22 noviembre, 2011

La cultura de la transa

Dicen expertos del comportamiento social que los ciudadanos gustan de ser engañados por los políticos y que el engaño retrata a los seguidores.

Ricardo Alemán No es novedad que los políticos -del partido que se quiera- llevan troquelado el código de barras de la transa. Lo curioso, sin embargo, es que, a pesar de que muchos ciudadanos saben que su partido o político preferido es transa, aún así lo defienden a capa y espada, como si defendieran la cultura de la transa. ¿Por qué?

Dicen expertos del comportamiento social -como Savater- que los ciudadanos gustan de ser engañados por los políticos y que el engaño del político es algo así como un espejo que retrata a sus seguidores.

Viene a cuento porque una temporada electoral como la que vivimos en México es terreno fértil para exhibir la transa y el engaño de que son capaces los políticos mexicanos del partido que se quiera. Y los ejemplos aparecen tanto en el Congreso como en partidos, gobiernos, aspirantes presidenciales y líderes sociales.

Por ejemplo, una transa que coqueteó con el realismo mágico de García Márquez fue la que protagonizó la entonces diputada Beatriz Paredes, cuando se aventó la puntada de decretar desde la tribuna más alta de la nación "detener el reloj legislativo" para dizque no incurrir en una violación constitucional. La transa era evidente, pero fue simulada de manera ingeniosa.

También en la Cámara de Diputados han incurrido en una transa del tamaño del cinismo de los partidos y sus legisladores al negarse a procesar la selección de los tres consejeros del IFE. Todos los diputados de todos los partidos saben que están en falta grave, que son violadores de la Carta Magna -la que prometieron cumplir y hacer cumplir- y que la legalidad de las actuaciones del IFE puede ser cuestionada por inconstitucional. Sin embargo, a todos les vale madre. Total, no pasa nada.

También en el valemadrismo más vulgar se encuentra el señor René Bejarano, epítome de la transa de la izquierda y del gobierno de AMLO en el DF, y quien hoy se avienta la puntada de dar consejos sobre moral, ética y congruencia, y claro, sigue siendo el operador de su jefe, López Obrador, quien también en el cinismo más recalcitrante le ordenó a Bejarano -cuando éste era el jefe de la Asamblea Legislativa- esconder 12 años la información sobre el presupuesto de los segundos pisos del Periférico. ¿Por qué esconderlos? Por transa.

Una joya de las transas azules quedó al descubierto cuando el otrora preferido del presidente Calderón, el señor César Nava, decidió comprar un "depa" de 14 millones de pesos para hacer su "nidito de amor" de recién casado. Lo curioso es que, entre la generación de panistas, son muchos quienes recuerdan que, hace no mucho, el joven Nava no tenía ni dónde caer muerto. La transa.

Ya es parte de la picaresca política mexicana el tema de Juanito, el pobre diablo que fue usado por AMLO como botarga electoral, para ganar una elección a nombre de su jefe. Como todos saben, una vez ganada esa elección, Juanito debía renunciar y entregar el cargo a una candidata que, legalmente, no podía competir. Otra vez se trató de una estrategia ingeniosa, pero no por ello menos tramposa. Hoy se sabe que hay "juanitas" en San Lázaro, y que el mayor Juanito fue Marcelo Ebrard, quien se prestó a una mascarada para convertir en candidato presidencial a su jefe, AMLO.

Pero esa no fue la más grosera simulación. Resulta que, ya entrado en gastos -y perfeccionada su estrategia de transas-, el señor Andrés Manuel López Obrador reveló que ahora los "juanitos" serían los líderes del PRD, el PT y Movimiento Ciudadano, a quienes ordenó inscribirse como candidatos presidenciales para simular una contienda interna y, con ello, embolsarse los millones de pesos de prerrogativas para esos tres partidos, en la etapa de precampaña. Y, claro, con el objetivo de usar para su causa los millones de spots que le aportaría la simulación.

Otra vez la cultura de la transa en el político ejemplar de la llamada izquierda, el mismo engañabobos que enarboló la "República del amor" -del amor tramposo, claro-, y otra vez la carretada de fanáticos que aplauden que su mesías sea el rey de la transa. Y es que no faltan los periodistas, comentaristas, intelectuales y ciudadanos de a pie que justifican que AMLO recurra a la transa como método convencional de hacer política. Y hasta dicen que no le queda de otra ante una ley "tramposa". ¿Qué tal?

La metáfora de los que fumando mota y metiéndose un perico de coca lanzan consignas contra "el criminal gobierno federal", que persigue a las mafias del crimen. Políticos transas, espejo de ciudadanos transas. ¿Qué, no?

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