por Alberto Benegas Lynch (h)
Alberto Benegas Lynch (h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
Hay que ser sumamente cuidadoso con los estereotipos puesto que existe la manía de agrupar a todos los que viven dentro de ciertas fronteras geográficas y tratarlos como si no hubieran diferencias. En el caso que nos ocupa el equívoco se agrava aun más debido a que en la India conviven catorce lenguas principales y doscientas secundarias, tres religiones básicas —el budismo, los musulmanes y el hinduismo el cual, a su vez, se subdivide en monoteístas, politeístas y panteístas— al tiempo que las etnias y sus ramificaciones son muchísimas en sus mil cien millones de habitantes.
Como es sabido, la cultura occidental nació con valores y principios éticos en la Grecia antigua a los que se anexó la concepción jurídica romana y el common law inglés con mojones y puntos de referencia sustentados en la libertad a los que, en un contexto evolutivo y de descubrimiento, contribuyeron distintos pensadores liberales de muy diversas latitudes. La aplicación de este andamiaje conceptual dio por resultado un portentoso y notable progreso entre lo que cabe destacar la mejora radical en las condiciones de vida de las masas. Pero henos aquí que con el paso del tiempo no son pocos los que olvidaron o renegaron de su origen y estimaron que el progreso es automático con lo que se alteraron las prioridades y se pasó a concentrar toda la atención en lo material y a dejar de lado los principios rectores del espíritu. De este modo, en gran medida se perdió la brújula y Occidente vendió su alma.
En cambio, en el lugar (subcontinente) que denominamos India desde tiempo inmemorial muchos son los que cultivan el espíritu, otorgan prelación a la paz interior, la búsqueda de significado y el contacto con lo trascendente, pero desafortunadamente, en buena medida, han sido indiferentes a los sistemas sociales que permiten el respeto recíproco y, en última instancia, los que dan cabida a la vida interior no solo por la posibilidad de atender a las necesidades corporales sino al propio espacio para la vida contemplativa y la meditación sin sobresaltos ni angustias cotidianas. El correlato entre la vida espiritual y el progreso material es lo que caracterizó a Occidente, la escisión de ambos aspectos obstaculiza el libre desenvolvimiento de las personas. Lo importante es comprender y tener siempre presente que todo depende de valores y principios.
De todas maneras, la primera característica referida respecto a la preocupación y ocupación por el alimento del alma ha llamado y llama poderosamente la atención a no pocos occidentales, algunos con seriedad y responsabilidad, otros por snobismo turístico de superficie (que solo saben del Taj Mahal, que las vacas son sagradas y que hay quienes se bañan en el Ganges con la idea de purificarse) y también los que llaman a la necesidad del renunciamiento a todo lo material como una cáscara para despotricar contra el modo de vida occidental sobre el que nunca comprendieron sus fundamentos filosóficos y así patrocinan diversos modos de colectivismo y socialismo.
En la India, tienen lugar sistemas pesadamente autoritarios y burocráticos (recordemos que un burócrata es “aquel que encuentra un problema a cada solución”) y se basaron en su estrecha conexión con la Unión Soviética desde su independencia como colonia inglesa (hasta el colapso del Muro de la Vergüenza) y a la influencia de la Sociedad Fabiana, especialmente de Harold Laski y de los polacos Oskar Lange y Michael Kalecki con el apoyo logístico de sumas millonarias provistas por EE.UU. y por organismos internacionales financiados principalmente por los contribuyentes de ese país, todo lo cual ha hecho que esa tierra se poblara de mendigos, miseria extrema, analfabetismo inaudito y espantosas pestes.
Desde siempre, y desde luego antes de la irrupción de la East India Company (con sus monopolios y privilegios otorgados por la corona inglesa), el sistema de castas imposibilitaba el tan necesario asenso y descenso en la pirámide social. Precisamente, esto es lo que le llamó la atención a Alexis de Tocqueville quien dejó un centenar de páginas con anotaciones críticas para su proyectado tercer libro que, debido a su muerte prematura de tuberculosis, desafortunadamente nunca pudo ejecutar respecto de aquel milenario país.
