26 septiembre, 2011

El principio de la mafia Empresarios y corsarios

Una profundización en el principio de la economía mafiosa que llega a dominar no sólo a las sociedades, sino al Estado y sus mecanismos financieros.

La policía capitalina durante un operativo para decomisar discos y películas piratas en mayo de 2010. En uno de los negocios se encontró un laboratori
La policía capitalina durante un operativo para decomisar discos y películas piratas en mayo de 2010. En uno de los negocios se encontró un laboratori Foto: Francisco Balderas/ Cuartoscuro

Uno de los rasgos sobresalientes de nuestra civilización radica en el principio del valor, en la capacidad para producir ganancias económicas basada en la producción y la comercialización de una infinidad de productos. Esto permite la acumulación monetaria, la redistribución parcial de las ganancias y la regeneración del ciclo productivo-económico por medio de la reinversión. La manera tradicional de llevarlo a cabo ha sido la empresa capitalista, cuyos orígenes se remontan a las ciudades mercantiles italianas de finales del siglo XV. De los comerciantes textiles de Génova y Florencia a los actuales desarrolladores de nanotecnología en Estados Unidos y Japón, hay una línea recta histórica bien definida; es el inmenso conjunto empresarial que ha puesto a girar al sistema capitalista en los últimos 500 años.

CAPITALISMO Y MAFIA

Junto con ellos, desde tiempos antiguos (recordemos a los piratas de antaño, hoy románticamente rehechos por la cultura popular), ha existido un modo afín, aunque paralelo, para hacerse con ganancias económicas considerables. Es lo que el sociólogo estadunidense Immanuel Wallerstein llama “el principio de la mafia” que, ante todo, es un principio económico: un modo de hacerse con enormes cantidades de capital en un tiempo relativamente corto. Esas dos maneras de producir riqueza comparten principios generales de importancia: explotan recursos humanos, naturales y financieros; intentan estabilizar nichos de mercado propios y adueñarse de los ajenos; pretenden tener durabilidad en el largo plazo y, muy especialmente, tienen un alto grado de diversificación general y específica (es decir, practican la inventiva sobre un producto especializado, al tiempo que buscan nuevos horizontes de participación empresarial).

Por supuesto, como es de todos conocido, entre el principio empresarial y el principio de la mafia, existe un hiato comportamental básico. Históricamente, los primeros utilizan a su favor las ventajas que los Estados ponen a su disposición, en tanto que los segundos tienen un cariz básicamente antiestatal. Siguiendo a Wallerstein (véase su libro Utopística o las opciones históricas del siglo XXI), llamamos mafia a “…todos aquellos que tratan de obtener ganancias sustanciales evadiendo las restricciones legales y los impuestos o extorsionando costos de protección, y a todos aquellos que están dispuestos a usar la fuerza privada, el soborno y la corrupción de los procesos formales del Estado para garantizar la viabilidad de este modo de acumulación de capital”.

El matiz último es de importancia. A través del tiempo, se ha distinguido con toda claridad a los integrantes del capitalismo formal, ligado al Estado y sus instituciones, del cual obtienen, entre otras cosas, orden social que permite ambientes comunitarios de consumidores estables, infraestructura para el tráfico mercantil (carreteras, puertos, aeropuertos, servicios de limpieza, etcétera), organización y arbitración de la economía de mercado y absorción de los costos del deterioro medioambiental común a múltiples ramas en la producción empresarial. Pero ese mismo tipo de ventajas organizacionales también son utilizadas por los integrantes del principio de la mafia —a los que Wallerstein califica de manera muy plástica como “animales de presa que se alimentan del proceso productivo”—, puesto que sus actividades pueden estar todo lo que se quiera en la periferia del sistema social al uso (piénsese en la pornografía extrema o en el boxeo a muerte), pero al fin y al cabo se vinculan con éste de diversas maneras ineludibles.

Miembros de la mafia rusa presos en una cárcel de Moscú.
Miembros de la mafia rusa presos en una cárcel de Moscú. Foto: Archivo
PRODUCTIVIDAD MAFIOSA

Basta considerar la red de infraestructura comunicacional de una nación o el sistema financiero, nacional e internacional, para darse cuenta de lo mucho que comparten empresarios y corsarios al momento de echar a andar sus jugosas actividades económicas. Ni qué decir de la masa de consumidores cautivos para lo que tengan a bien ofrecer, con los estupefacientes ilícitos a la cabeza. Por eso el asunto de la productividad mafiosa se ha convertido en un espinoso tema cuando se trata en términos puramente económicos: ha llegado para quedarse y usurpa con inusitada aceleración las estructuras formales de muchos Estados, especialmente los debilitados por causas diversas, debido a los inmensos recursos monetarios con los que cuenta para hacer que las burocracias y los cuerpos armados oficiales trabajen para su beneficio; y no sólo eso, sino también por la ingente cantidad de liquidez que inyecta a las economías de esos países.

