Jorge Ramos
La importancia del fenómeno Twitter es que le ha dado a cada persona un medio de comunicación masivo. Esto es nuevo. Esto es grande.
Ya nadie se queda callado. Si no te gusta algo, te metes a Twitter y tu voz será escuchada. Solo en 140 letras, símbolos o espacios. Ni uno más. Pero alguien, en alguna parte del mundo, casi seguro te leerá.
Políticos, actores, cantantes y periodistas ya no pueden decir que no saben lo que la gente piensa. Basta con meterse a Facebook o Twitter y sabrás –con pelos, señales y, a veces, hasta insultos- exactamente qué es lo que piensan de ti.
Tras más de 25 años trabajando en la televisión, ya no tengo que esperar a los ratings, encuestas, estudios de mercado o las cartas de los televidentes para medir las reacciones de lo que informamos cada noche. En varias ocasiones, aún no ha terminado el noticiero y ya tengo mi cuenta de Twitter inundada de comentarios y quejas. Lo mismo ocurre a otros reporteros en televisión, radio, diario y medios digitales. Ahora tenemos los oídos llenos.
Pero lo importante es que Twitter nos ha permitido una información circular. Informo y soy informado simultáneamente. Twitter rompió la tradicional barrera mediática entre el que enviaba un mensaje y el que lo recibe; hizo de la retroalimentación algo normal. Ese es el cambio más importante. Hay otros.
Twitter les ha permitido a políticos y artistas saltarse a los periodistas. Ya no hay un filtro. Un mensaje de campaña, una nueva canción o la simple negación de un chisme ya no tienen que pasar por el micrófono de un reportero; se envía directo por un tweet.
Los presidentes han entendido esto mejor que nadie. En @chavezcandanga el presidente de Venezuela responde a sus críticos sin someterse a las preguntas incómodas de periodistas independientes. Con @FelipeCalderon el mandatario mexicano se evita las conferencias de prensa. Además, las votaciones ya no se pueden ganar sin Twitter.
La realidad es que, en estos días, el que no está en Twitter no sale en la foto y no puede ganar una presidencia. Eso explica que el candidato presidencial priísta que va adelante en las encuestas en México, Enrique Peña Nieto, se haya incorporado recientemente a Twitter (@EPN).
La verdad, como periodista, no puedo competir contra la ubicuidad de Twitter. No puedo estar en todos lados todo el tiempo. Twitter sí. En accidentes, desastres naturales y noticias de último momento es mucho más probable que esté presente un twitero con un celular que un periodista. En eso nos ganan.
En lo que no nos ganan es en la cuestión de la credibilidad. La internet está plagada de datos falsos e información prejuiciada. Twitter y Facebook no son la excepción. Por eso, en esta era de tanta basura digital y spam, los periodistas son más necesarios que nunca para esclarecer qué es verdadero y relevante y qué no es.
Por último, Twitter nos ha cambiado la ortografía y la gramática. O, para ser más precisos, las ha puesto patas p’arriba. Para meter todo en 140 caracteres hemos apachurrado y despanzurrado al español. Los acentos prácticamente han desaparecido. Twitter ha logrado lo que propuso el escritor colombiano, Gabriel García Márquez, en un polémico discurso en Zacatecas en 1997, mucho antes que existiera siquiera el concepto de las redes sociales.
“Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota”, dijo el Nobel de literatura en el primer Congreso Internacional de la Lengua Española. Luego se pregunta: “¿Y que de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?” Ermozo. Jenial. Varvaro. García Márquez, visionario, se imaginó un mundo sin haches, un espacio donde las letras que suenan igual fueran intercambiables y donde los neologismos -¿qué tal el verbo retwitear?- se les adelantaran a los sabios de la Real Academia. García Márquez, de hecho, se imaginó Twitter antes que existiera. Twitter es el nuevo Macondo ortográfico: todo se vale, nada es imposible ni prohibido; si te lo imaginas, existe. Es la máxima simplificación de la ortografía con el fondo dominando a la forma.
Hay que tirar el fax, el beeper, la grabadora de mensajes, la copiadora, las estampillas postales y las máquinas de escribir. Twitter nos cambió la vida y no hay vuelta atrás.
