“Don Eugenio Garza Sada fue cobardemente asesinado el 17 de Septiembre de 1973. Los demonios ya se habían soltado.”
Ricardo Valenzuela
Como homenaje a un gran hombre decidí publicar una serie de artículos en el aniversario número 30 de su cobarde asesinato. Sin embargo, por desviaciones vanas no lo hice, pero es una historia con vigencia para siempre y trato de reivindicarme ahora que se cumple un aniversario más de la inmolación de un hombre ejemplar.
A finales de los años 60 cursaba el último semestre en el Tecnológico de Monterrey después de que, sin tener claro sí mi vocación eran los negocios o la economía, había transitado saltando de una facultad a otra por lo que, éste último me ocupaba con solamente tres asignaturas de las seis que normalmente componían los programas. Ello me presentaba un problema pues habiendo sido un estudiante “travieso,” mi padre jamás me había premiado con un automóvil por lo cual, democráticamente me debía transportar en el popular raite (aventón).
Pero el problema se agravaba con un horario especial en el cual los miércoles mis clases se iniciaban hasta las 10 de la mañana, y a esa hora los estudiantes motorizados se encontraban ya desarrollando su capital intelectual en los salones del TEC. Ello provocaba que mi traslado al campus se convirtiera en una incógnita puesto que vivía en la colonia Obispado. El primer día de mi aventura, salgo esperando al buen samaritano que me ofreciera el raite. Sin embargo, luego de unos minutos de espera sin resultados, me doy cuenta de la encrucijada en la que me encontraba y empiezo a maldecir.
En medio del proceso en el que me invadía la histeria, veo un elegante auto negro haciendo el alto, el conductor baja la ventana y pregunta: ¿Vas al TEC? a lo cual asisto y casi me ordena, “súbete, yo voy para allá.” Confundido me trepo en el elegante transporte y cuando miro con detenimiento al conductor, me quedo sin habla cuando pienso reconocer a don Eugenio Garza Sada. Repuesto de la sorpresa, le pregunto: ¿no es usted don Eugenio Garza Sada? El hombre sonríe y me responde, “si, ese soy yo.” Al ver que yo me había petrificado, continúa. “Los miércoles tenemos la junta de consejo del TEC y yo siempre asisto.” Luego me fusila con una pregunta: “¿por qué vas tan tarde a clases?” Le doy toda la explicación a la cual asiente…”ah, que bien.”
Minutos después, transitábamos por las estrechas calles que atravesaban la colonia Independencia, y me pellizcaba para asegurarme no soñaba el ser pasajero de los hombres más poderosos del país. Nunca imaginé que ese sería el inicio de un capítulo inolvidable de mi vida. Durante el resto del trayecto, don Eugenio, con genuino interés, me interrogaba desde mi nombre, mi estado de procedencia, mi edad etc. Al llegar al TEC, le daba las gracias cuando me dice: “Si tienes problemas de transporte, yo todos los miércoles paso por ahí a la misma hora y te puedo dar el aventón.” Pues lo veo la semana entrante don Eugenio y gracias, le reviro.
Durante el último periodo de mi estancia en Monterrey, debo de haber cabalgado con don Eugenio no menos de 10 veces en el Jaguar negro que él mismo conducía, sin chofer ni guardaespaldas. En ese último tramo de mi educación, debo haber escuchado más lecciones de sabiduría, integridad empresarial, intelectual y personal de parte de aquel hombre tan especial, que en los cinco años anteriores en las aulas del TEC. Lecciones que en esa etapa de juventud irresponsable y superficial, no madurarían en mi conciencia hasta mucho tiempo después, para darme cuenta de la calidad humana, la visión y la grandeza de aquel hombre legendario, y la forma en que se adelantaba a sus tiempos.
La semana siguiente, don Eugenio hacía alto para recoger su pasajero y saludaba: ¿Cómo estás Valenzuela? Minutos después de trepar el auto e iniciar la conversación, era yo quien lo fusilaba con una pregunta. ¿Por qué la idea de fundar el TEC, don Eugenio? Veo en su rostro una sonrisa, suspira profundo e inicia: “Mira chero”—¿Cómo supo que así me dicen?—“Yo sé todo Valenzuela” me responde y prosigue: “en los negocios, en la política y en todas las actividades de las sociedades, el ingrediente más importante es el elemento humano, sobre todo, lo que guarde en su cabeza y los sistemas de educación en México se han dedicado a deformar mentes de manera criminal. El TEC es un esfuerzo para ofrecer una alternativa diferente y no sólo para los hijos de ricos, como tanto se le critica, para todo mundo y, a base de becas, estamos trabajando para que el esfuerzo sea masivo.”
Confundido pregunto: ¿Cuál es la diferencia entre los programas del TEC y otras Universidades? Me revira: “En educación hay áreas diferentes, pero dos muy importantes, el área de la tecnología y el de humanidades. La de tecnología, en la cual vemos dibujado el futuro, incluye todas las ingenierías y tratamos el que la calidad del producto sea muy superior al resto de las universidades. En la otra, yo sumo todas las relacionadas con negocios que tú debes conocer bien, economía, contabilidad y administración, tratamos de formar no sólo buenos ejecutivos, sino los empresarios del futuro con visión, arrojo, integridad, independientes de los dictados de nuestros gobiernos.
Todos ellos armados con eso, mentes independientes que no simplemente se memoricen lo que el profesor les dicta, sino que construyan un pensamiento crítico, desarrollen y utilicen su creatividad e imaginación y, sobre todo, exprimir la materia prima para formar los líderes que tanto requiere el país.
¿Qué es una mente independiente? Pregunto ahora con despistada curiosidad. Calla unos momentos y me revira: “Si para cuando un muchacho termina su carrera en el TEC, hemos logrado hacerlo olvidar esa popular frase; “que te mantenga el gobierno,” en gran parte hemos sido exitosos en formar una mente independiente. Si los muchachos también empiezan a cuestionar, con inteligencia y sagacidad, el eterno status quo del país, hemos cumplido. No hay nada más perverso que el deseo compulsivo de mandar que la resignada disposición a obedecer sin cuestionar esas mismas órdenes.” Sorprendido le reviro, bueno, pero si nadie obedece, entonces que desorden tendríamos.
“No es así,” me revira. “Se trata de que cuando obedezcamos sea algo muy cuestionado y debatido por la sociedad, y no simplemente el capricho de un solo hombre o su grupito de control. Nosotros en el TEC no hemos querido se convierta en un nido de grillos como la UNAM, por lo que no hemos establecido carreras como Derecho o Ciencias Políticas. Lo que hemos pretendido es formar mentes libres y críticas de lo establecido. Arribábamos al Tec y ya contaba los días para la siguiente cita”.
Don Eugenio Garza Sada fue cobardemente asesinado el 17 de Septiembre de 1973. Los demonios ya se habían soltado.
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