En numerosas ocasiones, la vida económica de un país depende mucho más del principio de la mafia que de la productividad capitalista tradicional, con la consecuencia de que su impronta política y gubernamental se vuelve cada vez más acuciante. Si bien el Estado es el principal opositor a la libre acumulación de las mafias, en numerosas ocasiones, especialmente en Estados en crisis, éstas llegan a hacerse de firmes posiciones de poder formal, borrando la línea entre unos y otros. Como dice Wallerstein: “Los políticos y los burócratas de Estados débiles (e incluso de los fuertes), que se están debilitando aún más y están perdiendo su legitimación popular, han tendido en muchos casos a fusionar sus intereses con los de las mafias externas al Estado. En algunos casos quizá no valga la pena tratar de distinguir entre los dos grupos”. Pero si esto ocurre sin remedio en ciertos países periféricos, en los países del Primer Mundo el nivel de cooptación y penetración permea en masa lo mismo en los estratos sociales marginales (que cada vez más se emplean en las cadenas de distribución al menudeo de productos ilícitos) que en los niveles cupulares de lavado de dinero y legitimación de las ganancias vía el sistema financiero.

Pablo Escobar desciende de su avioneta con el trofeo de la Copa Libertadores en 1982.
Pablo Escobar desciende de su avioneta con el trofeo de la Copa Libertadores en 1982. Foto: Especial
ECONOMÍA MAFIOSA PARALELA

Justo éste es el flanco más robusto y contundente de la labor productiva criminal. Los volúmenes monetarios que el crimen organizado maneja, en todas sus ramificaciones, son inmensos y, verdaderamente, han creado una economía paralela con sus propios medios desregulados de captación masiva de capital, posicionamiento de mercado y base perpetua de consumidores, por las buenas o por las malas. Es con fundamento en esta manera de operar que surge el drama de la violencia desbordada por las grandes mafias del mundo entero, con su estela de deshumanización y salvajismo en aras del valor del dinero.

Pero estos fenómenos sangrientos, por muy espectaculares que sean y por mucho que inyecten un alto grado de caos e incertidumbre en la vida cotidiana de muchos lugares del mundo, en realidad son productos secundarios del factor económico del principio de la mafia. Éste ha anclado de manera firme en el sistema económico global, jalándolo hacia su esfera operativa: desde su modo de producción paralelo influencia de manera decisiva el devenir de los flujos monetarios corrientes debido a la liquidez que posee. Genera compradores, participa activamente en el sistema bancario y fomenta inversiones en una multiplicidad de giros (la tradición de que únicamente los llamados “giros negros” eran el modo de inversión del crimen organizado hace tiempo que quedó atrás); además, por supuesto, de su activa financiación de campañas políticas, medios masivos de comunicación e, incluso, instituciones educativas. Una vez que entra en su cauce cotidiano, el sistema financiero no discrimina al dinero; para las operaciones monetarias comunes, el dinero del crimen organizado es tan valioso e impersonal como el del más probo de los empresarios.

LEGALIZAR EL DINERO SUCIO

Por ello, cada vez hay más voces que propugnan por validarlo plenamente. Es decir, atraerlo a la esfera de la productividad sancionada. Son llamados realistas que observan la inevitabilidad de los negocios ilícitos y su profunda penetrabilidad social. La industria de las drogas ilegales encabeza estos llamados que intentan impulsar su legalización mundial. De algunos prominentes analistas de la revista Forbes al premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, pasando por el potentado estadunidense George Soros (y muchos académicos y líderes de opinión a nivel internacional), encontramos la idea de la inminencia de la fusión entre la economía ilegítima con la legítima: la transformación de los modernos corsarios en señores empresarios. Después de todo, el actual sistema mundial interestatal se ha beneficiado de ellos de diversas maneras más o menos veladas, de las tasaciones a los depósitos en efectivo en los bancos, a la tolerancia y uso consuetudinario, tanto por actores públicos como privados, de los paraísos fiscales alrededor del mundo, enclaves fronterizos en los que se mezclan promiscuamente las fortunas legales con las ilegales.

Ismael <i>El Mayo</i> Zambada, uno de los líderes  del cártel de Sinaloa.
Ismael El Mayo Zambada, uno de los líderes del cártel de Sinaloa. Foto: Especial

Bien mirados, los llamamientos para legalizar globalmente las drogas no sancionadas son el recurso postrero de un mundo regulado, ordenado y sistémico, que se encuentra ya en franca retirada. Las suspicacias contra las eminentes personalidades que abogan por la legalización de los estupefacientes (cada cierto tiempo se especula si estas figuras públicas reciben dinero de las mafias globales de narcotraficantes) están completamente desencaminadas, puesto que lo que en el fondo se afirma es la contención institucional del imperio de la barbarie económica, comportamental y productiva que el crimen organizado lleva a cabo. Es un esfuerzo, quizá el último, por expandir el manto de los Estados y sus burocracias hasta hacerlo cubrir las actividades desenfrenadas de aquellos que han irrumpido de manera violenta y vertiginosa en el orden social.

¿PACTAR CON LOS BÁRBAROS?

No es la primera vez que Occidente ha intentado pactar con los bárbaros para mantener su modus vivendi. Lo hicieron diversos príncipes renacentistas con los jeques musulmanes, la Corona inglesa en el auge de la piratería caribeña y, para no ir más lejos, el Estado corporativista mexicano durante buena parte del siglo XX.

