La anunciada marcha nacional de indignados, el inicio hueco de la carrera presidencial y el furor por los desplegados muestran a un país endeble.
LOS INDIGNADOS, EL ESPECTÁCULO Y SUS BUENAS CAUSAS
La economía del orbe no está para bollos. Y mientras las reacciones sociales en buena parte del llamado Primer Mundo corresponden, un poco, a esa inventiva juvenil y popular de autonombrarse indignado y ocupar alguna plaza pública —si es de renombre, mucho mejor—, sorprende y entristece observar que, hasta en eso, dadas nuestras propias y añejas formas de lucha popular, no pasemos de ser algo perezosos y copiones: el 15 de octubre se planea una concentración de indignados mexicanos para protestar en el mismo sentido que sus “pares” en otras partes del mundo.
Después de años de manifestaciones multitudinarias en contra del mal gobierno, de huelgas y movimientos universitarios, de éxodos, de padres cuyos hijos resultaron muertos por negligencia, de gritos públicos ante la injusticia en varios estados de la República, de reuniones de protesta a punta de guitarra y arte al aire libre, de lectura de poemas y de performances humildemente representados, de carpas pequeñas y grandes que encierran verdaderas penurias y profundas causas en varios zócalos y plazas, de indios encarcelados por defender árboles, de trabajo sexual sobajado y, últimamente, hasta de cigotos ciudadanos, le entra a uno cierta tristeza, por no decir decepción, al ver cómo lo más fácil para algunos connacionales ha sido tomar de retrasado pretexto las formas de manifestarse en otras regiones, dando una imagen patética de lo mexicano en particular y de lo latino en general.
En su momento el hambre de África le preocupó sobremanera al Primer Mundo: en los años ochenta se hicieron conciertos de rock y se recolectó muchísimo dinero para eso. Hubo artistas que saltaron a la fama a partir de su aparición en Live Aid, el concepto creado para tal fin, coronado por la idea genial de Michael Jackson de hacer una letra para que los artistas más representativos de Estados Unidos pudieran cantar de manera emotiva en el lanzamiento mundial del single emblemático: “We are the world” llegaría a estratosféricas e insospechadas cifras de ventas por todo el globo. Todo para y por el hambre de personas africanas en forma de piel oscura pegada a los huesos, se supone.
Así las cosas, a partir de ese performance primermundista nadie quiso quedarse fuera de “la preocupación por un mundo mejor” o por “la paz mundial”, cual Miss en concurso internacional. Así llegaron los ingleses y uno que otro irlandés hoy famoso, quienes juntaron a los suyos y nos recetaron su “Do they know it’s christmas?”, dedicándosela a la pobre África y a sus niños, que la causa, camarada, bien que valía la pena, joder.
Como suele suceder, al final llegaron los que hablaban español. De América Latina, unidos con los españoles, latinos gringos y hasta uno que otro brasileño, le dimos al mundo la pírrica “Cantaré, cantarás”, en donde lo mismo el grupo Menudo que don Pedro Vargas, al lado de Lucía Méndez y María Conchita Alonso, hicieron lo suyo, con todo y frasecitas en inglés al final. Nuestros propios escuincles, pobres y desnutridos, con sus chicles o mona en la mano, los mocos de fuera y la panza abultada, se murieron de la solidaridad y la emoción. Jackson ya se nos fue, convertido en hombre blanco. África, en pleno siglo XXI, sigue con hambruna, y el mundo occidental se sigue muriendo… pero por ver a U2.
EN SUS MARCAS, LISTOS...
El viernes siete de octubre comenzó, oficialmente, la carrera de los precandidatos rumbo a esta grandiosa meta llamada Presidencia de la República. Si la tomáramos en serio, tendríamos que estar ya en los grandes debates de los temas nacionales, en la discusión de los proyectos económicos y sociales, en los andamiajes parlamentarios que podríamos perfeccionar pensando en la excelencia, en las instituciones nuevas que deberán proteger nuestros derechos, en las mujeres que ocuparán la mayoría de los cargos y sus impresionantes carreras, en fin, en el recién parido sistema educativo en el que se está, hablando de cualquiera de sus niveles, por mérito propio, entre muchas otras cosas clave.
Pero no. Lo que tenemos es una enorme falta de institucionalidad, pues la política ha sido banalizada a tal grado que, ahora, en los asuntos públicos, lo que mueve es la frivolidad, así sea intelectual y, por supuesto, las buenas causas en la punta de la lengua en forma de desplegados, decálogos, puntos o compromisos políticos a firmar ante notario público. ¿Le suena familiar, querido lector?
Los indicios inmediatos de la parálisis ante 2012
EL IFE COJO
Después de de no sé cuánto tiempo, nuestros legisladores siguen en franca violación a la Constitución al no designar ni ratificar a los tres funcionarios del Instituto Federal Electoral (IFE) faltantes. Si la gran queja contra el IFE ha sido su falta de independencia, no sé por qué ciertos candidatos no se bajan ya de la contienda presidencial: quizá porque el sistema les sigue dando buenos motivos para que sigan tal cual y, claro, ni piensen en bajarse. Pero eso sí, hay que quemar a este sistema podrido que hasta permite que un partido se llame Movimiento Ciudadano sin que haya, hasta el momento, ninguna protesta ante ello. La verdadera capacidad de asombro se nos ha extraviado por completo.
