16 septiembre, 2011

¿Viva México, también secuestrado por partidos políticos y narcotraficantes?

La auténtica independencia
Francisco Martín Moreno*

En este año, en este mes, los mexicanos conmemoramos 201 años del Grito de Dolores y sólo 190 de la consumación de la independencia de España. A partir de esta última fecha empezamos a ser una nación libre en el ámbito exterior, sólo que la revolución que iniciara Hidalgo en 1810 en ningún caso convirtió en astillas las estructuras feudales que estuvieron vigentes durante tres siglos y que de haberlas hecho volar efectivamente por los aires nuestro proceso de desarrollo hubiera adquirido otra dinámica con otros resultados diametralmente opuestos a los que padecemos en la actualidad.


Es imposible entender el México de nuestros días sin haber estudiado a fondo el siglo XIX mexicano, ese tránsito entre el oscurantismo inquisitorial y la férrea burocracia monárquica y los deseos de remontar el vuelo dentro del contexto de una filosofía política derivada de la Ilustración, del Enciclopedismo y, en general, de las ideas refrescantes y liberales derivadas de la Revolución Francesa.


Logramos, sí, la independencia de España pero no la independencia doméstica. Para lograr esta última fue menester someter a la Iglesia católica al imperio de nuevas leyes que no pudieron aplicarse hasta que el bravo indio de Guelatao las impuso contra viento y marea, pólvora y cañones, muertes y destrucción, para consolidar una parte de la verdadera independencia.


Estados Unidos, a modo de ejemplo, nunca tuvo que luchar contra una Iglesia que financiaba golpes de Estado cuando se trataba de menguar sus intereses materiales y políticos ni padeció a un clero voraz que se apropió de más de la mitad del territorio nacional.


Rompimos las cadenas externas pero no así las internas ni pudimos liberarnos de la mordaza ni alcanzamos, sino hasta muy tarde, la libertad de cátedra, la de expresión, después de escapar de la pira y de las cárceles eclesiásticas...


Estados Unidos no tuvo que enfrentarse a una Iglesia que fuera el primer agente financiero que acaparara prácticamente todos los capitales de la Colonia y fuera el primer prestamista, el primer banquero, el primer acreedor hipotecario, de cuyos recursos dependiera, en buena parte la prosperidad de las trece colonias, en su caso.


Despojar a los representantes de Dios aquí en la Tierra de sus inmensas fortunas materiales representó la desviación de los escasos capitales con los que contaba el México independiente, para aplacar los golpes y las asonadas patrocinados por el clero.


Despojar a este último de su patrimonio implicó la destrucción del país hasta que Juárez, con las Leyes de Reforma, decapitó de un tajo a la hidra de las mil cabezas, momento a partir del cual, ya en la segunda mitad del siglo XIX, México empezó a adquirir realmente su independencia doméstica, ahora ya comprometida, por otro lado, con las deudas externas que propiciaron invasiones e intervenciones foráneas que nos proyectaron de nueva cuenta al atraso.


¿Qué hacía Estados Unidos mientras nosotros luchábamos hasta el límite de nuestras fuerzas por apartarnos de la garganta al clero que devoraba toda la sangre de la nación?


Estados Unidos tenía una sucesión presidencial estable y consolidaba su democracia y sus instituciones públicas y con ello afianzaba el desarrollo económico del país. En Estados Unidos no tuvieron un clero que detentara durante toda la colonia, el monopolio educativo y que produjo, en el caso de México, a la llegada de Iturbide, un aberrante 98% de analfabetos con lo que era imposible construir un país.


¿Cómo construirlo cuando una mayoría aplastante y aberrante no sabía hacer nada?


Después de un impasse del imperio de Maximiliano y de la Restauración de la República y de los años de la tiranía porfirista, el primer maestro del país fue el gobierno, que produjo en 70 años de priismo 50 millones de mexicanos en la miseria, otro fracaso educativo más, esta vez de nuestro tiempo.


¿Dónde estaba la independencia si el ejercicio de la banca dependía prácticamente del clero, el campo mexicano se encontraba abandonado y descapitalizado, la esclavitud existía camuflada hasta entrado el siglo XX, el país no se había industrializado, la educación había fracasado y los caudillos se arrebataban el poder, al extremo de que Santa Anna regresó 11 veces a la Presidencia?


¿En nuestro días somos independientes cuando para sobrevivir tenemos que importar más de 20 mil millones de dólares de alimentos y otros tantos miles de millones de dólares en gasolina en un país petrolero y contamos con 50 millones de mexicanos sepultados en la miseria, sin olvidar a los millones de ninis, otros de los indignados de nuestros días?


¿Cuál independencia doméstica si la nación se encuentra secuestrada por los sindicatos oficiales, unos rufianes analfabetos funcionales que lucran con el ahorro público con toda impunidad y ante la pasividad de la sociedad, como si no se tratara del hurto descarado del patrimonio de todos los mexicanos?


¿Viva México, también secuestrado por los partidos políticos o por las pandillas de mafiosos narcotraficantes que se apoderaron de carreteras, estados de la Federación o, bien, ¡Viva un Congreso!, que sólo se representa a sí mismo o ¡Viva! el cáncer de la corrupción que devora, como una gran metástasis, el organismo social?


Conmemoremos con un grito, sí, sonoro y doloroso, pero no tenemos muchos motivos para festejar...

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