01 septiembre, 2011

Diez años después: ¿a cuánto ascendieron los costos del 11 de septiembre?

DAVID WESSEL

World Trade Center

Osama bin Laden prometió desangrar a Estados Unidos "hasta la bancarrota, si Alá lo permite". Fracasó. Los ataques terroristas del 11 de septiembre le costaron muchísimo a EE.UU., pero no de las maneras esperadas inicialmente.

La tragedia no desencadenó, como se temía, una recesión devastadora; el estallido de la burbuja inmobiliaria fue peor. Y a pesar de las filas en los controles de seguridad de los aeropuertos, el trágico evento no melló la eficiencia de la economía de EE.UU.; la productividad siguió aumentando.

Sin embargo, el precio del 11 de septiembre fue alto en otras formas. Los ataques llevaron a EE.UU. a Afganistán e Irak, guerras que ya han costado casi el doble que la de Vietnam, ajustada a la inflación.

Poner un precio al costo humano de los ataques terroristas es imposible. Murieron casi 3.000 personas. Más de 6.200 soldados estadounidenses han caído en Afganistán e Irak. Medir el impacto del 11 de septiembre en la psique estadounidense y su sensación de seguridad y libertad es difícil.

Pero uno puede, con la perspectiva de una década, comenzar a medir los costos económicos cuantificables.

En un gráfico que traza el producto interno bruto del país, los ataques son apenas una variación mínima. "Los acontecimientos del 11 de septiembre, por trágicos que fueran, no arrastraron a una economía débil directamente a una contracción", concluyó Gail Makinen del Servicio de Investigación del Congreso. Una leve recesión comenzó seis meses antes de los ataques y terminó en noviembre de 2001.

El gasto y la confianza de los consumidores sí se desplomaron después de los ataques, pero repuntaron más adelante. También lo hizo la bolsa, que volvió a los niveles anteriores al 11 de septiembre antes del fin del año y siguió subiendo. El presidente de la Reserva Federal de entonces, Alan Greenspan, advirtió que un segundo ataque de al Qaeda destruiría la frágil confianza de los consumidores y las empresas, pero ese segundo ataque nunca se produjo.

Las cosas no iban del todo bien, pero es difícil culpar a al Qaeda de eso. Enron quebró en diciembre de 2001, WorldCom en 2002. Luego vino la epidemia del SRAS (Síndrome respiratorio agudo severo). Luego, una amenaza de deflación que llevó a la Fed a mantener las tasas de interés en mínimos históricos, contribuyó, según algunas versiones, a la burbuja residencial.

Determinado a impedir otro ataque a casi cualquier costo, EE.UU. implementó cambios significativos y costosos en aeropuertos, recepciones de oficinas, sinagogas, mezquitas, cruces fronterizos, bancos y otros lugares públicos. Otras fuerzas económicas aparentemente opacaron la productividad sacrificada en aras de la seguridad, aun cuando es difícil contestar a la pregunta de qué uso alternativo se hubiera dado a ese dinero.

Para algunos sectores fue duro, por supuesto. El costo y el fastidio de los viajes aéreos aumentaron. El escrutinio más severo de visitantes del extranjero moderó el flujo. En 2000, el Departamento de Comercio contó 26 millones de visitantes de países fuera de Canadá y México. El total cayó por debajo de 20 millones en los años posteriores al evento, y no sobrepasó los niveles de 2000 hasta el año pasado.

El 11 de septiembre, por supuesto, produjo el Departamento de Seguridad Interna y una explosión en el gasto relacionado. La oficina de presupuesto de la Casa Blanca calcula que EE.UU. gastará unos US$70.000 millones en seguridad interna este año, casi el triple del nivel anterior al 11 de septiembre.

Luego vinieron las guerras. Estuvo claro casi inmediatamente que EE.UU. respondería, pero pocos imaginaron que tendría tropas en Afganistán una década después, para no mencionar Irak. Las tiene, a un gran costo.

Las guerras no hicieron que el déficit federal se disparara, pero contribuyeron a ello. El gasto militar fue equivalente a 40% del déficit de 2008. En los años posteriores, la recesión y el gasto en el estímulo superaron los costos de la guerra como motor del déficit.

Pero queda pendiente una difícil pregunta: ¿Valió la pena? ¿Estamos más seguros?

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