No obstante, en la mirada de larga escala, parece que el problema no es puramente económico, sino civilizatorio. Con visión de largo aliento, Wallerstein realza la raíz sociohistórica del asunto de las drogas a nivel mundial: “No se trata de que la culpa (o la explicación) radique en los consumidores o en los vendedores. El consumo es obviamente un signo adicional de desintegración social, o de rebelión, o de deslegitimación del sistema histórico existente. Y la industria es, en consecuencia, una de las más rentables de la actualidad…”. Entonces, el problema del ascenso irrefrenable del principio de la mafia al ámbito del poder real en el seno de los Estados consolidados no se restringe al tema del narcotráfico, sino a un ambiente social en descomposición (o, si se quiere, en trance de convertirse en algo distinto a lo existente); tampoco se limita al estatus mercantil de cualquier otro producto (incluyendo a los seres humanos) que se comercialice de manera ilícita en el mundo, sino al modo mismo de llevarlo a cabo. Es decir, de espaldas a la institucionalidad moderna establecida en el planeta desde hace unos tres siglos.

En este orden de ideas, incluso una hipotética y más bien fantasiosa legalización masiva y universal de todo tipo de estupefacientes no acabaría con el principio de la mafia. Solamente paliaría por un tiempo un problema de violencia acuciante en diversas zonas del globo, pero la latencia del mismo permanecería irredenta, en busca de nuevos nichos de explotación comercial mafiosa. El modo de ser de la criminalidad organizada ha llegado ya a un punto de no retorno en el que se ha convertido en una opción de vida con plena influencia en amplias capas poblacionales del mundo, especialmente en el Tercer Mundo. Se ha aprendido a vivir de esa manera. Depende esencialmente del voluntarismo y de la cardinalidad de la violencia en sus diferentes manifestaciones como paradigma de su orden interno. En el tiempo convulso de la actualidad, esto goza de legitimación popular en franjas cada vez mayores de la ciudadanía, desde los habitantes depauperados de las ciudades perdidas hasta los políticos en el poder de los Estados, pasando por empresarios formales ambiciosos e inescrupulosos; asimismo, es aspiracional, resuelve de manera puntual problemas de liquidez doméstica y pone en práctica de manera descarnada los principios tradicionales del capitalismo, llevándolos un paso más allá y despojándolos de sus metáforas al ejercerlos al pie de la letra: “eliminación de la competencia”, “apropiación del mercado”, “maximización de las ganancias a cualquier precio”, “reducción a cenizas del negocio ajeno”, etcétera. Es un nuevo modo de socialización. Bárbaro y deleznable para la sensibilidad progresista de herencia humanista, sin duda, pero una opción viable para habérselas con el mundo capitalista para una creciente mayoría en el nivel global.

Traslado del jefe mafioso Bernardo Provenzano a una cárcel de Palermo, el 11 de abril de 2006.
Traslado del jefe mafioso Bernardo Provenzano a una cárcel de Palermo, el 11 de abril de 2006. Foto: Marcello Paternostro/ Reuters
AVANZADA CORRUPTORA

Con base en todo ello, los grandes grupos criminales están intentando solidificar sus posiciones anticivilizatorias —y, en consecuencia, antiestatales y antihumanistas— en el nivel global. La avanzada corruptora de gobiernos federales y locales, el afianzamiento de su influencia en el sistema bancario mundial, las compras desmesuradas de armamento que con regularidad hacen, la conformación de eficaces y sanguinarios ejércitos privados, el uso diario y la custodia informal de millones de dólares (en casas de seguridad, bodegas y demás por el estilo) para garantizar liquidez sin medida, el apuntalamiento de su poder popular en amplias regiones al interior de los Estados (especialmente los tercermundistas) con dádivas, seducción monetaria y coerción, así como el énfasis en la acelerada construcción de redes globales con sus pares en el resto del mundo, apuntan en este sentido. Lejos de disolverse en el sistema o de mantenerse en la periferia de éste, los practicantes del principio de la mafia en la actualidad parecen empeñados en construir un nuevo orden sistémico a la medida de sus intereses.

Los experimentos sociales de escalas diversas, con base en el principio de la mafia, llevados a efecto en países como Afganistán, Kosovo, Rusia, Colombia y México deben ser vistos, en el nivel del tiempo histórico largo, como la avanzada de un proceso mayor que ha comenzado a incubarse desde ahora. Contrario a lo que los últimos ilustrados piensan en el sentido de que quizá sea posible integrarlos a la institucionalidad occidental de cuño moderno, vía la legalización de sus sombrías actividades, es probable que en el futuro ocurra lo contrario: que ésta termine por dispersarse y que quienes delineen la faz del sistema social sean los principios criminales de gran aliento. Que la edad por venir, así planteada, será un periodo neoscurantista, de grandes y graves trastornos humanos sin duda es cierto, como también lo es que, en la tendencia de la historia, siempre ha sido necesaria la debacle para la gestación de un renacimiento.

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