22 diciembre, 2011

Los chicos de Putin abandonan el nido

Durante años, un pacto de lealtad a cambio de rublos fomentó el crecimiento de una clase media apolítica cada vez más numerosa en Rusia. El pasado sábado, esta clase media se revolvió contra su creador, aunque está lejos aún de unirse en torno a un único candidato opositor, según la opinión de Irina Borogan y Andrei Soldatov.
El pasado sábado, por primera vez en este siglo, fuimos testigos de una clase media rusa que no estaba en los cafés o en los restaurantes familiares donde solían pasar los fines de semana, sino en las plazas, con pancartas y consignas. Por supuesto, entre la multitud que estaba en la Plaza Bolotnaya había anarquistas radicales, activistas por los derechos humanos y periodistas -todas esas personas que han acudido a las manifestaciones y marchas de la disidencia todos estos años de atrás, aunque no solían llegar a los dos millares en las mejores ocasiones-. Pero ésta vez han quedado difuminadas entre la multitud de caras totalmente nuevas, la mayoría de las cuales estaba en la Plaza por primera vez en sus vidas, y el resto que probablemente habían olvidado ya la última vez que habían participado en una manifestación de protesta.
 
Es absolutamente natural que la oposición esté experimentando una oleada de entusiasmo sin precedentes, convencida de que ha obtenido un nuevo grupo de votantes que comparte sus puntos de vista y la manera de dar batalla al Gobierno. Estas expectativas, sin embargo, están lejos de cristalizar en algo concreto.
Lo que vimos en la Plaza Bolotnaya era la clase media de Moscú, compuesta por gente pudiente, con formación académica, que pasa un montón de tiempo en Internet y posee un Mazda, un Ford o un Nissan que han comprado a plazos. Algunos de ellos estarán pagando una hipoteca de un apartamento en algún lugar de las afueras de Moscú. Son personas agradables y no violentas, y parecen más gente en un cine o en un supermercado que inspirados revolucionarios, y es la primera vez que muestran en público cualquier tipo de interés en la política.
Durante la pasada década estaban activos en la esfera económica, pero apenas tenían presencia en el área de la cultura o de la política. El pacto que les ofreció Putin cuando llegó al poder era sencillo: la oportunidad de hacer dinero a cambio de no mostrar interés por la política. La clase media se rindió totalmente a este pacto. En 1998, cuando los precios se desplomaron después de la crisis, y en 1999, cuando tuvieron lugar varias explosiones en bloques de apartamentos, la gente estaba aterrorizada. La gente misma rescató la figura de Pinochet y su abandono de las libertades democráticas si éstas “tenían como resultado este caos”.
Durante muchos años, Putin decantó a su favor este pacto tácito. En la última década, la clase media ha crecido y se ha hecho apreciablemente más rica, y se ha acostumbrado a ir a esquiar o hacer cruceros durante sus vacaciones. Para proteger sus intereses se les aplicó la tasa más baja (13%) del impuesto sobre la renta.
La clase media ha roto ahora el pacto al salir a las Plazas y está claro que su interés en la política no se límita sólo al fraude electoral de las últimas elecciones. Tuvo su origen en septiembre, cuando Putin anunció que quería volver a ser presidente: la clase media se inscribió en masa para ser observadores electorales y han sido sus conclusiones las que dibujan el panorama de manipulación vivido en los colegios electorales.
Putin, en otras palabras, ha perdido inesperadamente su principal base de apoyos entre los miembros económicamente más activos de la población.
A principios de la pasada década, algunos esos amigos nuestros que ahora se manifiestan en la Plaza Bolotnaya consideraban a Putin una solución adecuada a una situación complicada. La mayoría de ellos no sufrieron la amedrentación de Rusia Unida, que suele aprovechar su papel gubernamental durante las elecciones incumpliendo directamente la Constitución. Pensaban que esto no iba a afectar a sus negocios o a su carrera profesional, y que aquellos que consideraban esto inaceptable eran perdedores que nunca encontrarían su lugar en la vida. Y mostraban un interés pasivo en la política, como demuestra el hecho de que la tirada de los periódicos ha descendido y que su programa favorito de televisión era “Namedni”, presentado por Leonid Parfionov, y que mostraba los acontecimientos políticos de actualidad con un barniz superficial de entretenimiento.

