14 noviembre, 2011

Blake, un golpe al corazón

Todo indica que la caída del helicóptero se debió a un accidente, una mezcla de error humano con condiciones climatológicas desafortunadas.

Jorge Fernández Menéndez
Para todos, pero sobre todo para José Alfredo.

La muerte, hace tres años, de Juan Camilo Mouriño fue un golpe devastador para la administración de Calderón y, por supuesto, para el Presidente. Su amigo más cercano y su principal colaborador político moría en un accidente que resultaba tan lamentable como inexplicable: el presidente Calderón asumió que se trató de eso, de un accidente, hasta que tuvo pruebas técnicas irrefutables de que así había sido. Ahora no será diferente: todo indica que la caída del helicóptero del Estado Mayor Presidencial, donde falleció su también cercanísimo amigo José Francisco Blake Mora, se debió a un accidente, una mezcla de error humano con condiciones climatológicas desafortunadas, pero el Presidente querrá estar tan convencido él como la opinión pública de que así sucedió: dejar el caso en la oscuridad sería un terrible error que se sumaría a la tragedia.



Pero la muerte de Blake debe ser tan dolorosa en lo personal y políticamente para el Presidente como la de JuanCamilo, aunque el papel que le tocó jugar a Blake fuera muy distinto, tenía otra trascendencia. Sin embargo, por el momento y la circunstancia, será tanto o más difícil de solventar que el de Mouriño.

Fuera del golpe personal, en términos políticos es muy difícil reemplazar a un secretario de Gobernación con el que se tiene una profunda relación de confianza y un sentimiento de lealtad recíproca. Cuando Blake Mora reemplazó a Fernando Gómez Mont dijimos aquí que resultaba evidente que el presidente Calderón había decidido, luego de los desencuentros con su viejo amigo Fernando, tomar personalmente el control de los temas políticos, que Blake llegaba a Gobernación con la instrucción de coordinar la relación con los gobernadores, de coordinar las áreas del gabinete de seguridad (repitiendo el esquema que se había adoptado en Baja California mientras Blake fue secretario de Gobierno), pero que quedaba claro que el Presidente sería quien dirigiría tanto la política como la agenda de seguridad.

Así fue y si bien había acuerdos y desacuerdos con Blake en su función de secretario de Gobernación, había dos cosas que resultaban indudables: primero, era un funcionario de buena fe: ninguno de sus interlocutores se dijo jamás engañado por el titular de Gobernación; segundo, era en esa posición plenamente funcional para el Presidente. Le costó a Blake alcanzar esos objetivos, no conocía la política nacional a fondo ni tampoco a muchos de sus principales actores, pero precisamente en los últimos meses es cuando comenzaba a consolidarse en su función y en la operación que le había sido encomendada.

El presidente Calderón pierde a un amigo y a un operador de toda su confianza, con uno de los que más cómodo se sentía. Tiene que decidir su reemplazo (y el de buena parte de la estructura de la Secretaría de Gobernación) en un momento especialmente delicado: tiene que buscar un hombre (o una mujer) que conozca a los actores (no hay tiempo a un año de la finalización de la administración para tener una curva de aprendizaje). Tiene que ser un funcionario que conozca y reciba la confianza de los hombres responsables de la seguridad pública y nacional, incluyendo los mandos militares. Tiene que ser un funcionario que tenga la confianza de los partidos en pleno proceso electoral. Y que, además, si las tenía, que resigne sus aspiraciones electorales para el próximo año.

No me imagino a muchos a los que podría recurrir el Presidente para una responsabilidad de esas características. Pero tiendo a pensar que no innovará en su forma de entender y ejercer el poder luego de cinco años y de cuatro secretarios de Gobernación. Buscará alguien cercano, operativo y que ya sepa cómo gobierna, cómo trabaja el Presidente. No habrá tiempo para aprender. Y creo que ese hombre o mujer saldrá de la oficina de Los Pinos o de alguna posición del gabinete. En ese sentido, sólo hay dos, tres opciones. Por supuesto que finalmente el Presidente puede sorprender como cuando designó a Blake, pero a esta altura de las cosas y luego de un golpe tan duro proporcionado por el destino, lo que menos me imagino que querrá Felipe Calderón es improvisar en el último tramo del ejercicio del poder.

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