Por Robert P. Murphy.
1. Guerra total
La economía de mercado implica una cooperación pacífica. La división del trabajo no puede funcionar efectivamente en medio de una guerra. La guerra entre tribus primitivas no tenía este inconveniente porque las partes en conflicto no se dedicaban al comercio antes de las hostilidades. Así que se dedicaban a la guerra total.
Las cosas eran muy distintas en Europa (antes de la Revolución Francesa), cuando las circunstancias militares, financieras y políticas producían una guerra limitada. Las guerras generalmente las libraban pequeños ejércitos de soldados profesionales, que generalmente no afectaban a no combatientes o su propiedad. En este contexto, los filósofos concluían que, como los ciudadanos solo sufrían por la guerra, la forma de eliminar la guerra era destronar a los déspotas. La extensión de la democracia, pensaban muchos, coincidiría con una paz eterna.
Lo que olvidaban estos pensadores era que solo el liberalismo democrático garantiza la paz. En tiempos modernos, los estados lanzan guerras totales contra otros porque el intervencionismo y la planificación centralizada llevan a un verdadero conflicto entre ciudadanos de estados rivales. Bajo el liberalismo clásico, las fronteras políticas son irrelevantes; el libre comercio y la libre movilidad de la mano de obra significan que el patrón de vida de uno no se ve afectado por la expansión territorial. Aún así, bajo el nacionalsocialismo (y el intervencionismo de sus vecinos), los ciudadanos de la Alemania nazi realmente estaban preparados para conseguir ganancias materiales por la conquista.
En último término, los tratados y las organizaciones internacionales no pueden garantizar la paz mundial. Solo una adopción extendida de políticas liberales acabará con la guerra.
2. Guerra y economía de mercado
Es un mito extendido que la economía de mercado puede tolerarse en tiempo de paz, pero en situaciones de emergencia (como una guerra) el gobierno debe apropiarse del control de la producción. Durante la guerra, los recursos que normalmente van a los bienes de consumo deben desviarse a productos para el ejército: el consumo privado debe caer.
Los empresarios pueden efectuar este cambio más eficientemente si se les permite obtener beneficios y atender a la nueva demanda que emana del gobierno al gastar fondos en productos militares. Si el gobierno aumenta sus ingresos con impuestos más altos, pidiendo más prestado o incluso mediante inflación, al final los ciudadanos tendrán menos poder adquisitivo y su consumo reducido libera los recursos reales para producir productos para el esfuerzo de guerra.
En Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, este proceso cortocircuitó porque el gobierno se aferró a la doctrina sindical de que al sueldo real que llevan a casa los trabajadores no debería permitírsele caer, ni siquiera en tiempo de guerra. Por consiguiente, el gobierno fue reticente a gravar con impuestos más altos e impuso controles de precios para impedir “beneficios de la guerra”. Dadas estas realidades, la única solución era intervenir aún más en el mercado, imponiendo planes de racionamiento y otros controles, pensados para garantizar el flujo adecuado de recursos a las industrias bélicas.
Las guerras modernas se ganan con material. Los países capitalistas derrotan a sus rivales socialistas porque los empresarios privados son más eficientes en la fabricación de productos, ya sea bienes de consumo en tiempo de paz o armas para sus gobiernos. Aún así, al final la guerra y el libre mercado son incompatibles, ya que el mercado se basa en la cooperación pacífica.
3. Guerra y autarquía
Si un sastre y un panadero van a una guerra el uno contra el otro, es importante que el panadero puede esperar más por un nuevo traje de lo que el sastre puede estar sin pan. De forma similar, Alemania perdió ambas guerras mundiales porque no pudo bloquear Gran Bretaña ni mantener sus propias líneas marítimas de abastecimiento.
Los militares alemanes eran conscientes de su vulnerabilidad y por tanto destacaban la necesidad de una autarquía planificada centralizadamente. Ponían sus esperanzas en el Ersatz, el sustitutivo, un reemplazo que era de calidad inferior, coste más alto o ambas cosas, comparado con lo que habría importado del exterior el mercado no intervenido. Aún así, la inferioridad de los ersatz no es un vestigio de la mente capitalista. Los soldados mal equipados actuarán peor contra ejércitos que utilicen los materiales más ventajosos y costes de producción más altos significan que pueden producirse menos productos acabados a partir de los recursos dados.
4. La inutilidad de la guerra
El intervencionismo genera nacionalismo económico, que a su vez genera belicosidad. Esta tendencia es coherente internamente; solo las políticas de laissez faire son coherentes con una paz duradera.
Por qué importa esto
En este breve capítulo, Mises despliega su habilidad no solo como economista sino también como historiador militar. Contra la creencia popular, los controles del gobierno no fortalecen las proezas militares de un país. Los empresarios son mucho más eficientes que los planificadores centrales en la producción de tanques, así como en la producción de televisores.
Sin embargo, a largo plazo, la economía de mercado se basa en la división del trabajo, que requiere una cooperación pacífica. El auge de la guerra total en la era moderna se debe al auge de la “estatolatría” y el intervencionismo.
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