En sus breves siete puntos, la declaración firmada por El Salvador y los Estados Unidos con motivo del Asocio para el Crecimiento, menciona nada menos que cuatro veces la palabra "obs- táculos". Que se haya reconocido esa realidad es ciertamente saludable.
La declaración, definida como una "de principios", habla de la necesidad de aumentar la productividad, de reducir el crimen, de promover la rendición de cuentas, y de propiciar un trabajo en conjunto con el sector privado.
El texto abunda en las palabras floridas que suelen sazonar a tales documentos. Y tiene, por cierto, bastante más de prolijo listado de intenciones que de genuina declaración de principios..., pues de ser tan sólidos esos principios la remoción de obstáculos ya se hubiera efectuado hace tiempo. ¿Antes o después del 2009? Antes que hoy, seguro. Que todos los políticos reconocieran esa realidad sería, también, muy saludable.
¿Quién se opondría a tan sanos principios? Nadie en su sano juicio. Nadie, salvo el cartel que está en Comalapa, precisamente cuando se emprende el camino hacia San Salvador. Es lo primero que se ve al salir del aeropuerto. Inoportuno. Ya hubo ciertos pataleos de las gremiales empresariales. Y una sutil respuesta del presidente Funes al diferenciar entre "las gremiales" y "los empresarios".
Toda diferenciación entraña un riesgo, potenciado en este caso por la alta jerarquía de quien la expresó, pues abre la puerta a la peligrosa tentación de separar entre los "buenos" (amigos) y los "malos" (enemigos), en base a criterios maniqueos. Porque no faltarán los comedidos de siempre, dispuestos a sobreactuar las palabras del jefe.
Sin embargo, es absolutamente cierto que una cosa son las gremiales y otra son los empresarios. La historia de América Latina ofrece un amplio muestrario al respecto.
Las gremiales existen para defender los intereses sectoriales de sus miembros. Algunas veces reclamando principios generales, es cierto. Pero en ocasiones sembrando, ellas mismas, los obstáculos al crecimiento. Y, hay que decirlo, han estado demasiado cercanas al poder en gobiernos anteriores. Sólo un recién llegado de Júpiter podría ignorarlo.
Los empresarios, por su parte, son quienes generan empleo y riqueza en una sociedad. El verdadero motor de la economía. Y, también hay que decirlo, han sido demasiado vapuleados por el poder en el actual Gobierno.
Nadie es malo sólo por ser empresario y ganar dinero. Hay que bajarle los decibeles al discurso divisionista, clasista y generador de envidias. Hay que rendirle más culto a Steve Jobs y menos al Che Guevara. Es una tarea de toda la sociedad, pero son las autoridades quienes tienen que tomar el liderazgo. Marcando la pauta.
Sobre esa diferencia entre gremiales y empresarios ya alertaba Adam Smith, padre de la economía, quien en su libro más famoso no sólo habló de la mano invisible..., sino que también desconfió de las actividades de lobby, esas que terminan olvidando los intereses del consumidor, "único fin y propósito de toda producción" (The Wealth of Nations, Modern Library, pág. 625).
En verdad, no hacía falta que lo dijera Obama. Lo viene diciendo desde hace años el Indice de Competitividad Global (ICG), valiosa herramienta comparativa que anualmente publica el Foro Económico Mundial, que en su reporte 2011-2012 ubica a El Salvador en un discretísimo puesto 91. Competitividad es sinónimo de productividad. Nada menos.
Con referencia a los retrocesos de este año, el reporte indica (página 31) que "las más altas caídas en la región se han experimentado en algunos países de América Central, principalmente debido a un deterioro de las condiciones de seguridad".
Tomemos puntualmente las ubicaciones de El Salvador en dos variables claves entre las más de 100 contempladas: en "calidad de la educación primaria" ocupa el puesto 125 entre 142. Y en "crimen organizado", el 142 entre 142.
Es cierto. No hacía falta que lo dijera Obama, quien al ver esos números debe haber murmurado un "my God". Pero está bueno que, ahora, también él lo esté diciendo.
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