los días a sus casas a darles sus dosis. No puedo precisar si la sustancia era opio o morfina o cocaína, ni puedo afirmar si había opciones.

Nuestras tareas consistían en recoger los frasquitos de droga, las jeringas, agujas y compresas de algodón con alcohol, y las libretas donde anotábamos los nombres de los drogadictos y las dosis que recibían. Todo lo guardábamos en una maletita de doctor.

Las autoridades de la peni, de acuerdo, nos permitían el paso y nos instalábamos en una celda con una simple mesa. Supongo que primero debimos haber hecho un censo de los que se confesaron drogadictos con la indicación de su dosis acostumbrada, y nuestro encargo era el de reducir poco a poco la dosis, simplemente añadiendo agua a la solución. Cuando llegábamos, las colas -creo que de unos treinta a cuarenta hombres- estaban formadas, y uno de nosotros inyectaba, cambiando aguja, y el otro anotaba y cobraba. Para los drogadictos, aquello era una bendición. Solían inyectarse con instrumentos rudos, sin ninguna asepsia, y la droga les costaba mucho más cara.

El “experimento” en la legalización de las drogas, duró poco -narra Enciso- porque el gobierno de Estados Unidos amenazó al gobierno mexicano con bloquear la importación de medicamentos si no volvía a criminalizar las drogas. A partir de entonces se garantizó el desplazamiento de la Secretaría de Salud sobre el tema, para confirmar el dominio de la Procuraduría General de la República. Se dejó de hablar de un tema de salud pública, y se garantizó las criminalización de la producción, comercialización y consumo.

Tal vez esta experiencia, que bien podría documentar el gobierno mexicano, sería al menos útil para informar y replantear las más recientes declaraciones de Felipe Calderón exigiendo a los principales países consumidores que “busquen alternativas de mercado” al problema de drogas. ¿Qué pasaría si en México las legalizamos? ¿Que sería de los sucesores de “Lola la Chata”?

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