El problema de la estupidez es que tiene consecuencias inesperadas. Tal es el caso de los programas de seguimiento de tráfico de armas conocidos como “Rápido y Furioso” y “Receptor Abierto”, coordinados, en circunstancias aún nebulosas, por la Oficina para el Control de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego (ATF) en Estados Unidos. La idea de permitir que miles de arman “caminaran” para poder seguirles la pista hasta identificar a vendedores, traficantes y compradores resultó una quimera: no solo no consiguió su propósito sino que agilizó el trabajo de varias organizaciones criminales mexicanas. Es difícil imaginar un operativo más torpe, menos coherente y más peligroso. Las autoridades que lo llevaron a cabo deberían avergonzarse.
Pero hay algo que ha pasado desapercibido. Se trata del papel que ha jugado en todo esto la Asociación Nacional del Rifle (NRA, en inglés). La NRA es, quizá, la agrupación de cabildeo más eficaz de Estados Unidos. Su poder de veto en el partido Republicano es absoluto. Fundada hace 140 años, la NRA pretende defender la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense (“el derecho del Pueblo a tener y portar armas no será vulnerado”). Pero lo que la asociación en realidad busca es muy distinto. La NRA protege el inmenso negocio de la venta de armas en Estados Unidos, un negocio que ha puesto en las calles de ese país 300 millones de armas, cifra incomparable en el planeta. Quizá el mayor triunfo de la NRA fue comprometer al gobierno estadounidense a no renovar la prohibición de la venta de armas de asalto, que expiró en el 2004. Presionado, George W. Bush se negó a continuar la proscripción, que impedía la venta de rifles semiautomáticos o armas de alto poder que lejos están de servir para proteger el hogar o, mucho menos, para la caza deportiva. En el contexto de la psicosis que dejara el 9-11, Bush no tuvo mayor problema en darle a la NRA lo que quería. Las consecuencias han sido brutales, especialmente para México. Para los cárteles de la droga, la aprobación de venta de armas de asalto ha sido un regalo de Navidad que dura el año entero. Después del 2004, México se llenó de armamento terrible, flamante y de fácil acceso. Al acabar con la prohibición de armas de asalto, la NRA consiguió articular varios ejércitos en México, huestes que buscan usurpar las funciones del Estado mexicano. Así de fácil.
Desde entonces, la NRA no se ha detenido. A pesar de la evidencia, la asociación se niega a establecer un vínculo entre la venta indiscriminada de armamento en Estados Unidos y el reino de la muerte en México: cita artículos que minimizan el tráfico de armas en la frontera norte mexicana, acusa a legisladores de aprovechar la coyuntura, trata de enmarcar el debate volviendo a la supuesta protección de la Segunda Enmienda. Para ello, ha conseguido el apoyo de representantes y senadores republicanos. Las dos principales voces son las del senador Charles Grassley, de Iowa, y el representante Darrell Issa, de California. Ambos han encabezado la crítica y buena parte de la investigación a “Rápido y Furioso” y “Receptor Abierto”. ¿Lo hacen desde una indignación genuina? Puede ser. Pero no del todo. No es casual que Grassley e Issa, ambos, reciban la calificación más alta en el análisis “pro-armas” de la NRA. Grassley ha votado en contra de todo tipo de medidas que podrían reducir el tráfico de armas . El caso de Issa es similar. A Grassley, Issa y el resto de los partidarios de la NRA les conviene desviar la atención de la responsabilidad criminal de su organización hacia el descuido y la torpeza detrás de los operativos de la ATF. Por eso han dado seguimiento frenético a los tropiezos de la ATF. Protegen sus intereses, nada más. Lo suyo es la hipocresía. Para salirse con la suya, apuestan a que nadie en México advierta el calibre de su cinismo. Por eso se dan el lujo de decir que quieren “ayudar” al país. Se equivocan. Aquí nos damos cuenta de lo que pretenden. Y sabemos que, si de verdad quieren auxiliar a México, al que han llenado de armas, deberían darle la espalda a la organización que defiende lo indefendible y tiene, sin duda, las manos manchadas de sangre.
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