En la última década se han producido algunas tímidas aperturas que dan espacios en medio de la asfixiante estructura impuesta por el siempre sediento Leviatán instalado en Nueva Dehli que maneja a su antojo los veintiocho estados con la apariencia de un sistema parlamentario bicameral en el que influyeron los ingleses en su larga estadía forzada, lo cual es alimentado por la economía subterránea que, especialmente en el área de los servicios, permite abrigar esperanzas para el futuro y ha permitido algunos marcados logros en el presente. La antedicha apertura se debe principalmente a los trabajos de siete economistas de reconocida trayectoria: Bellikoth Shenoy y su hija Sudha Shenoy, Peter Bauer, Milton Friedman, Mahesh Bhatt, Deepak Lal y Sauvik Chakraverti. Este último autor, en su prefacio a la edición india de la obra de Samuel Smiles (Self-Help) escribe en 2001 desde Nueva Delhi: “Este libro fue escrito en 1840 por un hombre que sostenía que la mayor de las filantropías reside en educar a las personas como hacer ellos mismos esfuerzos para mejorar su condición […], nos damos cuenta que el libre comercio y no los controles estatales son el camino a la prosperidad, especialmente para los pobres […] Este libro constituye una clara demolición de la tesis que el Tercer Mundo no se desarrollará sin educación estatal […], la educación estatal (que es propaganda, dañina a la mente) y una economía cerrada —el consejo de Amartya Sen— es una receta para el desastre”.
Confirma lo dicho más arriba que hay filósofos de fuste que no se han molestado en estudiar aspectos relativos a la convivencia en sociedad, con lo que terminan condenando precisamente los sistemas que establecen el indispensable respeto recíproco y abren las puertas para el progreso material para aquellos que lo quieran disfrutar. De este modo, también la propia riqueza espiritual queda amputada puesto que el desconocimiento de temas vitales se traduce en miseria para los congéneres ya que, de hecho, permiten que los planificadores de vidas ajenas detenten el poder omnímodo. Ese es el caso de notables pensadores como Radhakrishnan. Tagore y Krishnamurti quienes escriben en dirección a la sociedad abierta pero, muy paradójicamente, en la antesala misma de esa apertura, como una especie de coitus interruptus, rechazan el sistema social que se deriva de muchos de sus razonamientos, con lo que, como una consecuencia no querida, condenan a sus semejantes a situaciones lamentables por más de que muchos lo tomen resignadamente.
El primero de los autores mencionados apunta con elocuencia en “The Spirit of Man” —que aparece publicado junto a otros trece autores variopintos en la suculenta obra Contemporary Indian Philosophy (The Macmillan Company, 1936)— que “El caos presente en el mundo se encuentra directamente vinculado al desorden en nuestras mentes […] La ciencia moderna tiene gran fe en los hechos verificables y los resultados tangibles. Todo aquello que no puede medirse y calcularse es irreal. Los susurros que vienen de lo más profundo del alma se descartan como fantasías anticientíficas […] No hay otro propósito que aumentar el bienestar material, por medio de la fuerza y el fraude si fuera necesario. El beneficio económico es el fin de toda existencia […] Para satisfacer los destinos de las naciones se las convierte en máquinas militares y los seres humanos se utilizan como herramientas. Los líderes no se contentan con gobernar los cuerpos humanos, deben someter sus mentes […] Una anormal tensión moral y mental surge cuando se reemplaza el pensamiento libre por una obediencia servil, progreso moral por quietismo moral, sentido de humanidad por arrogancia […] En la jurisprudencia, el derecho se declara como una convención social, no de justicia. En la moral, una vida plena y variada se dice inconsistente con un rígido código moral […] La vida así se convierte en un carnaval o un enorme circo en proceso, sin estructura, sin ley, sin ritmo […] La negación de lo divino en el hombre resulta en la enfermedad del alma […] Con un gran peso y cansado de su soledad, el hombre está preparado para aceptar cualquier autoridad […] La incertidumbre entre la fe dogmática y el descreimiento se debe a la inexistencia de una tradición filosófica o hábito de la mente [… ] El sistema hindú de pensamiento cree en el poder de la mente humana para conducirnos a la verdad […] El status espiritual es la dignidad esencial del hombre y el origen de su libertad”.
