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Quien quiera defender una sociedad libre
– es decir, el capitalismo – ha de reconocer que su fundamento
indispensable es el principio de los derechos individuales. Quien quiera
apoyar los derechos individuales ha de reconocer que el capitalismo es
el único sistema que puede defenderlos y protegerlos. Y quien quiera
entender la relación entre la libertad y los objetivos de los
intelectuales modernos, puede hacerlo observando cómo el concepto mismo
de derechos individuales es evadido, distorsionado, pervertido y
raramente discutido, sobre todo por los denominados “conservadores”.
“Derechos” son un concepto moral. Son el
concepto que proporciona una transición lógica desde los principios que
guían las acciones de un individuo a los principios que guían su
relación con otros. Son el concepto que preserva y protege la moralidad
individual en un contexto social. Son el vínculo entre el código moral
de un hombre y el código legal de una sociedad, entre ética y política. Los derechos individuales son la forma de subordinar la sociedad a la ley moral.
Todo sistema político está basado en
algún código de ética. La ética predominante en la historia de la
humanidad siempre ha sido alguna variante de la doctrina
altruista-colectivista que subordinaba el individuo a una autoridad
superior mística o social. Por consiguiente, la mayoría de los sistemas
políticos han sido variantes de esa misma tiranía estatista, variantes
que difieren sólo en grado, no en su principio básico, y limitadas
solamente por detalles accidentales de tradición, caos, luchas
sangrientas y colapsos periódicos. Bajo todos estos sistemas, la
moralidad fue un código que se aplicaba a la persona pero no a la
sociedad. La sociedad estaba al margen de la ley moral y era
considerada como su encarnación, su origen o su intérprete exclusivo; el
principal objetivo de la ética en la existencia terrenal del hombre
consistía en inculcarle a éste la devoción de tener que sacrificarse a
su deber social.
Como no existe tal ente como “la
sociedad” (puesto que la sociedad es sólo un grupo de hombres
individuales), eso significó, en la práctica, que los gobernantes de la
sociedad quedaban eximidos de la ley moral. Subordinados solamente a los
rituales tradicionales, mantuvieron poder total y exigieron obediencia
ciega, bajo el principio implícito de: “Lo bueno es lo que es bueno para
la sociedad (o la tribu, la raza, la nación), y los edictos del cacique
son su voz en la tierra”.
Eso ha ocurrido de hecho en todos los
sistemas estatistas, bajo cualquiera de las variantes de su ética
altruista-colectivista, tanto mística como social: “El divino derecho de
los reyes” resume la teoría política de la primera; “Vox populi, vox dei”
["la voz del pueblo es la voz de Dios"], la de la segunda. Como prueba
tenemos la teocracia de Egipto, en la que el faraón era un dios
encarnado; el gobierno ilimitado de la mayoría – la democracia –
de Atenas; el estado del bienestar regido por los emperadores de Roma;
la Inquisición de finales de la Edad Media; la monarquía absoluta de
Francia; el estado del bienestar de la Prusia de Bismarck; las cámaras
de gas de la Alemania nazi; el matadero de la Unión Soviética.
Todos esos sistemas políticos han sido
expresiones de la ética altruista-colectivista, y su característica
común es el hecho que la sociedad estaba por encima de la ley moral,
como una omnipotente y soberana adoradora de caprichos. De esa forma,
políticamente, todos estos sistemas han sido variantes de una sociedad amoral.
El logro más profundamente revolucionario de los Estados Unidos de América fue subordinar la sociedad a la ley moral.
El principio de los derechos
individuales del hombre significó extender la moralidad al sistema
social, limitando el poder del Estado, como protección del individuo
contra la fuerza bruta del colectivo, como la subordinación del poder al derecho. Los Estados Unidos fueron la primera sociedad moral de la historia.
Todos los sistemas anteriores habían
considerado al hombre como un medio sacrificable para los fines de
otros, y a la sociedad como un fin en sí misma. Los Estados Unidos
consideraron al hombre como un fin en sí mismo y a la sociedad como un
medio para la coexistencia pacífica, ordenada y voluntaria
entre individuos. Todos los sistemas anteriores habían afirmado que la
vida del hombre le pertenece a la sociedad, que la sociedad puede
disponer de él como que le plazca, y que cualquier libertad de la que
disfrute es suya sólo como un favor, sólo por el permiso de la sociedad, que puede ser revocado en cualquier momento. Los Estados Unidos afirmaron que la vida del hombre es suya por derecho
(lo que significa: por principio moral y por su naturaleza), que un
derecho es la propiedad de un individuo, que la sociedad como tal no
tiene derechos, y que el único objetivo moral del gobierno es proteger
los derechos individuales.
