30 enero, 2012

Obama: Un discurso fracasado para una presidencia desastrosa

Por Charles Krauthammer
Hace mucho tiempo, la estrategia ofensiva cortoplacista encaminada a minimizar pérdidas no era el juego de Barack Obama. El martes, constituyó la esencia de su discurso del Estado de la Nación. El visionario de 2008 -- el heraldo de la esperanza y el cambio, el sanador del planeta, el domador del creciente nivel de los mares -- ofrecía una hora de pequeñeces: ajustes menores del régimen fiscal para estimular el comportamiento de tal o cual índole (siendo actividad industrial las palabras estrella), pequeñas instancias de supervisión para tener controlados a los sinvergüenzas del sector financiero y a los piratas chinos de los DVD, incluso una petición presidencial de que "todos los estudiantes permanezcan en los institutos hasta que se gradúen o cumplan los 18". ¿Bajo qué pena? ¿La de cárcel? ¿El transformador autoproclamado de América hace ahora las veces de vigilante de pasillos de los institutos? 

Sonó igual que los años Clinton, con sus iniciativas presidencialmente anunciadas, con partido nocturno de baloncesto y uniformes escolares. Son las huellas de una presidencia maltrecha, totalmente desconcertada por el elevado paro, el estancamiento económico, la aplastante deuda -- y la notable ausencia de ideas.
 
Por supuesto, tratándose de Obama, hubo aires de grandeza. La esperanza y el cambio desaparecieron hace mucho. Ahora es la igualdad y la justicia.
 
Desde luego esa es una idea genial. Lenin y Mao llegaron muy lejos con ella. Como el Primer Ministro británico Clement Attlee y sus homólogos socialdemócratas de la Europa de posguerra. ¿Dónde entronca Obama? Vuelve a la obsesión Demócrata décadas atrás con las bajadas tributarias Bush, la cruzada en pos de una subida tributaria de 4,6 enteros al 2% de las familias -- 10 años de lo cual no alcanzan a cubrir la factura solamente del estímulo de Obama en 2009.
 
Razón por la cual Obama presenta un novedoso giro argumental nuevo -- la tasa Buffett, un tipo impositivo medio del 30% para millonarios. Suena novel. Pero es una desfasada réplica del impuesto mínimo alternativo, creado originalmente en 1969 para meter en cintura a todos los 155 peces gordos que no pagaban suficiente. Siguiendo el destino de las demás muestras de buenismo comparables, el impuesto mínimo alternativo se transformó a continuación en un monstruo de 40.000 millones de dólares que hoy entrampa a millones de contribuyentes de clase media.
 
Ni siquiera está el pretexto de que la tasa Buffett va a servir al crecimiento económico o la creación de empleo (aparte de proporcionar lucrativas minutas a los despiertos abogados fiscales que manipularán el sistema nuevo en beneficio de las rentas altas de antes). Lo que no debería de ser sorpresa. Allá por 2008, Obama fue preguntado si seguiría siendo partidario de subir el tipo impositivo a los beneficios de las inversiones (efecto previsto de la tasa Buffet) si esto redujera la recaudación del erario público.
 
Obama dijo sí. En nombre de la justicia.
 
Es redistribución de la riqueza por la redistribución de la riqueza -- y al cuerno con las consecuencias. Al Gobernador de Indiana Mitch Daniels le hicieron falta unos 30 segundos de su refutación del discurso del Estado de la Unión para echar abajo esa idea. Para hacer que las rentas altas contribuyan más, explicaba Daniels, no se suben los tipos impositivos. Esto acaba retrasando el crecimiento económico de todos. (a) Se eliminan los vacíos legales de los que se benefician de forma desproporcionada las rentas altas (reforma fiscal) y (b) se condicionan las prestaciones a la situación económica del cotizante de forma que las prestaciones vayan a los que más las necesitan.
 
La reforma tributaria y la reforma de lo social son ideas verdaderamente grandes. La primera produce justicia social con eficiencia económica; la segunda da lugar a la justicia social con reducción de la deuda. Y aun así son justamente lo que durante tres años Obama se ha negado a abordar de forma constante. Él prefiere la demagogia fácil del "gravar a las rentas altas".
 
Después de todo, ¿qué más tiene? A cuenta de su actuación no se puede postular. La noche del martes apenas llegó a mencionar de pasada la reforma sanitaria Obamacare o el estímulo, sus principales logros legislativos. Son demasiado impopulares. Su plataforma es la justicia, recogida en un amplio abanico de pequeñeces, una mini-legislación industrial tras otra -- bien envuelto el artificio en su anuncio dramático del "No voy a ceder la energía eólica ni la energía solar ni la industria de las pilas a China ni a Alemania". Como si él hubiera inventado estas actividades. Como si la financiación estatal a un millar de Solyndras fuera a hacer económicamente viable la energía solar.
 
Los planificadores centrales soviéticos promulgaban cuotas a la fabricación del acero, con total independencia de la demanda. La legislación industrial de Obama es un poquito más sutil. Incentivos fiscales a la fabricación industrial -- pero el doble de incentivos a la fabricación tecnológica, que por algún motivo se considera más virtuosa a pesar del hecho de que la tecnología tiende menos a crear puestos de trabajo obrero. Su principal creación de empleo se dará entre las legiones de picapleitos y lingüistas que prestarán testimonio ante alguna nueva burocracia de adjudicaciones que homologará que Paraguas Acme satisface el criterio de "empresa tecnológica" exquisitamente preparado.
 
Lo que Obama ofreció al país la noche del martes fue un puré sin contenido; un revuelto de iniciativas inconexas, una manada de nuevas instancias públicas intrusivas y una nueva generación entera de vacíos legales para corromper todavía más un régimen tributario que está pidiendo reformas a gritos.
 
Si los Republicanos no pueden derrotar eso en noviembre, deberían de cambiar de método de trabajo.

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