El segundo —Tagore— que tantos valiosos ensayos ha producido, escribe una novela que constituye un canto a las catástrofes del nacionalismo (El alma y el mundo). En esa obra, después de enfatizar la abstracción que significa toda nacionalidad, uno de los personajes señala que “Estoy dispuesto a servir a mi país; pero reservo mi veneración por el derecho que es más sagrado que mi país. Adorar al país de uno como un dios es entregarlo a su desventura […] me da miedo y vergüenza que a la vez se empleen fuerzas hipnóticas a favor de la patria ¿Cómo pretendes adorar a Dios odiando a otras patrias que son, como la tuya, manifestaciones de Dios? ¿Para que predicar el patriotismo? […] Me he vuelto impopular entre mis conciudadanos porque no tomo parte en sus celebraciones patrióticas […] No pueden amar a los hombres como a hombres, sino que tienen necesidad de lanzar gritos y endiosar a su patria. Querer dar a nuestras pasiones un lugar más alto que la verdad es un signo de servilismo. Nos sentimos perdidos en cuanto nuestros espíritus están verdaderamente libres. Nuestra vitalidad moribunda tiene necesidad de fantasía o de alguna autoridad que la empuje. Mientras seamos refractarios a la verdad y sensibles solamente a estímulos artificiales, somos, sepámoslo bien, incapaces de gobernarnos”.
Por su parte Krishnamurti, en La libertad primera y última con prefacio del gran Aldous Huxley, sostiene que “El problema que se nos plantea a la mayoría de nosotros es saber si el individuo es un mero instrumento de la sociedad o si es el fin de la sociedad. ¿Vosotros y yo, como individuos, hemos de ser utilizados, dirigidos, educados, controlados, plasmados conforme a cierto molde, por la sociedad, por el gobierno, o es que la sociedad, el Estado, existen para el individuo? ¿Es el individuo el fin de la sociedad, o es tan solo un títere al que hay que enseñar, que explotar, que enviar al matadero como instrumento de guerra? Ese es el problema que se nos plantea a la mayoría de nosotros. Ese es el problema del mundo: el de saber si el individuo es mero instrumento de la sociedad, juguete de influencias que haya de ser moldeado, o bien si la sociedad existe para el individuo […] Si la sociedad existe para el individuo, entonces la función de la sociedad no consiste en hacer que él se ajuste a molde alguno, sino en darle el sentido y apremio de libertad”.
Hacemos votos para que futuros filósofos de la India retomen las valiosas contribuciones de notables predecesores como los mencionados en esta nota periodística, pero que sean capaces de llegar a sus consecuencias lógicas y concluyan en la indispensable aplicación de los postulados éticos de la sociedad abierta y así unan sus esfuerzos intelectuales con lo mejor de la tradición del pensamiento liberal y que nunca pierdan las insustituibles riendas espirituales de la conducta humana.
Por último, al hacer referencia a la India no pueda soslayarse a Mahatma Gandhi para lo cual nada mejor que recurrir al revelador y muy documentado ensayo de Arthur Koesler publicado en el Sunday Times (octubre 5 de 1969) con motivo de la conmemoración del centenario del nacimiento de Gandhi. Koestler apunta que Gandhi hizo retroceder a la India debido a su nacionalismo xenófobo que ilustraba con la insistencia en quemar géneros extranjeros (“considero que es pecado usar tela extranjera” escribió) y combatir la industrialización (apuntó que “la rueca es aliento de vida”). Koestler lo cita al propio Tagore quien en 1921 escribió al respecto: “Recapacitemos sobre la quema de telas […] La cuestión de emplear o rechazar una tela de determinada fabricación corresponde principalmente a la ciencia económica. Es un asunto que nuestros compatriotas deberían haber discutido en términos de economía política. Si el país ha llegado realmente a tal hábito mental que se hace imposible pensar con claridad, nuestro primer deber sería luchar contra ese hábito fatal, el pecado original del que proviene todos nuestros males”. Koestler concluye que Gandhi “denunció apasionadamente la cultura de Occidente” quien con una arrogancia superlativa dejó consignado que “India, como lo han demostrado tantos escritores, no tiene nada que aprender de nadie” y tenía la costumbre de insistir que “los principales males de Occidente eran los ferrocarriles” pero Koestler consigna que “tuvo que pasar una parte considerable de su vida en coches de ferrocarril […] siempre insistió en viajar en tercera pero tenía un vagón especial para él” ya que como decían con sarcasmo sus allegados “hace falta mucho dinero para mantener a Bapu [padre] en la pobreza”. Asimismo, Arthur Koestler remarca que Gandhi la emprendía contra la educación por lo que no envió a sus propios hijos a estudiar pero él mismo anota que “Todos mis hijos se han quejado de mí en este aspecto. Cada vez que se encuentran con un licenciado o un posgraduado, o incluso con un estudiante, parecen sentir desventaja de no haber tenido una educación escolar” (todo lo cual no impidió que designara como su sucesor político al totalitario Jawaharlal Nehru que era graduado de Cambridge).
