29 octubre, 2011

¿Legalizar?

Quizá lo primero que debamos sopesar es la naturaleza del fenómeno que enfrentamos. En el pasado, crimen organizado era sinónimo de tráfico de drogas. Las organizaciones criminales hoy, sin embargo, tienen una cartera bastante más diversificada de actividades delictivas.

Edna Jaime

Debemos entrarle a un debate sobre la legalización de las drogas. Un debate que sea serio, profundo, con datos y evidencia que nos permitan formular conclusiones ciertas sobre el tema. Debemos tenerlo para desmitificarlo, para ponderar la propuesta en su justa dimensión y no seguir presuponiendo sin la debida evidencia, que es la bala de plata que acabará con el animal del crimen y la violencia en el país.

Las aseveraciones que hoy se formulan, las que están en contra y a favor, surgen más de un territorio emocional que del análisis riguroso. Justamente por ello debemos dar un paso adelante y entrarle en serio a la discusión. No sin antes estar conscientes de que la legalización del consumo, la producción, vaya, del mercado y toda la cadena de producción, ya sea unilateral o de manera pactada, tardará años, décadas en implantarse, si es que la discusión y los entendimientos se encaminan en esa dirección. Nosotros, en cambio, tenemos premura. Debemos pensar y actuar de prisa antes de que los daños de la violencia se profundicen y nos dejen todavía más maltrechos. Discutamos la legalización, sí, pero con un sentido de realidad.

Quizá lo primero que debamos sopesar es la naturaleza del fenómeno que enfrentamos. En el pasado, crimen organizado era sinónimo de tráfico de drogas. Las organizaciones criminales hoy, sin embargo, tienen una cartera bastante más diversificada de actividades delictivas, todas ellas interrelacionadas, y todas ellas violentas. Hace ya tiempo que las organizaciones criminales mexicanas se saltaron las trancas de su actividad original. Ahora controlan territorios y tienen amedrentadas a comunidades enteras. La legalización en el mejor de los casos resolvería la violencia asociada al tráfico de drogas, al narcomenudeo, pero no debilita el negocio de la extracción de rentas o el robo con violencia, o la privación de la libertad de un tercero a cambio de una recompensa económica. Estas son las nuevas modalidades del crimen, las que nos han robado la tranquilidad.

Nuestro problema entonces no es exclusivamente el tráfico de drogas. Nuestro problema es una criminalidad violenta que se desborda porque no encuentra límites. Cada acto criminal que queda impune ridiculiza al Estado y abarata el costo de violencia todavía más brutal. En algunas regiones del país la autoridad del Estado no existe o sirve a los intereses de los criminales. Éste, a mi parecer, es el punto medular de nuestra problemática y sobre ella debemos trabajar en los siguientes años. Se trata de construir capacidades institucionales donde no las hay. Se trata de limpiar instituciones corrompidas y capturadas por el crimen. Es un ejercicio de construcción de Estado. Difícil imaginar una tarea más compleja. La legalización de la droga no solucionaría ninguno de estos problemas. Por eso plantearla como “esa bala de plata” me parece más un acto de fe, una respuesta desesperada ante la impotencia que surge al reconocer que nuestro problema es tan profundo que nos llevará años resolverlo.

Tener un diagnóstico de esta naturaleza no nos condena, sin embargo, a pasar por años de zozobra. Se han formulado y difundido propuestas que podrían permitir al gobierno federal ajustar su estrategia en el margen. No tiene el gobierno que replegar las tropas a los cuarteles de un día para otro, no puede hacerlo, ni enterrar su estrategia públicamente. Simplemente debe cambiar de enfoque: reconocer que con los recursos con que cuenta no puede ir por todos a la vez y ser omnipresente. Asumir que no se trata de capturar a todos los “malos” sino motivar su cambio de conducta. Tiene que ser más estratégico, más selectivo y contundente en los casos en que decida hacerlo.

Analistas que han estado inmersos en la literatura y en experiencias reales de abatimiento de violencia en lapsos cortos, como mi colega Alejandro Hope, han venido presentando alternativas que poco a poco han penetrado en la opinión pública y quizá también en la manera en que se conceptualiza el problema desde las esferas gubernamentales. Eduardo Guerrero, otro de ellos, plantea que se vislumbra un cambio en la estrategia gubernamental en el sentido apuntado líneas arriba. De ser cierto, estaríamos presenciando una transición en la estrategia que en principio puede ser silenciosa pero que eventualmente se hará notar. Al proceso de construcción de Estado que tomará años, le debe acompañar una estrategia de abatimiento a la violencia en el corto plazo. Se dice muy fácil pero resulta por demás difícil aterrizarlo en estrategias y decisiones concretas.

Regreso al punto original, debemos discutir la legalización pero sin perder de vista que tenemos un cúmulo de temas que resolver por delante. Ojalá que la discusión de la legalización no nos distraiga de lo que verdaderamente importa que es fortalecer al Estado mexicano en sus instituciones de seguridad y justicia. Este trabajo lo tenemos que hacer. No hay atajos ni sustitutos.

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