13 septiembre, 2011

El drama de los hogares monoparentales y la solución


Un reciente informe de la Encuesta Demográfica y de Salud (Endesa) reveló que más de un millón y medio de mujeres en la República Dominicana son madres solteras. Asimismo, el estudio destacaba que el 35% de los hogares en ese país son monoparentales y que en el 90% de los casos, la mujer lleva las riendas del hogar. En la República Dominicana, el 20.1% vive con menos de dos dólares al día, lo que demuestra que los hogares monoparentales tienen casi seis veces más probabilidades de ser pobres en comparación con los casados.

Pero en Estados Unidos, la cosa no es más alentadora. Según el informe KIDS Count de la Fundación Annie E. Casey, el 34% de la totalidad de los niños nacen en hogares monoparentales, o sea 24 millones de niños viven separados por lo menos de uno de sus padres y de ellos, el 40% son hispanos. En 1960, solo el 11% de los niños vivían en hogares monoparentales, pero ya para 2009, el 71% de los desertores escolares, el 85% de la gente encarcelada y el 92% de los divorcios eran de personas que habían crecido en un hogar monoparental.

La falta de la figura paterna en el hogar ha sido reconocido como factor detrás de la delincuencia, la sexualidad prematura, las uniones consensuales, los hijos nacidos fuera del matrimonio, el deterioro del logro académico, la depresión, la pobreza y la propensión de las mujeres a verse en situaciones de abuso, entre otros.

A pesar de que los peores costos de este círculo vicioso son sociales, también representan un inmenso gasto económico para el contribuyente. Cada año pagamos aproximadamente $112,000 millones para sostener familias rotas. Esta cifra toma en cuenta programas como Medicaid, asistencia para alimentos y de vivienda.

Lamentablemente los políticos ven un problema, le echan dinero encima y creen que con eso el problema desaparecerá. La respuesta al drama de los hogares monoparentales no está en el gobierno sino en el hogar. El remedio para una sociedad enferma no ha cambiado por el transcurso del tiempo, solo matrimonios felices y duraderos producen familias felices y por lo tanto una sociedad con mayor bienestar.

La familia y la religión siguen haciendo parte de los cimientos de la libertad y el bien común. Sin embargo, pocos comprenden bien el papel de estas instituciones a la hora de mantener una libertad ordenada. El auge del Estado del Bienestar con toda su errada ingeniería social ha influido en el menoscabo de su trascendental aportación.

Como afirman los expertos de Heritage, el matrimonio es la mejor arma contra la pobreza infantil. Pero el matrimonio aporta algo más que solo dinero; porque la labor de mamá y papá en casa es impagable a la hora de impartir valores con amor, de ser el mejor ejemplo de una conducta que nuestros hijos puedan tener y que les sea de referencia para escoger una pareja adecuada. Los niños que experimentan el divorcio de sus padres son más propensos a divorciarse o experimentar mayor discordia en sus propios matrimonios. Nada se compara con escucharlos a diario, dedicarles tiempo en familia, orar por ellos y con ellos e involucrarse en sus deberes escolares; de esta manera nuestros hijos comprenderán el verdadero significado de la educación y su rol en la sociedad.

Hay muchos estudios que demuestran que la familia intacta es el mejor freno para el comportamiento juvenil de riesgo, como el uso de las drogas y la actividad sexual temprana, mejorando así las perspectivas de futuro de los niños y promoviendo una sociedad civil sana. Los jóvenes que viven con ambos progenitores son también más propensos a tener mejor salud psicológica y emocional, sentido de autorealizacion y logro y son menos propensos a exhibir problemas de conducta. Si ya lo dice Ofelia Pérez, autora del libro Necesito a Papa, el grito de una sociedad desesperada que se necesita a dos para procrear un hijo y también se requiere a los dos para mantenerlo, formar su carácter y determinar su futuro.

Es hora que aceptemos la importancia de los buenos valores y que estos se inculcan en casa a los niños desde chiquitos. Y también hace falta que la sociedad reconozca las limitaciones del Estado para resolver el drama de las familias rotas. Porque cada vez que hay una crisis, hay más de uno pidiendo que el Estado intervenga para solucionar el problema. La solución no es aumentar el tamaño del Gobierno sino asumir nuestras propias responsabilidades y el rol familiar que cada uno tenemos en la sociedad sea como padre, madre, hermano, abuelo, tío, etc. Debemos asumirlo y ejercerlo por el bien de las futuras generaciones y de nuestra civilización.

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