Bogotá. - Hasta hace pocos días, cualquier analista latinoamericano que señalase al aumento de la presencia iraní en el Hemisferio como un riesgo para la seguridad regional habría provocado un número de cejas levantadas entre aquellos de sus colegas que tradicionalmente han despreciado dichos planteamientos como pura “paranoia”.
Sin embargo, los términos de la discusión sobre las actividades de la República Islámica en el continente cambiaron después del pasado 11 de octubre cuando el director del FBI, Robert Mueller, y el Fiscal General de EE.UU., Eric Holder, anunciaron que disponían de pruebas de la existencia de una conspiración impulsada desde Teherán que incluía el uso de sicarios del cartel de los Zetas para asesinar al embajador saudí en Washington. Semejante acusación – respaldada por un informante de la DEA, evidencia de transferencias de fondos iraníes a EE.UU., grabaciones de conversaciones con Teherán y declaraciones del principal imputado– puso al descubierto hasta qué punto el potencial desestabilizador de Irán ha sido subestimado por muchos gobiernos latinoamericanos.
Para los escépticos, vale la pena recordar algunos de los rasgos principales de los planes terroristas iraníes. La ficha clave en el complot resultó ser Manssor Arbabsiar, un vendedor de carros usados residente en Corpus Christi (Texas). Como de costumbre, una parte de la prensa ya ha comenzado a “deconstruir” el caso con argumentos como que un sujeto con una profesión anodina, conocido por su gusto por las mujeres y el alcohol no podía ser una ficha clave de la inteligencia iraní. Sin embargo, vale recordar como el terrorismo islamista ha demostrado una y otra vez su preferencia por protagonistas grises que deciden saltar a la fama montados en un evento atroz. Ahí está, por ejemplo, el caso de los responsables de los atentados del 11 de Marzo en Madrid, una parte de los cuales se había distinguido más por sus conexiones criminales que por su fervor religioso.
El complot iraní y la conexión mexicana
De hecho, Arbabsiar contaba con tres rasgos que le convirtieron en una figura atractiva para la Fuerza Qods del Cuerpo de Guardias de la Revolución Islámica (CGRI), una de las principales ramas del aparato de inteligencia exterior del régimen iraní. Por un lado, tenía conexiones personales con miembros destacados de los Guardianes de la Revolución. Por otra parte, mantenía negocios y familiares en Irán lo que ofrecía la posibilidad de presionarle. Finalmente, disponía de un pasaporte norteamericano que le proporcionaba una completa libertad de movimientos en EE.UU. y el exterior.
Así las cosas, el propio Arbabsiar ha reconocido que comenzó a trabajar bajo el control de Gholam Shakuri y un primo suyo, ambos funcionarios del CGRI. Este misterioso pariente resultó ser el general Abdul Reza Shahlai, uno de los responsables del apoyo iraní a los Grupos Especiales del Ejército del Mahdi (Jaysh al Mahdi) que ha protagonizado durante años ataques terroristas en Iraq.
No se puede decir que los planes ideados por el trió de conspiradores careciesen de ambición. Arbabsiar viajó a México para ofrecer al cartel de los Zetas 1,5 millones de dólares a cambio de detonar un carro bomba en el centro de Washington con el objetivo de asesinar al embajador saudí, Adel al-Jubeir. Pero además, durante las conversaciones con un supuesto representante de los narcos mexicanos – que resultó ser un confidente de la DEA – se perfilaron otros planes. Así, se discutió la posibilidad de organizar una ruta para transportar opio desde Oriente Medio que sería transformado en heroína y vendido en EE.UU. De igual forma, se planteo la posibilidad de realizar atentados contra las embajadas de Israel y Arabia Saudí en Buenos Aires.
