Durante la Segunda Guerra Mundial, en una miserable barraca de un campo de concentración, un judío religioso se paraba todas las mañanas a rezar. Un día, otro de los presos judíos se acercó y le preguntó: “¿Por qué rezas?” El religioso le contestó: “Para darle gracias a Dios”. El preso, famélico, desesperado, le reclamó: “¿Para dar gracias a Dios? ¿De qué? ¿Acaso no te das cuenta de la situación en que estamos? ¿De cómo los nazis nos tienen encarcelados? ¿De cómo han ultrajado a nuestras mujeres? ¿De cómo han matado a nuestros hijos y parientes en las cámaras de gas? No entiendo. ¿Qué hay que agradecerle a Dios en esta situación tan desdichada?” El religioso, tranquilo, replicó: “Que nosotros no somos ellos”.
Si no mal recuerdo, escuché esta historia en el Museo del Holocausto en Jerusalén. Me pareció fantástica. Sintetiza, creo, el tema de la moral: “De las acciones o caracteres de las personas desde el punto de vista de la bondad o malicia”. Y traigo a colación esta historia por el asunto de cómo el gobierno mexicano está violando los derechos humanos en su lucha en contra del crimen. Ayer dije, y sostengo, que torturar, desaparecer o ejecutar no sólo es una estrategia errónea para combatir la violencia sino que está mal desde el punto de vista moral. Por una razón: porque nosotros no somos, ni queremos ser, como ellos.
Pero tampoco soy un idealista iluso. El religioso judío fue asesinado por los nazis. ¿De qué le sirvió ser moralmente superior a sus victimarios? Se trata de uno de los dilemas morales más interesantes que existen: ¿qué hacer para defenderse de las personas malas, violentas, las que nos quieren hacer daño, las que nos quieren exterminar? ¿Hay que ser igual de violentos que ellos? ¿Se puede vencer a los nazis con una moralidad superior?
De no ser por los aliados, los nazis hubieran exterminado a los judíos del mundo. De hecho, éstos entendieron que la única manera de sobrevivir en un mundo violento es creando un Estado propio, con un ejército poderoso y con armas potentes con las que puedan encarar a sus enemigos. Sin embargo, los israelíes enfrentan cotidianamente el dilema moral de hasta dónde aplicar la fuerza, incluso violando los derechos humanos, para defender a su población. Por lo menos se discute este dilema. Es lo mínimo que debe hacer una sociedad democrática amenazada en su seguridad. Como la mexicana que está enfrentando una situación de violencia generada por el crimen organizado. ¿Se vale que el gobierno, en la supuesta defensa de la sociedad, torture, desaparezca o ejecute a presuntos culpables? ¿Y si las víctimas son inocentes? ¿Quiénes deben tener ese poder? ¿Sin contrapeso alguno?
Una cosa debe quedarnos claro: desde un punto de vista moral está mal que el gobierno, que representa a la sociedad, torture, desaparezca o mate a seres humanos. Porque nosotros no somos como ellos. Somos diferentes. Ellos, los criminales, al cometer actos delictivos, sobre todo al asesinar, demuestran su desprecio por la vida humana y el sufrimiento ajeno. Nosotros, en cambio, pensamos que hasta los más malos de los malos son seres humanos que tienen derechos inherentes que el gobierno debe respetar. Cuando una sociedad piensa así, ha dado un paso civilizatorio importante. Y está comprobado que la violencia declina de manera importante cuando se extienden los valores de la democracia liberal, incluido el respeto a los derechos humanos.
Es, sin duda, un tema polémico. Entiendo que haya mucha gente en México desesperada por la inseguridad y que piense que las fuerzas del orden deben acabar con los malos, cueste lo que cueste, sin miramientos a los derechos humanos. Pero moralmente no es posible desentenderse de este asunto así de fácil, así de rápido. No perdamos, por lo menos, la capacidad de escandalizarnos con un reporte como el que presentó Human Rights Watch esta semana sobre México. Es lo mínimo que podemos hacer para no ser como ellos.
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