07 noviembre, 2011

“Mi trabajo consiste en tocar el dolor”

Marcela Turati (México, 1974) es periodista de la revista 'Proceso' y está especializada en la cobertura de los impactos sociales de la violencia causada por la ofensiva contra el narcotráfico

El nombre de Turati es citado con frecuencia por los periodistas mexicanos. “Marcela va a los lugares a quien nadie más va”, comenta uno de ellos. Pese a los elogios, Turati prefiere definirse como “una reportera común especializada en la pobreza. Me había prometido no cubrir nunca asuntos relacionados con el narcotráfico hasta que, como a todos, la violencia se nos cruzó en el camino y nos obligó a cambiar de agenda”.

Turati relata que a partir de 2007 comenzó a visitar pueblos donde hallaba todavía “la sangre fresca en el piso” de “los cadáveres de los jóvenes recién asesinados”. Su trabajo, comenta, lo hace “cometiendo errores y tras varios sustos”. Se especializa en “las historias silenciadas, los invisibles”. Como los 50.000 niños que han quedado huérfanos desde que en diciembre de 2006 el Gobierno mexicano emprendiera la guerra contra el narcotráfico. Las viudas, la estigmatización, las víctimas. Relata anécdotas que hielan la sangre, pese a su dolorosa cotidianeidad. Las historias de “los refugiados por el miedo, los defensores de derechos humanos que son asesinados o amenazados de muerte. Mi trabajo consiste en tocar el dolor todo el tiempo”.

PREGUNTA. ¿Cuál es el estado actual de la prensa en México? ¿Qué pesa más, la censura o la autocensura?

RESPUESTA. Se extiende un manto de silencio en varios estados del país. Ocurre principalmente en la frontera con Estados Unidos, y también en los lugares donde dos cárteles se disputan el territorio, o donde no quieren que se informe sobre sus actividades, o donde los gobernantes quieren prohibir a la prensa que informe. No todos los periodistas corremos los mismos riesgos. Son distintos para los corresponsales extranjeros, los periodistas que viajamos de ciudad de México a los lugares de riesgo y los locales que viven en el fuego cruzado.

En mis viajes a las zonas de violencia me he encontrado muchos reporteros que ya se sienten muertos en vida. Que, como veteranos de guerra, sienten que la vida les es indiferente y ya redactaron su testamento. Conozco a fotógrafos en ciudades como Juárez que tienen el récord de haber fotografiado 19 muertos en un solo turno de trabajo. Muchos están amenazados, saben que con cada nota se juegan la vida. Muchos tienen pesadillas. Creo que muchos las tenemos. Soñamos con sicarios o masacres. Algunos todos los días, en un deterioro psicológico infrenable.

He escuchado testimonios impactantes, como el del reportero norteño que cuando supo que un comando de hombres armados había sacado esa misma noche a un colega de su casa, frente a su familia, él mismo se despidió de su familia y se sentó en la sala a esperar a que pasaran por él. Estaba seguro que era el siguiente. Y no quería que lo llevaran frente a su familia.

Su amigo amaneció asesinado, tirado en una calle. Él aún vive y lo cuenta.

O la anécdota que nos contó el director de un periódico local del sur del país que recibe llamadas telefónicas con órdenes de los narcos que lo obligan a tomar foto de cabezas humanas y publicarlas. Y si está vivo es porque obedece las órdenes de todos: de ellos, sus rivales y el ejército. Está entre tres fuegos.

No todos los lugares son extremos. No todos están silenciados. Pero hay una tendencia al silencio, a la autocensura forzada, a simular que nada pasa, aunque en todos lados los periodistas realizan esfuerzos heroicos por informar, por seguir investigando.

P. A falta de un Estado de derecho, ¿qué garantías tienen un periodista en Mexico para ejercer su profesión?

R. No existen garantías en la cobertura de ciertos territorios. Ni siquiera tienes la garantía de que tu asesinato o tu desaparición se investigue y se encuentre y juzgue al culpable, porque eso no ocurre. La primera reacción del Gobierno federal y de los gobiernos locales cada vez que muere o desaparece un periodista es culparlo de que algo debía, dando la misma explicación fácil a cada uno de los más de 40.000 muertos.