Un “derecho” es un principio moral que define y sanciona la libertad de acción de un hombre en un contexto social. Sólo existe un
derecho fundamental (todos los demás son sus consecuencias o
corolarios): el derecho del hombre a su propia vida. La vida es un
proceso de acción auto-sustentada y auto-generada; el derecho a la vida
significa el derecho a efectuar acciones de auto-sustentación y
auto-generación, o sea: la libertad para tomar todas las medidas
requeridas por la naturaleza de un ser racional para mantener, mejorar,
realizar y disfrutar de su propia vida. (Ese es el significado del
derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad
[mencionados en la Constitución USA].)
El concepto de “derecho” se refiere sólo
a la acción, específicamente a la libertad de acción. Significa ser
libre de compulsión física, coerción o interferencia por parte de otros
hombres.
Así, para cada individuo, un derecho es la sanción moral de un positivo, de su libertad de actuar, basada en su propio juicio, de conseguir sus propias metas por su propia elección voluntaria y sin coacción. En cuanto a sus vecinos, los derechos de él no les imponen ninguna obligación a ellos, excepto de tipo negativo: abstenerse de violar los derechos de él.
El derecho a la vida es la fuente de
todos los derechos, y el derecho a la propiedad es su única
implementación. Sin derechos de propiedad ningún otro derecho es
posible. Dado que el hombre tiene que mantener su vida por su propio
esfuerzo, el hombre que no tiene derecho al producto de su esfuerzo no
tiene medios para sostener su vida. El hombre que produce mientras otros
disponen de lo que produce, es un esclavo.
Tened en cuenta que el derecho a la propiedad es un derecho a la acción, como todos los demás: no es el derecho a un objeto,
sino a la acción y a las consecuencias de producir o conseguir ese
objeto. No es la garantía de que un hombre vaya a obtener un bien
específico, sino sólo una garantía de que será el propietario de ese
bien si lo obtiene.
Es el derecho a obtener, guardar, usar y disponer de valores materiales.
El concepto de derechos individuales es
tan reciente en la historia humana que la mayoría de los hombres aún no
lo han comprendido del todo. De acuerdo a las dos teorías éticas, la
mística o la social, unos afirman que los derechos son un regalo de
Dios, mientras que los otros dicen que son un regalo de la
sociedad. Pero, de hecho, la fuente de los derechos es la naturaleza del
hombre.
La Declaración de Independencia
determinó que los hombres “han sido dotados por su Creador de ciertos
derechos inalienables”. Da igual que pienses que el hombre es el
producto de un Creador o de la naturaleza, la cuestión del origen del
hombre no altera el hecho de que él es una entidad de una naturaleza
específica – un ser racional – que no puede funcionar con éxito bajo
coacción, y que los derechos son una condición necesaria para su forma
específica de supervivencia.
“La fuente de los derechos del hombre no
es ni la ley divina ni la ley parlamentaria, sino la ley de identidad. A
es A, y el Hombre es el Hombre. Derechos son
condiciones de existencia requeridas por la naturaleza del hombre para
su supervivencia como hombre. Si el hombre ha de vivir en la tierra, es
lo correcto que use su mente; es lo correcto que actúe según su propio libre albedrío; es lo correcto que
trabaje para conseguir sus valores y que retenga el producto de su
trabajo. Si la vida en la tierra es su objetivo, tiene el derecho a vivir como un ser racional: la naturaleza le prohíbe lo irracional”. (La Rebelión de Atlas)
Violar los derechos del hombre significa
forzarle a actuar contra su propio juicio, o expropiar sus
valores. Básicamente, sólo hay una manera de hacerlo: por la fuerza
física. Hay dos violadores potenciales de los derechos del hombre: los
criminales y el gobierno. El gran logro de los Estados Unidos fue hacer
una distinción entre los dos: prohibiéndole al segundo la versión
legalizada de las actividades de los primeros.
La Declaración de Independencia
estableció el principio de que “para garantizar estos derechos, los
gobiernos son instituidos entre los hombres”. Eso expresó la única
justificación válida del gobierno y definió su único objetivo legítimo:
proteger los derechos del hombre al protegerlo de la violencia física.
Por lo tanto, la función del gobierno
cambió del papel de amo al papel de siervo. El gobierno fue establecido
para proteger al hombre de los delincuentes, y la Constitución fue
escrita para proteger al hombre del gobierno. La Declaración de Derechos
no está dirigida contra ciudadanos privados sino contra el gobierno,
como declaración explícita de que los derechos individuales están por
encima de cualquier poder público o social.
El resultado fue el modelo de sociedad
civilizada que, durante el breve período de unos ciento cincuenta años,
América estuvo a punto de lograr. Una sociedad civilizada es aquella en
la que el uso de la fuerza física ha sido desterrado de las relaciones
humanas; en la que el gobierno, actuando como policía, puede usar la
fuerza sólo como represalia y sólo contra quienes inician su uso.