Gandhi propugnaba la abstinencia sexual pero enfatiza Koestler que “se sentía obligado a exponerse a la tentación a fin de comprobar los progresos de su control sobre si mismo. Consideraba que esas pruebas (que continuaron hasta el final, cuando ya tenía casi ochenta años) eran una aventura de pionero […] Los experimentos comenzaron con su propia esposa [la primera, Kasturbai] tras haber hecho el voto y continuaron con otras mujeres más jóvenes” él mismo escribe en carta a Nirmal Kumar Bose: “Espero que no me atribuya deseos lujuriosos hacia las mujeres y muchachas que han estado desnudas conmigo”. También Gandhi condenaba las visitas a hospitales que decía “son instrumentos del demonio” pero como también ha mostrado Koestler “cada vez que enfermaba […] tuvo que capitular y someterse a drogas, inyecciones, operaciones y anestesia” (según ha escrito el periodista indio T. A. Ramnan “el rasgo más sobresaliente del carácter de Gandhi es la virtual imposibilidad de razonar con él”).
Tal vez se clarifique con mayor precisión el objetivo de Gandhi en la síntesis que lleva a cabo en una de las últimas páginas de su An Autobiography or The Story of My Experiments with Truth: “Mi devoción a la Verdad me ha conducido al campo de la política y puedo decir sin la más mínima duda, pero con toda humildad, que aquellos que dicen que la religión no tiene nada que ver con la política no saben que quiere decir la religión”.
A pesar de todas estas contradicciones es menester destacar la enorme contribución de Mahatma Gandhi en cuanto a la resistencia civil pacífica la que ha sido imitada por tantos defensores de derechos pisoteados por los aparatos estatales, con la salvedad que marca Arthur Koestler, es decir, siempre y cuando se enfrente a sistemas con un resto de conciencia puesto que es “un juego noble que solo podía jugarse contra un adversario que aceptaba ciertas reglas de decencia común asentadas en una larga tradición; en la Unión Soviética o en la Alemania nazi habría equivalido a un suicidio en masa”.
Es oportuno distinguir la imposición de medidas para que otros no puedan poner de manifiesto sus preferencias, de las situaciones en las que algunas personas se inclinan por no hacer uso de ciertas tecnologías porque se sienten más cómodas con lo que venían usando. Este es, por ejemplo, mi caso respecto a los eBooks. Necesito tocar el papel, olerlo, sentir el peso del libro, disfrutar el color del encuadernado. Entrar a mi biblioteca y mirar las diversas alturas y texturas trasmite un clima acogedor de serenidad y reposo interior. En una biblioteca bien formada están los amigos del conocimiento, están los responsables del alimento del alma. Recorrer las obras con la mirada promete alegrías del espíritu. Leer en ese ambiente es parte de un rito y una ceremonia irremplazable, desde las estanterías se trasmite una misteriosa y una especie de voluptuosa energía, es como si desde cada ubicación se sintiera la penetrante mirada del libro. No es una relación erótica porque ésta hace referencia a la pasión carnal pero definitivamente se trata de un estrecho vínculo sensual puesto que lanza a los cuatro vientos casi todos los sentidos. No podría reemplazar todo esto por un aparatito, no importa cuantos miles de ejemplares pueda almacenar. Frente a esa curiosa y enigmática herramienta siento una orfandad y un vacío superlativo. Por razones equivalentes, me entristece saber que hay librerías que cierran debido a la aparición de los instrumentos de marras. Visitar y recorrer una librería —especialmente si nadie pregunta que es lo que uno necesita— donde hay buenos libros a la vista constituye una aventura y una expedición insustituible. De más está decir que nunca aceptaría la menor intromisión forzosa para sostener mi modo de apreciar las cosas.
En resumen, respecto al tema central de esta nota, lo que habitualmente se considera un enigma en la India que parece querer descifrarse a cada rato no es más que la sabiduría de quienes buscan en el interior de su espíritu la luz reconfortante de la paz y la plenitud, pero, como hemos subrayado, esto en modo alguno puede significar el rechazo al progreso material y mucho menos la imposición de sistemas que ahogan la creatividad y la vida confortable para quienes deseen sacar partida de ella, siempre que no se pierda de vista la prevalencia de valores y principios de decencia y consideración al prójimo.
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