Lo dijo la señorita Giosue Cozzarelli, aspirante a Miss Panamá, cuando en un certamen de belleza fue interrogada sobre quién era Confucio: “Confucio es un señor muy antiguo chino-japonés que inventó la confusión”. Así estamos cuando hablamos de un proyecto de país, de nación, cuando queremos aterrizar las propuestas políticas, económicas, sociales, que México necesita para salir adelante. No es un problema de diagnóstico, el país, en realidad, está sobrediagnosticado, pero el mismo pareciera que nunca va de la mano con el tratamiento equivalente e incluso cuando éste se conoce y se tiene a la mano, cuando se ha probado en otras naciones, se prefiere no aplicarlo.
No tiene demasiado sentido que, por ejemplo, Marcelo Ebrard nos diga que sería una tragedia el regreso del PRI al gobierno sin decirnos primero por qué lo sería y, segundo, en qué se diferencian los proyectos de nación de cada uno de los tres partidos (proyectos que para saber en qué son diferentes primero necesitaríamos conocerlos). Lo que tenemos son debates de frases hechas. Un ejemplo, Enrique Peña Nieto habló ayer de su propuesta económica en la Fundación Colosio. Dijo el aspirante presidencial del PRI que se debe mantener la estabilidad macroeconómica, fomentar la competencia, impulsar a México como una potencia energética, lograr una mayor inversión en capital humano y reformar el modelo educativo. También se debe aumentar el crédito, duplicar la inversión en infraestructura, abatir la economía informal, diseñar una nueva estrategia de comercio exterior para competir con China e India, reactivar el campo e impulsar la vocación turística, rediseñar la política industrial además de aprobar una reforma fiscal integral.
Me parece perfecto, suscribo todos y cada uno de los puntos. Es más, no me imagino un candidato que pueda estar en contra de cualquiera de ellos (¿alguien se imagina a un aspirante diciendo que no quiere mantener la estabilidad macroeconómica?). Pero el punto no es ése, sino cómo se llega a todos estos objetivos. Un ejemplo: todos sabemos que México puede ser una potencia energética, ¿pero cómo, de qué manera, con qué reformas? ¿Se está dispuesto, por fin, a abrir la inversión privada en el sector, las coinversiones, a aceptar la pulverización, como hizo Lula con Petrobras, de las acciones de la empresa? Son preguntas. Ser una potencia energética puede incluir muchas cosas: lo que sabemos es que cuando se propuso esa reforma se habló de todo esto y nos topamos, después de meses de debates y consultas, con el parto de los montes, hubo algunas medidas positivas, pero estamos muy lejos de tener la legislación que el sector requiere.
Con la reforma fiscal integral estamos igual: en realidad no hay que inventar nada al respecto, pero las preguntas son obvias. El PRI dice en sus documentos básicos (no en un programa coyuntural) que no aceptará el IVA a alimentos y medicinas. ¿Modificará esa decisión? ¿Alguien puede creer que podemos tener una reforma fiscal integral sin cambios a la ley del IVA, sin gravar a todos los productos? ¿Se puede seguir subsidiando, por ejemplo, las gasolinas?
Estamos personalizando con lo que dijo ayer Peña Nieto, porque habló de todos estos temas, porque es hoy por hoy el aspirante mejor posicionado y porque el PRI no ha apoyado en el Congreso muchas de las políticas públicas que deberían corresponder a esos objetivos. Pero podríamos estar hablando de cualquiera de los otros precandidatos o partidos. En esto parece haber uniformidad: todos nos dicen qué quieren hacer, pero ninguno nos dice cómo quieren hacerlo, con base en qué medidas concretas.
Ayer también se presentó un documento con firmas para impulsar un gobierno de coalición. Es difícil estar en desacuerdo con la posibilidad de que dos o más partidos participen en un gobierno de coalición que saque adelante una agenda común. No me parece tampoco mal, como lo ha propuesto Manlio Fabio Beltrones, que incluso se legisle en ese sentido. Pero, ¿desde cuándo se requieren mecanismos legales para algo que se debe sustentar en la voluntad política? Cuando aún no se iniciaba este sexenio, el entonces presidente electo, Felipe Calderón, propuso establecer un gobierno de coalición. El PRI lo rechazó en forma estruendosa. El PRD ni siquiera le reconoció la legitimidad a la administración entrante. Sexenios atrás, Ernesto Zedillo prácticamente dio entrada a esa posibilidad, designando, previa consulta con el PAN, a Antonio Lozano Gracia como procurador general de la República. El PAN no apoyó ninguna de las reformas que entonces se plantearon, desde la de pensiones hasta la energética. Para hacer coaliciones (con las que, insisto, estoy de acuerdo) se requiere voluntad política más que leyes y creo que hoy la misma es por lo menos exigua.
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