Héctor Aguilar Camín
Necesitamos “hablar en serio” con Estados Unidos sobre la lucha antinarco, dijo el precandidato de la izquierda Marcelo Ebrard durante una gira por Jalisco. “La verdad”, agregó, “es muy difícil ganar una batalla de ese tamaño sin ellos”.
Ese mismo día, el precandidato republicano a la presidencia, Rick Perry, actual gobernador de Texas, comparó a México con Colombia y dijo que México podría requerir de las fuerzas militares estadunidenses para, “en coordinación” con los mexicanos, “eliminar estos cárteles de narcotraficantes y mantenerlos alejados de nuestras fronteras”.
No es ese el rumbo ni el tono del diálogo, supongo, en que está pensando Ebrard, sino más bien el que trazó ese mismo día el nuevo embajador estadunidense Anthony Wayne, al comprometerse en Tijuana a crear una frontera “del siglo XXI”, “eficiente para mejorar el flujo comercial y turístico, así como para prevenir el tráfico de mercancías ilícitas”. (Excélsior, 2/10/2011)
No deja de ser una ironía que el país que se reputa campeón mundial del libre comercio, tenga prohibidas y persiga dos de las cosas que más demanda de México: mano de obra y drogas. Y que sean esas dos cosas las que más envenenan las relaciones de los dos países a ambos lados de la frontera.
Irónico también que el país que se reputa como profundamente respetuoso de la ley, tolere y administre en su territorio dos mercados ilegales del tamaño de la migración indocumentada (13 millones de personas) y del consumo de drogas ilícitas (25 millones de usuarios).
La frontera es la línea imaginaria de un mercado que en realidad no tiene fronteras. La fantasía de que se reprimirá ese mercado con detenciones y persecuciones es sólo eso, una fantasía. Pero una fantasía de costos terribles para los dos países, en especial para México.
El sellamiento de la frontera contra migrantes ilegales, iniciada por el gobierno del presidente Clinton en 1995, hizo menos porosa, más cara y más violenta la frontera. Sólo en 2010 fueron devueltos 603 mil mexicanos, muchos de ellos delincuentes que los gobiernos locales no quieren en sus cárceles.
Hay que sentarse a hablar con Estados Unidos, como dice Ebrard, pero no sólo de narcotráfico, sino de esa “frontera del siglo XXI” de que habla el embajador Wayne, en el entendido de que esa frontera futura, para ser eficaz, ha de parecerse mucho a la paulatina desaparición de la frontera.
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