REFLEXIONES LIBERTARIAS
EL PEJE SAHUARIPEÑO
Ricardo Valenzuela
En lo alto de la sierra sonorense, ya bordeando la línea con Chihuahua, se ubica el pueblo de Sahuaripa distinguido siempre por su perfil diferente al resto del estado. Durante la primera década del siglo pasado, debido a las nulas comunicaciones con la capital, era famoso por la forma especial de su autogobierno independiente del control estatal. Se decía, Sahuaripa era buen ejemplo del liberalismo puro que abortara en el resto del país.
Se distinguía, también, por ser el productor #1 de profesionistas per capita en todo México, cuna de varios gobernadores, líderes, exitosos empresarios y, sobre todo, bellas mujeres. Conozco bien la historia del pueblo, porque es la raíz de mi familia a donde, cuenta la historia, recalara uno de tres hermanos Valenzuela desembarcados de la madre patria durante el siglo XVIII.
Sin embargo, hay algo especial que le ha dado aun más fama. Y es que, para no desentonar su historia sin igual, le daba vida también a nuestro PEJE sahuaripeño. Hacia finales del siglo XIX, nacía la leyenda del Loco Vidal quien, desde temprana edad, construyera una reputación a base de sus actos de rebeldía, su desprecio por el orden, su terquedad para “salirse con la suya” y, especialmente, su insaciable apetito para quebrantar la ley.
Las conductas del Loco, se podían haber identificado como el clásico redentor de pobres pero, como la mayoría de ellos, resentido y armado de las estrategias equivocadas, provocando lo contrario, más pobreza. Entre sus múltiples acciones, se le daba crédito como el pionero en la invasión de ranchos, propiedades protegidas por leyes que él no aceptaba ni respetaba y, en especial, se le coronaba como el gran abigeo de la sierra y destructor de puentes y veredas para evitar su persecución.
Al despertar el siglo pasado, el Loco Vidal era ya legendario por su odios contra Porfirio Diaz y la burguesía que controlaba el país, por lo que, terca y agresivamente, buscaba participar en las organizaciones anti reelecionistas que emergían en el pueblo. Sin embargo, debido a sus conocidas conductas antisociales, no se le abrían las puertas por lo cual, el volcán interior de sus resentimientos crecía amenazadoramente.
Con el propósito de darle legitimidad a sus delitos, lanza su candidatura para Prefecto del pueblo la cual, pierde de forma abrumadora. Ante la derrota, su rabia fue tal que se lanza a promover su propia mini revolución en contra de esa burguesía, a la cual acusaba de haberlo despojado de su victoria. Su convocatoria para reclutar insurgentes, resultaba en una cosecha de abigeos, asaltantes y prófugos de la justicia. La enferma mente de Vidal, acelera entonces su descomposición para abordar a un estado de locura extrema, y así se lanza a la lucha.
Al estallar la revolución en 1910, se le podía observar al frente de su imaginario ejercito portando dos amenazantes Colt .45, carrilleras cruzando su pecho y, por supuesto, su carabina 30-30. De inmediato se declara maderista y, ante el magnicidio, dirigía su imaginaria fuerza militar en contra del usurpador Victoriano Huerta. Con el triunfo de las fuerzas constitucionalistas de Carranza, Vidal pasaba ahora, según él, a formar parte del estado mayor de Álvaro Obregón, para librar sus batallas solitarias en las afueras del pueblo.
Cuando Pancho Villa desconoce a Carranza en la concentración de Aguas Calientes, Vidal, leal a su comandante Obregón, jura luchar hasta la muerte en contra de Villa, quien se convierte en el nuevo receptor de sus odios y resentimientos. Era común verlo, en las plazas de los pueblos de la sierra, arengando a la rebelión para terminar con tanta injusticia, pero haciendo a un lado la justicia de la ley, proceder a derribar cercos para el saqueo de los ranchos….”pues era lo justo.”
La carrera político—militar del Loco Vidal, navegaba viento en popa hasta que un derrotado Pancho Villa, en su retirada de Hermosillo a Chihuahua, arribara furioso a Sahuaripa. Nuestro personaje, sin tener noticia del resultado de la batalla, como buen Obregonista continuaba su lucha entre los silenciosos mezquitales del Valle de Tacupeto. Además, ya decoraba sus impresionantes pistolas con infinidad de marcas las que, según su versión, eran contabilidad de los villistas victimados por su metralla en las diferentes batallas, siendo que nunca viajara más de un par de leguas de su cuartel.
Pero la fortuna le daba la espalda cuando una partida de villistas, ejerciendo su conocido oficio, asalto de rancherías y robo de ganado, en su campeada por los alrededores del pueblo se percatara de sus movimientos militares. Descontrolados, de inmediato lo rodean para interrogarlo. Después de identificarse como General Obregonista, informa estar librando batalla en contra de Villa y, mas importante, luchaba por su robada prefectura. Los soldados, sin poder contener sus carcajadas, deciden llevarlo ante el General para, con la presencia de éste loco tan particular, divertirlo y aliviar un poco el dolor de su derrota.
El Centauro del Norte, luego de escuchar la fellinesca aventura de nuestro Peje contagiado por la rabia de las coyoteras del Tarachi, lejos de irrumpir en carcajadas, endurece la contextura de su rostro, le dirige una penetrante mirada y ordena: “Fusílenlo.” Los presentes no podían dar crédito a lo que atestiguaban y, al tratar de explicarle la demencia de Vidal, Villa responde: “Loco o sano, es enemigo de Villa y de México” y, ahora gritando, repite; “fusílenlo.”
Prosigue: “La terquedad y el atrevimiento de un loco como este, son imán para los pendejos, para politiquillos voraces, leguleyos de rebatinga, y para los intelectualitos resentidos con el mundo. Y porque esa necia persistencia los ciega y no los deja mirar entre los chirahuales, tésotas y palo fierros, son más peligrosos que la artillería de Obregón: Así que me lo fusilan.”
Minutos después, el Loco Vidal era pasado por las armas de un pelotón de los villistas los que, en su fértil imaginación, tanto hubiera combatido. Así terminaba la historia de un hombre tan desconectado de la realidad que, en sus momentos de locura extrema, creyó ser el Napoleón de la sierra cuando, armado de su necia y ciega consistencia llegara a contagiar gran parte de la región con sus resentimientos y locuras.
El abandonar Villa el pueblo, los sahuaripeños no sabían que les producía más alivio, la partida de Villa y su manada de bárbaros, o la derrota final del Loco. Comentaban, también, lo irónico de esta historia fue que Villa, al estar describiendo el “peligro nacional” que representaba el loco, pareciera estar describiéndose a si mismo y, sobre todo, dictando un futuro consecuencia de sus actos.
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