Este fue el significado esencial y la
intención de la filosofía política americana, implícita en el principio
de los derechos individuales. Pero no fue explícitamente formulada ni
totalmente aceptada ni consistentemente practicada.
La contradicción interna de América fue
la ética altruista-colectivista. El altruismo es incompatible con la
libertad, con el capitalismo y con los derechos individuales. No es
posible mezclar la búsqueda de la felicidad con el estatus moral de un
animal sacrificable.
Fue el concepto de los derechos
individuales el que dio a luz una sociedad libre. Fue con la destrucción
de los derechos individuales como la destrucción de la libertad tendría
que empezar.
Una tiranía colectivista no se atreve a
esclavizar a un país confiscando descaradamente sus valores materiales o
morales. Tiene que hacerlo a través de un proceso de corrupción
interna. Igual que en la esfera material el saqueo de la riqueza de un
país se consigue inflando la moneda, así también hoy se puede observar
cómo el proceso de inflación está siendo aplicado a la esfera de los
derechos. Ese proceso implica un crecimiento tal de “derechos” recién
promulgados, que la gente no se da cuenta del hecho que el significado
del concepto ha sido invertido. Igual que el dinero malo desplaza al
bueno, estos “derechos de pacotilla” deniegan los derechos de verdad.
Considerad el curioso hecho de que nunca
ha habido tal proliferación, en todo el mundo, de dos fenómenos
contradictorios: de supuestos nuevos “derechos” y de campos de trabajos
forzados.
El “truco” fue cambiar el concepto de derechos del terreno político al económico.
La plataforma del Partido Demócrata de
1960 [N. del T.: no muy diferente a las plataformas de los partidos
políticos modernos en todos los países] resume el cambiazo de forma
clara y explícita. Declara que una administración demócrata “reafirmará
el proyecto de Declaración de Derechos económicos que Franklin Roosevelt
grabó en nuestra consciencia nacional hace dieciséis años”.
Mantén presente en todo momento el significado del concepto “derechos” mientras lees la lista que la plataforma propone:
“1. El derecho a un trabajo útil y remunerado en las industrias, tiendas, granjas o minas de la nación.
“2. El derecho a ganar lo suficiente para proporcionar una alimentación, vestido y recreación adecuados.
“3. El derecho de todo agricultor a producir y vender sus productos a un precio que le dé a él ya su familia una vida digna.
“4. El derecho de todo hombre de negocios, grande y pequeño, a comerciar en un ambiente sin competencia desleal y sin el dominio de monopolios dentro y fuera del país.
“5. El derecho de toda familia a una vivienda decente.
“6. El derecho a la atención médica adecuada y a la oportunidad de alcanzar y gozar de buena salud.
“7. El derecho a la protección adecuada ante los temores económicos de vejez, enfermedad, accidentes y desempleo.
“8. El derecho a una buena educación.
Una única pregunta añadida a cada una de esas ocho cláusulas aclararía el asunto: ¿A costa de quién?
Empleos, comida, ropa, recreación (!),
viviendas, atención médica, educación, etc., no crecen en la
naturaleza. Son valores hechos por el hombre, son bienes y servicios
producidos por hombres. ¿Quién ha de proporcionarlos?
El que unos hombres tengan derecho
a los productos del trabajo de otros significa que esos otros están
siendo privados de sus derechos y condenados a trabajos forzados.
Cualquier supuesto “derecho” de un hombre que necesite que sean violados los derechos de otro no es ni puede ser un derecho.
Ningún hombre puede tener derecho a
imponerle una obligación indeseada, un deber inmerecido o una
servidumbre involuntaria a otro hombre. No puede haber tal cosa como “el
derecho a esclavizar”.
Un derecho no incluye la materialización
de ese derecho por otros hombres; incluye sólo la libertad de conseguir
esa materialización con el propio esfuerzo.
Observad, en este contexto, la precisión
intelectual de los Padres Fundadores [de los Estados Unidos]: ellos
hablaron del derecho a la búsqueda de la felicidad, no del
derecho a la felicidad. Significa que un hombre tiene derecho a realizar
todas las acciones que considere necesarias para lograr su felicidad;
no quiere decir que otros tengan la obligación de hacerle feliz a él.
El derecho a la vida significa que un
hombre tiene derecho a mantener su vida a través de su propio trabajo
(en cualquier nivel económico, hasta donde su capacidad le lleve); no
quiere decir que otros tengan que proporcionarle lo que necesita para
vivir.