No hay certeza de si vas a regresar o no de una misión. No por nada, las grandes cadenas de noticias han movido a sus corresponsales de guerra más experimentados a México, y estos veteranos nos dicen que esta cobertura es más complicada que la de una guerra ya que en México no están señalizados los bandos en conflicto ni los territorios donde operan y generalmente no sabes con quién estás hablando, si el alcalde o el policía al que entrevistas trabaja para uno de los cárteles o es honesto. A veces es preferible no hablar con ninguna autoridad o hacerlo cuando estás a punto de salir del territorio. A ese grado está la corrupción.

P. ¿Por qué la situación ha alcanzado cotas desesperantes? ¿Cuáles son los sitios en que es imposible ejercer en México? ¿Qué reacción tienen periódicos en estados como Tamaulipas, Nuevo León, Chihuahua, ante la rampante violencia?

R. Este sexenio [el periodo presidencial en México es de seis años]ha sido como montarnos en una montaña rusa interminable y cada vez más peligrosa, no sabes qué pasa, solamente ves que vagones enteros salen volando, que la persona que viajaba adelante ya no está, las bajadas son más despiadadas, no sabes cómo va a acabar el sexenio, quién estará muerto y si el piloto aún tiene el control.

La violencia se ha ido extendiendo y nos ha ido cercando en varias zonas del país. Muchas veces, los periodistas quedamos en medio.

Todo el Estado de Tamaulipas está silenciado y la zona se silencio se va extendiendo a sus alrededores. Esa ruta parece que está tomando Veracruz y Tabasco si no lo impedimos, así están grandes porciones de Michoacán, Zacatecas, Coahuila, Durango, Nuevo León, Sonora, Chihuahua, Guerrero, donde los medios de comunicación intentan ser controlados por los cárteles o los gobernadores, y los ciudadanos tienen que echar mano de las redes sociales para avisarse dónde ocurren los tiroteos o documentar lo que sus medios no informan.

Esta historia tiene claroscuros. Los periodistas mexicanos estamos dando la batalla y no nos estamos dejando silenciar, estamos tratando de encontrar grietas para evadir esta mordaza. En algunas zonas los reporteros de medios que eran competencia redactaron sus códigos de seguridad, obligándose a salir a reportear juntos para protegerse. Muchos medios no firman a los periodistas las notas de narcotráfico, para asumir el riesgo como empresa. Sé de reporteros que por ahora no pueden publicar pero están escribiendo libros con la información que tienen, otros regalan la información que no pueden escribir a medios de comunicación más grades para que la publiquen y sé de algunos que han abierto portales de noticias por internet del lado texano para evadir el control de los narcos locales.

Muchos reporteros estamos organizándonos en redes de periodistas para poder enfrentar mejor los nuevos retos. Necesitamos aprender de todo: desde cómo entrevistar a niños traspasados por la violencia, cómo organizarnos para evitar que todo el país se convierta en zona de silencio, cómo enviar información de forma segura desde las zonas peligrosas o cómo manejar nuestro propio miedo para seguir informando.

El panorama no es alentador pero estamos buscando caminos para blindar la información de la censura de los políticos y de los narcotraficantes, y blindarnos nosotros para no dejar que el miedo nos quite la capacidad de disfrutar la vida.

P. ¿Cuáles son los vicios del periodismo mexicano?

R. No hemos superado la herencia del PRI: las noticias se basan en las declaraciones de los políticos, en seguir a las élites, y los medios se han olvidado de su papel de guardianes de los intereses de los ciudadanos. Los empresarios de los medios, en general aunque hay sus excepciones, no piensan que la información es un bien público y la utilizan para defender sus intereses y para hacer negocio. En las redacciones se reproduce la desigualdad del país: unos pocos ganan millones, la mayoría vive con bajísimos salarios, el empleo se precariza, se contrata a gente peor capacitada para ahorrarse sueldos. El compadrazgo entre políticos y dueños de los medios es un lastre y todavía se castiga a los medios críticos y se premia a los aliados.

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