05 octubre, 2011

Líderes y sociedad

Si Hitler tuvo tanto éxito en Alemania y fue aclamado, en su momento, hasta el paroxismo, fue en razón de que supo lucrar políticamente con el sentimiento de superioridad racial del pueblo teutón.

Francisco Martín Moreno

Los políticos mexicanos, como los de cualquier otro país, sólo pueden ser, en términos generales, el resultado de la propia sociedad en la que crecieron. Es evidente que las ciencias sociales no son exactas, por lo que, en la especie, pueden darse las excepciones a la regla como en la realidad se dan en cualquier latitud. Un Winston Churchill, un connotado amante de la libertad, sólo pudo ser el producto de una nación que ha luchado, como ninguna otra, por la democracia a través de los siglos, de la misma manera en que un José Stalin, únicamente pudo ser la consecuencia de un pueblo sumido en la intolerancia como fue el caso de la Rusia zarista, víctima de una tiranía mucho más que centenaria. ¿Cómo hubiera podido un Stalin acceder a la Casa Blanca hasta convertirse en un presidente de Estados Unidos? Un Somoza, Tacho Somoza, el dictador nicaragüense sólo pudo ser otro despreciable dictador, tan sanguinario como Leónidas Trujillo, el dominicano o Papa Doc, el haitiano, especímenes que pudieron desarrollarse, matar y robar impunemente de acuerdo a sus estados de ánimo, porque se desarrollaron en un caldo de cultivo propiciado por el autoritarismo español, la ignorancia, el analfabetismo, la apatía ciudadana, el terror a las represalias políticas, la miseria y las reiteradas invitaciones de la Iglesia católica a la resignación a cambio de pasar la eternidad reconfortados por la comprensión y el amor infinito de Dios. La pinza era perfecta: por un lado el gobierno ostentaba el poder político, el militar, el policiaco, es decir, el monopolio de la fuerza bruta y, por el otro, el clero ejercía, en degradante contubernio, el control espiritual de la nación hasta instalarla en la inmovilidad total.

Si Hitler tuvo tanto éxito en Alemania y fue aclamado, en su momento, hasta el paroxismo, fue en razón de que supo lucrar políticamente con el sentimiento de superioridad racial del pueblo teutón. Todavía no acaban de pagar el delirio que los pervirtió durante más de una década en la segunda cuarta parte del siglo XX. El precio ha sido elevado, pero en esa coyuntura política y social, Hitler era emblema de la sociedad alemana por más que en la actualidad deseen enterrarlo justificadamente en la fosa más profunda del panteón alemán. ¿Y México? ¿Acaso podíamos aspirar a una sociedad libre, democrática y próspera cuando al consumarse la Independencia el analfabetismo en la nueva nación alcanzaba un pavoroso 98% de la población, plomo en las alas que no hemos podido sacudirnos ni siquiera después de dos siglos de independencia? Cuando Díaz, el tirano, es afortunadamente lanzado al mar a balazos después de más de 30 años de oprobiosa dictadura, el hambre y la ignorancia, las injusticias sociales no tardarían en provocar una revolución en la que perderían la vida casi un millón de mexicanos. Una vez concluido el movimiento armado, ¿ya advendría la democracia y con ella la evolución y el progreso? ¡Qué va..! Todavía tendríamos que resistir la diarquía Obregón-Calles, más tarde el fétido maximato, un aborto republicano, sólo para concluir con la “Dictadura Perfecta” concebida con una mezcla de pócimas tóxicas en el aquelarre de la autarquía cardenista que tanto daño le haría al país.

Hoy en día integramos un país de reprobados y, por ende, no podemos aspirar a tener unos políticos “aprobados.” Una sociedad ignorante, embrutecida por la pésima calidad educativa, por la televisión y por la religión y sus dogmas absurdos; una nación en la que el 5% de la población acapara el 80% del ingreso… ¿Qué embrutece más a la nación? ¿La escuela en donde se incuba paradójicamente la ignorancia, la frustración y la desesperación económica puesto que la educación impacta directamente en las posibilidades de generar ingresos? ¿O la religión que invita a la postración, a la resignación con la esperanza de ser compensado y premiado en el más allá después de haber padecido en la tierra un infierno de perros? ¿Cómo aceptar los absurdos dogmas que todavía se atreve a promover la Iglesia para hacerse de más clientes que la enriquezcan con más limosnas pagadas por personas que escasamente tienen para comer? ¿Y la piedad? ¿O acaso no embrutece a la nación la televisión degradante diseñada para atrapar a los retrasados mentales invitándolos, además, a ingerir o a consumir productos inútiles o alimentos nocivos para la salud?

¿Podemos aspirar acaso a tener políticos distintos, estadistas sobresalientes con una clara visión de la realidad y del futuro, si fueron extraídos de una sociedad mayoritariamente embrutecida o por la escuela o la religión o la televisión? ¿La parte puede ser diferente al todo? ¿Cuántos libros lee en promedio al año un diputado o un senador o un secretario de Estado? De leerlos, ¿qué leerán? ¿En qué invertirán su tiempo libre nuestros jueces, magistrados y ministros? ¿Cuántos cuentan con una maestría en el extranjero, hablan más de un idioma y se pueden asomar a las ventanas del gran mundo? ¿Cuántos sabrán de memoria un solo poema o habrán leído a Shakespeare o a Cervantes? ¿Escucharán música culta? No, resignémonos, cancelemos la queja: nuestros líderes no pueden ser distintos al grueso de la sociedad mexicana. Nos quejamos de lo que nosotros somos sin darnos cuenta que todos en este país nos apellidamos Gordillo y pocos hacen algo para cambiar su apellido…

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