Otto Granados
Sinceramente no creo que anduviera tan desencaminado algún alto funcionario de derechos humanos cuando hace unos días se quejó de que quienes se han autoerigido en los altos representantes de ese magma que llamamos ciudadanía en realidad suelen abusar de la tragedia personal vivida, dolorosa sin duda, y por ende, instrumentalizan su condición vaciando de contenido eficaz lo que, en otras circunstancias, sería una lucha útil para el país.
Hace unos meses, por ejemplo, atestigüé en una comida el afán protagónico de la dirigente de una de esas asociaciones surgidas al calor de la crisis de inseguridad y vi no sólo la profunda ignorancia con que distorsionaba razonamientos básicos acerca de esa crisis sino que, ya encarrerada, opinaba con total autoridad acerca de la reforma fiscal, de la modernización del régimen político o del cambio climático.
Su conclusión, expresada sin recato intelectual alguno, era que había llegado la hora de los ciudadanos para tomar las decisiones políticas.
¿Ah sí? A ver, vamos por partes, como diría Jack el Destripador.
Las sociedades y los países necesitan buenos profesionales. Buenos arquitectos, buenos poetas, buenos médicos, buenos científicos y, claro está, buenos ciudadanos que ejerzan ciudadanía y buenos políticos que gobiernen.
Pero cuando creemos que unas profesiones u otras son intercambiables simplemente al contentillo y que podemos reemplazar a los políticos así como así, y ser hoy una amable ama de casa y a la mañana siguiente amanecer como gran líder ciudadano, algo anda mal.
Es cierto que parte del elenco de nuestros políticos actuales es simplemente vomitivo, pero también es verdad que una valoración intelectual y moral un poco más alta de la política (así, como concepto), que es una actividad decisiva para el desarrollo sano de un país, sería saludable.
Cuando se hace creer, sin embargo, que es una tarea prescindible y que cualquiera puede hacerse cargo de ella, se inocula un mensaje, inconsciente quizá, pero alarmante: hay que estar lejos de los políticos porque son malos, porque es una actividad pecaminosa o por cualquiera de esos lugares comunes, y, por ende, tienen que hacerla “los ciudadanos”.
Sí, esos que ahora pueblan los medios o las comidas con el Presidente o las invitaciones de los corrillos políticos o que se disputan los fondos presupuestales de las ONG´s internacionales.
Francamente, desde un punto de vista moral e intelectual, no sé si es la posición más sensata pero me recuerda algo inquietante.
“Españoles –afirmó alguien-, ha llegado para nosotros el momento más temido que esperado de atender el clamoroso requerimiento de cuantos, amando la patria, no ven para ella otra salvación que libertarla de los profesionales de la política”.
No fue, como evocaba Irene Lozano, un comentarista delirante o trasnochado. Lo dijo Miguel Primo de Rivera al proclamar en España su golpe de Estado, en septiembre de 1923.
Cada quien a lo suyo.
5 comentarios:
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