por Manuel Hinds
Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009).
Hay mucha gente que piensa que el mal que la corrupción hace a la sociedad se mide por la cantidad de dinero que los corruptos desvían de los cofres del Estado, y por las cantidades que ellos cobran por hacer cosas que está en su poder hacer: las famosas "mordidas".
En realidad, el costo más alto de la corrupción son las distorsiones que introduce en el comportamiento del Gobierno y, a través de éste, en la economía y la sociedad en general. La distorsión fundamental es que, al permitirla, una sociedad permite que se cambie el papel del Gobierno, de un sirviente de la ciudadanía para proveer bienes y servicios que el sector privado no puede proporcionar, a un mecanismo para que personas que no pueden obtener riquezas produciéndolas en el sector privado se hagan ricos sacándoselas a los que las producen.
En ese proceso, el Gobierno se convierte en una presa para personas que no tienen el más mínimo interés en el servicio público sino en el jugoso flujo de dinero, influencias y poder que se le pueden extraer al Estado. Esto crea las condiciones para que se formen lo que podemos llamar grupos predatorios, grupos organizados para extraer recursos sistemáticamente del Gobierno y sus empresas autónomas. Cuando estos grupos controlan el Gobierno, la sociedad se convierte en una cleptocracia.
Para poder gozar de los recursos de esta presa, los grupos predatorios necesitan escalar el poder y aferrarse a él. En un pasado no muy lejano, esto se lograba con el control de las fuerzas armadas y con la creación de redes clientelistas, redes de personas que viven de que les den acceso a puestos públicos para conseguir allí los ingresos que no pueden conseguir en el sector privado. Esto ha cambiado. Las redes clientelistas siempre son necesarias.
Pero, ahora, lo crucial es controlar los medios de comunicación y de publicidad para distorsionar la información y manipular las opiniones. Los grupos que logran el control de los medios entran en una secuencia que para ellos es un círculo virtuoso. El control de los medios los lleva al poder, que les proporciona los recursos para pagar los medios de publicidad, que los mantiene en el poder…y así. Es decir, la misma presa proporciona los recursos que se necesitan para capturarla.
Uno de los resultados de caer en manos de grupos predatorios es que inmediatamente tratan de aumentar los gastos del Gobierno, no para hacer obras para la ciudadanía, sino para darse empleo a ellos mismos (para mantenerse como redes efectivas de clientelismo), y para pagar sus crecientes gastos de publicidad. Suben impuestos y le quitan recursos a la inversión pública y a los servicios públicos, con lo que estos decaen. Mientras más decaen, más recursos exige el Gobierno, más dinero fluye a las campañas publicitarias, y más grandes las redes de clientes empleados en el Gobierno, y más pequeño el sector privado, y más bajo el crecimiento de la economía. Pero la escasez ayuda a los predatorios.
Empleo, seguridad o suntuosidades, que son típicas dádivas para mantener una red clientelista, son mucho más apreciados cuando hay desempleo, cuando no hay seguridad ciudadana y cuando el pueblo entero está pasando humillaciones sin nombre, cuando el beneficiado salta de transportarse en desvencijados buses a hacerlo en caravanas de lujosísimas y frescas limosinas 4 X 4.
Así, los grupos predatorios usan la escasez para exprimir cada vez más al pueblo, mientras ellos mismos se vuelven más ricos. Esto es lo que marca la diferencia entre los grupos predatorios y los grupos de negocios privados. Estos últimos hacen dinero al proveer bienes y servicios al pueblo. Los grupos predatorios lo hacen quitándoselos. Es por eso que la corrupción no es sólo un costo monetario para la sociedad sino una fuente de decaimiento y destrucción.
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