Por si todavía queda alguien que vea el complot como algo que solo compete a los “gringos”, cabe preguntarse qué hubiese pasado con las relaciones México-EE.UU. si se hubiese descubierto la participación de Los Zetas en el estallido de un carro bomba en la capital norteamericana. De igual forma, vale la pena subrayar que la inteligencia iraní no tuvo el más mínimo reparo para sentarse con el supuesto representarte de una organización criminal mexicana al que ofrecieron dinero y drogas a cambio de su cooperación en la ejecución de ataques terroristas.
Finalmente, tampoco se debe olvidar que el plan para volar las embajadas israelí y saudí en Argentina hubiese convertido a Buenos Aires por tercera vez en blanco de un ataque terrorista organizado por agentes iraníes, después de un primer atentado contra la legación de Jerusalén en 1992 y la destrucción del edificio de la Asociación Mutual Israel- Argentina (AMIA) dos años más tarde.
El complot revela más allá de cualquier duda las intenciones de Teherán detrás de la expansión de su presencia en América Latina: trasladar al Hemisferio la guerra que libra contra EE.UU. e Israel en Oriente Medio. En este contexto, la desarticulación del complot de Arbabsiar debería ser visto menos como un motivo de tranquilidad y más como una razón para la alarma. Si los altos mandos del Cuerpo de los Guardias de la Revolución Islámica respaldaron el proyecto de un agente que contaba con contactos de bajo nivel en México y operaba en un entorno de alto riesgo como el territorio norteamericano, resulta lógico preguntarse por las actividades iraníes en los países latinoamericanos donde cuentan con complicidades mucho más extensas.
Complicidades y negligencias en América Latina
En realidad, la expansión de las actividades abiertas y encubiertas de la República Islámica en el Hemisferio no es fruto exclusivamente del celo de sus Guardianes de la Revolución. De hecho, el crecimiento de presencia iraní en América Latina solo se puede explicar si se tiene en cuenta la complicidad de algunos gobiernos de la región y la decisión de otros de ignorar el lado oscuro de un régimen que recurre al terrorismo como una herramienta de política exterior.
En cabeza de los primeros, se sitúa el presidente Chávez que ha construido una alianza estratégica con su homólogo, Mahmud Ahmadineyad, cuya última puesta en escena tuvo lugar con la reunión de la VII Comisión Mixta Venezuela- Irán a finales del pasado septiembre en Caracas. El encuentro, que se redujo a una ceremonia para la firma de nueve acuerdos de diversa índole, dejó en la trastienda aspectos más espinosos de las relaciones entre los dos países como la cooperación de inteligencia o el intercambio de tecnología militar. De hecho, existe evidencia de la presencia de miembros del Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica en territorio venezolano con plena autorización del gobierno bolivariano
La lista de los que prefieren mirar hacia otro lado tiene entre sus integrantes más destacados a Brasil y Argentina. De hecho, la diplomacia brasileña por boca de su canciller, Antonio Patriota, corrió a restar credibilidad a las acusaciones norteamericanas al afirmar que “había lagunas” en la investigación. Más escandalosa resultó la posición argentina. A pesar de haber sido alertado semanas atrás por EE.UU. y recibido una solicitud de Arabia Saudí para reforzar la seguridad de su embajada, el gobierno de Cristina Kirchner prefirió ignorar la probada capacidad iraní para cometer actos de terror en Buenos Aires y apostó por la teoría de la conspiración.
Una fuente diplomática argentina citada por el diario Clarín señaló que “todo huele a podrido” en la denuncia estadounidense mientras el sindicalista próximo al oficialismo, Luís D’Elía, declaró que “Washington quiere sabotear el diálogo abierto entre Irán y la Argentina”.
Así las cosas, el trabajo de las agencias de inteligencia norteamericanas y las pruebas acumuladas para la captura de Arbabsiar resultaron insuficientes para Buenos Aires y Brasilia. Sus gobiernos están decididos a continuar atrincherados en la incomprensible paradoja que combina la desconfianza hacia Washington con la credulidad hacia Teherán. El asunto parecería anecdótico si no fuera porque la próxima vez Irán podría contar con agentes más competentes, encontrar un narcotraficante de verdad y tener más suerte.
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