Estos precedentes dieron como resultado una ausencia total de una cultura de discusión política dentro de las clases medias. Rusia nunca ha tenido una tradición de tertulias políticas en los cafés (en la URSS todas estas discusiones tenían lugar alrededor de la mesa de la cocina). Durante la década pasada se abrieron muchos cafés, pero nunca se convirtieron en lugares de debate.
La clase media, al descubrir su interés en la política, se ha apresurado a empezar a intercambiar sus puntos de vista en las redes sociales. Facebook ha cobrado más importancia que Twitter: estos días no sólo es un medio para movilizar, sino que es también una plataforma para la interacción y una fuente de noticias. Además, el declive de la cultura política ha resultado en una pérdida de interés (y confianza) en los medios de comunicación tradicionales, tanto los del gobierno como los de la oposición.
Así que hoy día la supuesta clase media sólo está preparada para aceptar las soluciones más simples a los problemas complejos. Esta es una de las razones por las que Aleksei Navalny es tan popular, ya que es un maestro de las respuestas simples: la clase media está, según él, sufriendo por culpa del robo y el ladrocinio inagotables de la corrupción de los funcionarios del gobierno, y porque éstos han decidido “alimentar” al Cáucaso Norte.
Tanto la falta de confianza como la de cualquier experiencia de debate político son también las principales razones por las que la gente que acudió a la Plaza Bolotnaya no muestran un apoyo explícito a las figuras de la oposición tales como Boris Nemtsov, líder de PARNAS, Eduard Limónov, líder de los nacionalbolcheviques o Evgeniya Chiríkova, defensora del bosque de Jimki.
Los debates en los foros y webs de internet llamando a unas elecciones limpias están llenos de recelos hacia estas figuras. La clase media está espantada por Limónov, una persona intransigente, y por el bien parecido y glamuroso Nemtsov, que tuvo responsabilidades de gobierno en los 90. Pero también recelan de Chiríkova, que es uno de ellos, de la clase media. Lo más llamativo es que incluso Navalny, que definió a Rusia Uninda como un partido de ladrones y estafadores, está empezando a ser considerado como una persona que podría implicar a la gente en juegos peligrosos e incomprensibles. “No deis a Nemtsov o a Navalny un micrófono hasta que no estéis seguros de que van a expresas sus ideas y no van a limitarse simplemente a gritar. Dádselo a Parfionov”, escribe Svetlana Shapovalyants en el foro de Bolshoi gorod. La palabra “político” todavía está considerada como una palabra sucia.
Yury Saprikin, que durante años fue editor de Afisha, la revista de estilo de vida y tendencias más popular entre la clase media, en su artículo “Refresca esta página” hace la mejor descripción sobre el talante de la multitud en la Plaza: “Hay una noticia que no va a gustar a los políticos: la gente que ha acudido al mitin no está ahí por vosotros. Ha sido la primera vez que los habéis visto, no sabéis quienes son o qué piensan y no tenéis nada de lo que hablar con ellos ni, probablemente, que ofrecerles”. Entre los nombres que cita el artículo que han recibido el apoyo de la multitud se encuentran el popular escritor Boris Akunin y el presentador de televisión Leonid Parfyonov. Boris Akunin hizo, durante su intervención, un llamamiento a restituir a los moscovitas su derecho a elegir a su alcalde y a repetir las elecciones en la capital. Pero la gente de la Plaza no son políticos ni lo quieren ser.
Una cosa está clara: la clase media quiere nuevos líderes, pero de momento no tiene candidatos que proponer. La gente está cansada de farsas electorales, pero no saben a quién elegirán ni cuáles son sus demandas políticas. Además, tampoco confían en la oposición no autorizada, que ha llevado a cabo durante los últimos años numerosos esfuerzos para convencer a la sociedad de que las protestas callejeras son una posibilidad. En las crisis precedentes el Kremlin siempre recibió de la oligarquía su apoyo, no sólo financiero, sino también intelectual. Fueron los intelectuales, a petición de los oligarcas, quienes ayudaron a Yeltsin a ganar en 1996 y a Putin en 1999. Los oligarcas, que recibieron a Putin con los brazos abiertos, no tienen ahora prisa en ayudarle.
Durante los últimos 25 años siempre ha habido grupos de poder que han considerado que las reformas podían llevarse a cabo mucho más efectivamente si trabajaban codo a codo con las autoridades antes que con una población atrasada y con pocos estudios, y por esta razón las élites siempre han apoyado las decisiones políticas más difíciles.
Pero ahora que Medvedev ha renunciado a sus ambiciones presidenciales, hay muy pocos de estos grupos. Después de todo, para las élites el retorno de Putin al Kremlin sólo significará que no habrá una reasignación de los cargos gubernamentales ni tampoco nuevos empleos, por lo que no hay ninguna razón para mostrarle apoyo alguno.
Andrei Soldatov e Irina Borogan

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