La bancarrota ideológica del socialismo se ha puesto de manifiesto con la insolvencia de los gobiernos.
El socialismo puede significar cosas
diferentes para personas diferentes, pero independientemente de cómo se
defina, está siendo sometido a una prueba rigurosa. La prueba será
visible para todos, mientras países de todo el mundo se quedan sin
dinero y enfrentan deudas abrumadoras imposibles de pagar así como otras
promesas financieras variadas que no podrán honrar. En resumen, la
bancarrota ideológica del socialismo se pondrá al descubierto por la
insolvencia de los gobiernos.
Tenía que suceder tarde o temprano. Las razones no son difíciles de entender.
La bancarrota ideológica está
brillantemente resumida por el autor británico y defensor de los
derechos individuales, Cecil Palmer: “El socialismo es viable sólo en el
cielo donde no lo necesitan, y en el infierno donde ya lo tienen”. Y la
insolvencia del gobierno la explica el famoso economista Frederic
Bastiat, que hace casi 150 años hizo esta juiciosa observación sobre el
embrionario socialismo moderno que estaba emergiendo en esa época: “El
Estado es la gran ficción por la que todos tratan de vivir a costas de
los demás”. Más recientemente, Margaret Thatcher, como político sensato
que era, lo expresó de manera pragmática: “El problema con el socialismo
es que tarde o temprano se te acaba el dinero de los otros”.
Mirad a Grecia, por ejemplo. Grecia no
dispone de los recursos financieros necesarios para pagar sus deudas,
las cuales están a niveles de basura [junk]. No muy distantes están
Letonia, España, Irlanda, el Reino Unido y casi todos los demás países
de Europa, aunque aún exhiban títulos valorados como de “nivel de
inversión”. La realidad es que las agencias de calificación aún no han
aceptado la extensión y profundidad de la insolvencia generalizada de
los gobiernos, o voluntariamente han evadido el hecho mirando para otro
lado. Y no olvidemos Islandia, que por supuesto ya se ha desplomado.
¿Cómo pudimos hundirnos hasta llegar a
esta situación? El Premio Nobel Friedrich von Hayek nos da la respuesta
en su brillante libro, profundo y profético, El Camino de la
Servidumbre, escrito durante los últimos años de la Segunda Guerra
Mundial.
El tema central de Hayek es que las
guerras amplían el poder del Estado moderno porque la planificación
nacional para luchar en la guerra continúa incluso en tiempos de paz.
Entonces esta planificación perenne del gobierno expande el estado del
subsidio a lo largo del tiempo, con resultados perjudiciales. Más
importante aún, la actividad económica se ve dificultada por el
creciente gobierno haciendo que personas y recursos se vuelvan menos
productivos. En otras palabras, como el gobierno no crea bienes y
servicios de consumo, se convierte en una carga económica para el sector
productivo de la economía.
Luego, conforme el gobierno crece, los
grupos de presión se vuelven cada vez más numerosos y poderosos,
llevando a la corrupción política. Más guerras o incluso tensiones de
política exterior y crisis económicas pueden impulsar a demagogos y a
líderes dictatoriales a ampliar aún más los poderes del Estado en
detrimento de todos y cada uno de nosotros. En palabras de Hayek: “Las
emergencias han sido siempre el pretexto bajo el cual las garantías de
la libertad individual se han erosionado”.
Hayek señaló que los daños sutiles
infligidos sobre la economía productiva y el crecimiento visible del
Estado derivados del socialismo se hacen evidentes sólo a lo largo del
tiempo. Hemos llegado a ese punto.
Más personas dependen del Estado que las
que proporcionan el dinero que el Estado necesita para cumplir sus
promesas. La mayor parte de Europa hace mucho tiempo pasó el umbral del
50%, con más gente dependiendo del gobierno que en el sector privado,
pero incluso en los Estados Unidos – que durante mucho tiempo reinó como
bastión de capitalismo, mercados libres y gobierno limitado – el 58% de
la población obtiene sus ingresos del gobierno en algún nivel.
En consecuencia, nos estamos aproximando
a una encrucijada. Un camino conduce a más socialismo, más demagogos y,
finalmente, a un dictador prometiendo que hará “funcionar” el
socialismo. El otro conduce a la sociedad capitalista que los Estados
Unidos solía ser, con mercados libres, gobierno limitado y el
incondicional estado de derecho.
Esperemos elegir correctamente. Si no lo
hacemos, sabemos por Winston Churchill lo que nos espera: “El vicio
inherente al capitalismo es la distribución desigual de las bendiciones;
la virtud inherente del socialismo es el reparto equitativo de las
miserias”.
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