Ya nadie se queda callado. Si no te gusta algo, te metes a Twitter y tu voz será escuchada. Solo en 140 letras, símbolos o espacios. Ni uno más. Pero alguien, en alguna parte del mundo, casi seguro te leerá.
Políticos, actores, cantantes y periodistas ya no pueden decir que no saben lo que la gente piensa. Basta con meterse a Facebook o Twitter y sabrás –con pelos, señales y, a veces, hasta insultos- exactamente qué es lo que piensan de ti.
Tras más de 25 años trabajando en la televisión, ya no tengo que esperar a los ratings, encuestas, estudios de mercado o las cartas de los televidentes para medir las reacciones de lo que informamos cada noche. En varias ocasiones, aún no ha terminado el noticiero y ya tengo mi cuenta de Twitter inundada de comentarios y quejas. Lo mismo ocurre a otros reporteros en televisión, radio, diario y medios digitales. Ahora tenemos los oídos llenos.
Pero lo importante es que Twitter nos ha permitido una información circular. Informo y soy informado simultáneamente. Twitter rompió la tradicional barrera mediática entre el que enviaba un mensaje y el que lo recibe; hizo de la retroalimentación algo normal. Ese es el cambio más importante. Hay otros.
Twitter les ha permitido a políticos y artistas saltarse a los periodistas. Ya no hay un filtro. Un mensaje de campaña, una nueva canción o la simple negación de un chisme ya no tienen que pasar por el micrófono de un reportero; se envía directo por un tweet.
Los presidentes han entendido esto mejor que nadie. En @chavezcandanga el presidente de Venezuela responde a sus críticos sin someterse a las preguntas incómodas de periodistas independientes. Con @FelipeCalderon el mandatario mexicano se evita las conferencias de prensa. Además, las votaciones ya no se pueden ganar sin Twitter.
La realidad es que, en estos días, el que no está en Twitter no sale en la foto y no puede ganar una presidencia. Eso explica que el candidato presidencial priísta que va adelante en las encuestas en México, Enrique Peña Nieto, se haya incorporado recientemente a Twitter (@EPN).
La verdad, como periodista, no puedo competir contra la ubicuidad de Twitter. No puedo estar en todos lados todo el tiempo. Twitter sí. En accidentes, desastres naturales y noticias de último momento es mucho más probable que esté presente un twitero con un celular que un periodista. En eso nos ganan.
En lo que no nos ganan es en la cuestión de la credibilidad. La internet está plagada de datos falsos e información prejuiciada. Twitter y Facebook no son la excepción. Por eso, en esta era de tanta basura digital y spam, los periodistas son más necesarios que nunca para esclarecer qué es verdadero y relevante y qué no es.
Por último, Twitter nos ha cambiado la ortografía y la gramática. O, para ser más precisos, las ha puesto patas p’arriba. Para meter todo en 140 caracteres hemos apachurrado y despanzurrado al español. Los acentos prácticamente han desaparecido. Twitter ha logrado lo que propuso el escritor colombiano, Gabriel García Márquez, en un polémico discurso en Zacatecas en 1997, mucho antes que existiera siquiera el concepto de las redes sociales.
“Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota”, dijo el Nobel de literatura en el primer Congreso Internacional de la Lengua Española. Luego se pregunta: “¿Y que de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?” Ermozo. Jenial. Varvaro. García Márquez, visionario, se imaginó un mundo sin haches, un espacio donde las letras que suenan igual fueran intercambiables y donde los neologismos -¿qué tal el verbo retwitear?- se les adelantaran a los sabios de la Real Academia. García Márquez, de hecho, se imaginó Twitter antes que existiera. Twitter es el nuevo Macondo ortográfico: todo se vale, nada es imposible ni prohibido; si te lo imaginas, existe. Es la máxima simplificación de la ortografía con el fondo dominando a la forma.
Hay que tirar el fax, el beeper, la grabadora de mensajes, la copiadora, las estampillas postales y las máquinas de escribir. Twitter nos cambió la vida y no hay vuelta atrás.
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