EL ESCRITOR PERUANO
El sábado ocho de octubre apareció la nota donde el escritor peruano Mario Vargas Llosa, desde Madrid, afirmaba que el fracaso del presidente Calderón en su lucha contra el narco puede ser factor crucial para el regreso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la silla grande. “El detestado y detestable PRI puede volver”, afirmó el escritor, quien, al día siguiente, recibiría una respuesta contundente en boca del senador Manlio Fabio Beltrones: “(Vargas Llosa) conoce poco México… como político no ha sido lo exitoso que él mismo ha querido”. De intelectuales políticos a políticos intelectuales.
PEÑA NIETO, POSTURA DE ALTURA
El mes pasado, el ex gobernador del Estado de México afirmó que las reformas estructurales estaban estancadas porque el Presidente, que no el Partido Acción Nacional, había aprobado las alianzas con el Partido de la Revolución Democrática. Tema electoral afectado por la falta de verdadera actividad política de gran calado. Nadie quiere hilar fino, pero todos quieren hacer cuentas desde ya.
EL DESPLEGADO
El lunes 10 de octubre se publicó un desplegado en donde varios personajes piden una democracia de gobierno, no electoral. A saber, una coalición de gobierno. Se supone que el documento se publicó ante la inoperancia del sistema político y la indiferencia de sus actores, en lo general, y como dique a la propuesta de Peña Nieto, en lo particular, aquella en donde pide que se le den más curules en el Congreso, para armar, según esto, una verdadera mayoría legislativa con miras a lo que ya se canta para el sexenio que viene.
La intención, supongo, es buena. Sin embargo, para que se implemente un gobierno de coalición tienen que estar dadas ciertas condiciones de cajón en la realidad política de los países. Este tipo de gobierno necesita una previa y larga tradición de trabajo partidista compartido en los diferentes temas nacionales, así como en la mayoría de las carteras del ámbito gubernamental. Ni el documento ni los abajofirmantes, en distintas entrevistas, mencionaron nunca la finalidad de todo gobierno de coalición: asumir los fracasos. Llenos siempre de buenas y políticamente correctas intenciones, los intelectuales y líderes de opinión, tal vez sin saberlo, cooperan en el sentido contrario al que proponen, pues, al ser un grupo ya muy reconocido (muchos han sido parte del sistema), me da la impresión de que no reflexionan en que la gente también está harta de sus grupos y camarillas, siempre enquistadas, que tampoco reciclan sus voces, que también siguen siendo los ya conocidos y que terminan siendo parte del mismo statu quo político al cual ahora le sirven de espejo pero nada más.
¿Cómo pedir que se hagan pactos al cuarto para las 12 cuando ellos mismos poco hicieron en su momento? ¿Cómo pedir cultura política de altos vuelos cuando hasta los comunicadores tratan el tema cual sección de chismes? ¿De qué nos asombramos entonces?
LA DEBILIDAD
La fortaleza institucional mal entendida ha derivado sólo en grandes personalidades y en voces previamente autorizadas. Si bien es cierto que la voz intelectual, al igual que la del cantor, representa la conciencia de un pueblo, también tendría que ser la primera en señalar los errores, las hipocresías, las pifias y las taras de ese mismo pueblo. Más allá de los eslóganes, ¿dónde está el desplegado ciudadano por los peces gordos que nunca cayeron? ¿Dónde están los estados clamando por un desarrollo parejo a la Federación? ¿Dónde está la influencia femenina para cambiar el sistema político? ¿Dónde el grito desesperado para proteger a las grandes minorías?
El comportamiento intelectual así entendido termina por hacer del pueblo un concepto manejable sólo en el orden de la reprimenda al representante político en turno, en una entidad virginal a partir de la cual, discursivamente, todo lo demás se desata en beneficio de del interés propio que, así sea democrático, nunca deja de ser político en primera persona.
UN PAÍS DÉBIL
Si de verdad se desea un cambio, dejemos ya de copiar los grandes temas, que siempre nos llegan sin instructivo, y comencemos a ir reconociendo humildemente, antes que cualquier cosa, que nuestro país está débil. La discusión sobre el aborto en la Suprema Corte de Justicia de la Nación es tan sólo un último ejemplo de ello. A partir de controversias en dos estados, en vez de que este organismo le entrara al tema de cuándo comienza la vida, cuándo la ciudadanía y cuándo y cómo se termina, el debate versó sobre sí era o no competencia de no sé cuál o tal entidad, si le correspondía el debate a tal o cual ventanilla, desmentir o confirmar si el Papa había llamado o no. Es decir, escuchamos y leímos de todo, menos las ideas de nuestros ministros, así fueran de nuestras simpatías o no sus conclusiones.
Pensándolo bien, tal vez es hora de agarrarnos las manos y, con voz bien melosa, entonar de nuevo “Cantaré, cantarás...”.
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