Una publicación reciente examina las primeras experiencias que Sigmund Freud y William Halsted tuvieron con la cocaína y sus efectos terapéuticos. Freud logró desengancharse de su “curiosidad” científica, pero Halsted no.
Uno de los enigmas todavía irresolutos de la vida de Sigmund Freud es el llamado “episodio de la cocaína”: los años en que el eminente médico vienés vivió una relación más o menos cercana con la cocaína, para algunos una adicción en toda forma y para otros un hábito única y profundamente inspirado por su curiosidad científica.
Freud comenzó a experimentar con la cocaína entre 1883 y 1884, es decir, cuando contaba con 27 o 28 años, una edad bastante apropiada para hacer de su cuerpo el laboratorio vivo de sus pruebas. Según relata en su Presentación autobiográfica —con prisa, como si quisiera pasar pronto a otro tema—, en 1884 solicitó la sustancia a una casa farmacéutica local con miras a indagar sobre sus propiedades y efectos en contra del dolor físico y algunos padecimientos mentales. No sabemos si su interés fue genuino o circunstancial, pero sí que se mostró sospechosamente entusiasmado con los resultados de su experiencia: en ese mismo año escribió un célebre reporte, «Über Coca» [“Sobre la cocaína”], casi un panegírico en el que exaltó las bondades del alcaloide; tampoco dudó en prodigar entre sus pacientes no solo las alabanzas, sino las recetas correspondientes que les permitirían acudir a su droguería más cercana en busca de la supuesta cura de sus males. En fin, una respuesta curiosamente febril, acelerada incluso, con una notable urgencia por comunicar a todos su descubrimiento.
Sin embargo, en un libro publicado recientemente, An Anatomy of Addiction, su autor, Howard Markel, hace notar el poco rigor científico de dicho estudio, sobre todo por el hecho de que Freud, al escribir sobre la cocaína, dio mayor importancia a sus “sentimientos, sensaciones y experiencias” que a observaciones netamente científicas.
Con todo, Freud supo resolver esta aparente contradicción con un recurso que, a la postre, haría de él uno de los escritores más importantes del siglo XX (incluso sin tomar en cuenta sus discutibles aportes científicos): su extraordinaria capacidad para tender un puente entre ese cúmulo confuso de oleadas subjetivas y un pretendido marco de objetividad. «En esencia, “Über Coca” presenta un personaje literario que se convertiría en una característica estándar en la obra de Sigmund: él mismo. A partir de este punto, Freud a menudo utiliza sus propias (y más tarde las de sus pacientes) experiencias y pensamientos en sus escritos conforme trabaja para crear una teoría universal de la mente y la naturaleza humanas. Un método que en la época se probó científicamente audaz, imprudente incluso, pero, en términos de la creación del psicoanálisis, sorprendentemente productivo», considera Markel en su libro.
El autor estudia también a otro científico pionero en las investigaciones con la cocaína: William Halsted, un cirujano estadounidense que, como Freud, su contemporáneo, se acercó a la sustancia en busca de un analgésico eficaz. Curiosamente, Halsted comenzó a experimentar el mismo año que Freud, en 1884, cuando trabajaba en el Bellevue Hospital de Nueva York; ahí un pequeño grupo de jóvenes médicos intentaba encontrar el anestésico idóneo para seccionar las extremidades y otras áreas del cuerpo sin poner en riesgo el sistema nervioso. Pero, desafortunadamente, ninguno de los participantes de estas pruebas conocía cuán adictiva puede ser la cocaína y uno a uno terminó cubierto entre sus nieves.
Aunque el destino de Halsted fue un poco diferente. Continuó ejerciendo con bastante éxito su profesión como cirujano, aunque secretamente entraba y salía de clínicas de rehabilitación sin conseguir nunca sanar de su adicción a la cocaína. Pero, según parece, esta sustancia fue indispensable para que Halsted desarrollara nuevas técnicas de cirugía e incluso llegara a ser nombrado jefe de cirujanos en el recién inaugurado Johns Hopkins Hospital. De alguna manera la cocaína le ayudó a desarrollar un mejor control de sí mismo. Aunque no sin consecuencias, como dice Howard Markel:
«Siempre el mesurado cirujano trabajó mucho para calibrar su dosis para calmar su nerviosismo y su angustia sin que esta nublara sus sentidos ni interfiriera con su juicio; con todo, en no pocas ocasiones calculó mal y navegó hacia el olvido narcotizado, abandonando sus responsabilidades».
Un ejemplo extravagante y expresivo de ese “olvido narcotizado” podría ser un texto que, en 1885, Halsted redactó y envió para su dictamen al New York Medical Journal. Un discurso inconexo y sin sentido cuya publicación, a pesar de todo, se autorizó (¿para desacreditar al Dr. Halsted y exhibirlo en su adicción?).
Este es un fragmento de «Practical comments on the use and abuse of cocaine» [“Comentarios prácticos sobre el uso y el abuso de la cocaína”], de William Halsted:
«Neither indifferent as to which of how many possibilities may best explain, nor yet at a loss to comprehend, why surgeons have, and that so many, quite without discredit, could have exhibited scarcely any interest in what, as a local anesthetic, had been supposed, if not declared, by most so very sure to prove, especially to them, attractive, still I do not think that this circumstance, or some sense of obligation to rescue fragmentary reputation for surgeons rather than belief that an opportunity existed for assisting others to an appreciable extent, induced me, several months ago, to write on the subject in hand the greater part of a somewhat comprehensible paper, which poor health disinclined me to complete».
[“Ni indiferentes a lo que de cuantas posibilidades pueden explicar mejor, ni en una pérdida de comprender, ¿por qué los cirujanos, y que muchos, bastante, sin desacreditar, podría haber exhibido apenas interés en lo que, como un anestésico local, había sido supone que, si no se declara, por la mayoría tan seguro de demostrar, especialmente a ellos, atractivo, todavía no creo que esta circunstancia, o un cierto sentido de obligación de rescatar la reputación de fragmentos de los cirujanos más que la creencia de que existía la oportunidad de ayudar a los demás en una medida apreciable, me indujo, hace varios meses, a escribir sobre el tema que nos ocupa la mayor parte de un trabajo un tanto comprensible, que la mala salud inclinado que yo terminara”.]
El célebre Freud y el menos conocido William Halsted: sin duda dos mentes curiosas, activas, inquietas, misteriosamente coetáneas, gemelas en algunos aspectos, que consideraron la cocaína una esperanza de sanación o de escudo frente al dolor físico o mental, pero que, para pesar suyo y también de tantos otros, vieron suplantado el sueño por la pesadilla de la adicción no resuelta.
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