por Javier Garay
Javier Garay es actualmente docente e investigador de la Universidad Externado de Colombia
Desde el gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez (2002–2010), Colombia comenzó a tener una nueva inserción internacional. De un país asediado por las guerrillas, el narcotráfico y la violencia pasó a ser reconocido internacionalmente como un nuevo polo de crecimiento económico y, eventualmente, de desarrollo. Tanto ha sido así que desde 2010 forma parte de los países con potencial de crecimiento, junto a Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica, en los denominados CIVETS.
Las políticas aperturistas del gobierno de Juan Manuel Santos (2010- ) han mantenido e impulsado esa senda de crecimiento. Sin embargo, algunos obstáculos persisten en la adopción de políticas de mercado. Esos obstáculos tienen que ver con la creencia en políticas erradas, problemas en la comprensión del funcionamiento del mercado y, en general, con algunas ideas arraigadas en el pensamiento latinoamericano que, si bien, han generado sentimientos nacionalistas y una sensación de seguridad en tanto se han externalizado las causas de nuestro atraso económico, en realidad han perpetuado las causas de la pobreza y de exclusión en nuestro continente.
Un ejemplo de estos tres obstáculos los encontré en las declaraciones del actual ministro de agricultura de Colombia, Juan Camilo Restrepo, en una entrevista publicada en un diario de circulación nacional en el país, El Espectador, el 31 de julio de 2011. Las declaraciones del ministro generan, además, dudas sobre el compromiso decidido del gobierno colombiano en la adopción de un esquema liberal de desarrollo.
En un apartado de la entrevista, el ministro colombiano afirma: “La Ley de desarrollo rural va en dirección de ir induciendo un proceso según el cual haya más agricultura, menos ganadería extensiva y más reforestación industrial”. Esta es una expresión clara de política errada, pues el ministro cree que a través de las leyes se pueden imponer realidades en el sector productivo y, además, se pueden alcanzar ideales que los tomadores de decisiones consideran deben ser generales.
En otros momentos de la entrevista, se perciben problemas serios de comprensión, por parte del ministro, de aspectos básicos de cómo funciona el mercado. Primero, señala que “en la medida en que tengamos éxito en los programas de restitución de tierras de programas de desarrollo rural, menos estímulos tendrán los campesinos para ir al cultivo ilícito y más para quedarse en el cultivo sostenible lícito”. El ministro, entonces, considera que los cultivos de drogas ilícitas son resultado de la falta de tierras que poseen los campesinos y no resultado de incentivos económicos vía precios. Esto es, el ministro cree que como los campesinos cuentan con poca tierra, si se les da más, dejarán de cultivar drogas ilícitas sin importarles los réditos económicos que genera el negocio ilícito que es ilícito porque así lo han decidido los gobiernos.
Al final de la entrevista, se le pregunta por los cultivos de maíz en Colombia. La respuesta del representante del gobierno colombiano vuelve a demostrar problemas en la comprensión del funcionamiento del mercado en tanto declara que la idea del Programa País Maíz (nombre sonoro) es que “quien siembre este producto tenga un mecanismo de cobertura que le de seguridad sobre a cuánto le va a salir el maíz desde que lo siembra”. Ya Friedrich Hayek, en su obra clásica, El camino a la servidumbre, demostró lo peligroso que es la necesidad de contar con una supuesta seguridad económica, pero además de ello, el ministro considera, a pesar de toda la evidencia en contra, que los subsidios (porque eso es lo que significa la frase eufemística del ministro) son positivos en la producción, que no distorsionan el mercado, que no son un despilfarro de recursos (muy escasos en Colombia) y, lo que es peor, no tiene en cuenta que ya en el pasado hemos tenido en el país escándalos de corrupción asociados con la concesión de este tipo de ayudas. ¿Será que esta vez es diferente?
Por último, el señor Juan Camilo Restrepo, deja en evidencia algunas de las ideas que hemos defendido los latinoamericanos por décadas y que no son sino excusas para no esforzarnos en nuestro sendero al desarrollo y que nos impiden convertirnos en dueños de nuestros destinos. Por un lado afirma que “(el Atpdea) es la manera como EE.UU. —principal consumidor de narcóticos en el mundo— asume la corresponsabilidad con los países donde se produce. Ellos dan unas desgravaciones, pero no es el favor que nos hacen. Es el favor de la corresponsabilidad como consumidores”. Esto es, EE.UU. tiene la obligación de darnos concesiones unilaterales en el ámbito comercial que sesgan nuestra producción y que distorsionan los incentivos del mercado porque es un país en el que existe un gran número de consumidores de drogas que, como ya dije, han sido consideradas ilícitas. El tema no es de competencia sino de obligación por parte de la potencia.
Por otra parte, a manera de queja, el ministro, cuando se refiere el tema del maíz, afirma que “el país consume 4,1 millones de toneladas por año, de las cuales importamos 85%”. “Colombia hace varias décadas fue autosuficiente en maíz. Hoy somos altamente dependientes de las importaciones (…) No es conveniente ser tan dependientes”. ¿Por qué no es conveniente? ¿Por qué se debe ver como dependencia y no como una demostración de las fuerzas del comercio internacional que, como se demostró desde el siglo XIX, generan ganancias para todos los que toman parte? ¿No es el exceso de importación una muestra de que Colombia no tiene ventajas comparativas en la producción de maíz? ¿Podemos darnos el lujo, en un país con un problema de pobreza estructural, de destinar recursos a un sector que a todas luces es ineficiente porque el ministro considera que éste es un producto tradicional?
Es posible que las anteriores declaraciones sean producto de la labor política del ministro, mas no de la racionalidad económica (Juan Camilo Restrepo es economista). Sin embargo, esto pone en duda hasta qué punto el gobierno colombiano le está apostando a las políticas liberales que son las correctas y, por lo tanto, cuál es el límite del optimismo que podemos tener en términos de crecimiento económico y de desarrollo. ¿La producción de maíz será nuestra entrada a la creación de riqueza?
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