El derecho a la propiedad significa que
un hombre tiene derecho a tomar las medidas económicas necesarias para
adquirir propiedad, usarla y disponer de ella; no quiere decir que otros
deban proporcionarle esa propiedad.
El derecho a la libertad de expresión
significa que un hombre tiene derecho a expresar sus ideas sin temor a
represión, interferencia o acción punitiva por parte del gobierno. No
significa que otros deban proporcionarle una sala de conferencias, una
emisora de radio o una imprenta a través de las cuales pueda exponer sus
ideas.
Toda iniciativa que involucre a más de un hombre requiere el consentimiento voluntario de cada uno de los participantes. Cada uno de ellos tiene derecho a tomar sus propias decisiones, pero ninguno de ellos tiene derecho a imponerle su decisión a los otros.
No existe el “derecho a un trabajo”;
sólo existe el derecho al libre comercio, es decir: el derecho de un
hombre a aceptar un empleo si otro hombre decide contratarlo. No existe
el “derecho a una vivienda”, sólo el derecho al libre comercio: el
derecho a construir una casa o a comprarla. No existe el “derecho a un
salario ´justo´ o a un precio ´justo´” si nadie opta por pagarlo, por
contratar a un hombre o comprar su producto. No existen los “derechos de
los consumidores” a leche, zapatos, películas o champán si no hay
productores que decidan fabricar tales artículos (sólo existe el derecho
a fabricar esos productos uno mismo). No hay “derechos” de grupos
especiales, no hay “derechos de agricultores, de trabajadores, de
empresarios, de trabajadores, de empresarios, de viejos, de jóvenes, de
los no nacidos”. Sólo existen los Derechos del Hombre: los derechos que cada hombre posee individualmente y todos los hombres como individuos.
El derecho a la propiedad y el derecho
al libre comercio son los únicos “derechos económicos” del hombre (son,
en realidad, derechos políticos), y no puede haber tal cosa como una “Declaración de Derechos económicos”. Pero observad cómo los defensores de estos últimos prácticamente han destruido a los primeros.
Recordad que derechos son principios
morales que definen y protegen la libertad de acción de un hombre, pero
sin imponerles obligaciones a otros hombres. Los ciudadanos privados no
son una amenaza para los derechos o la libertad de sus vecinos. Un
ciudadano privado que recurre a la fuerza física y viola así los
derechos de otros, es un criminal, y los hombres tienen protección legal
contra él.
Criminales y delincuentes son una
pequeña minoría en cualquier época o país. Y el daño que le han hecho a
la humanidad es infinitamente pequeño comparado con los horrores – el
derramamiento de sangre, las guerras, las persecuciones, las
confiscaciones, las hambrunas, las esclavitudes, las destrucciones
masivas – perpetrados por los gobiernos de la humanidad. Potencialmente,
el gobierno es la amenaza más peligrosa contra los derechos del hombre:
el gobierno tiene un monopolio legal sobre el uso de la fuerza física
contra víctimas legalmente desarmadas. Si no está limitado y restringido
por los derechos individuales, el gobierno es el enemigo más mortal de
los hombres. La Declaración de Derechos no fue escrita como protección
contra acciones privadas, sino contra las medidas gubernamentales.
Ahora observad el proceso a través del cual están destruyendo esa protección.
El proceso consiste en imputarles a
ciudadanos privados violaciones específicas que están
constitucionalmente prohibidas sólo para el gobierno (y que los
particulares no tienen forma de cometer), liberando así al gobierno de
toda restricción. El cambiazo es cada vez más evidente en el ámbito de
la libertad de expresión. Durante años, los colectivistas han estado
difundiendo la noción de que el que un particular se niegue a financiar a
un oponente es una violación del derecho del oponente a la libertad de
expresión, y lo llaman un acto de “censura”.
Es “censura”, dicen, que un periódico se
niegue a contratar o a publicar a escritores cuyas ideas son
diametralmente opuestas a sus políticas.
Es “censura”, dicen, que los empresarios
se nieguen a hacer publicidad en una revista que los denuncia, los
insulta y los calumnia.
Es “censura”, dicen, que un patrocinador
de televisión se oponga a un ultraje perpetrado en un programa que él
está financiando (como el incidente de Alger Hiss siendo invitado a
denunciar al ex-vicepresidente Nixon).
Y luego tenemos a Newton N. Minow, quien
declara: “Hay censura de los ratings, de los anunciantes, de los medios
de comunicación, de suscriptores que rechazan la programación que se
ofrece en sus áreas”. Es el mismo Sr. Minow que está amenazando revocar
la licencia de cualquier emisora que no obedezca sus puntos de vista
sobre programación, el mismo que afirma que eso no es censura.
Considerad las implicaciones de esta tendencia.
“Censura” es un término que se aplica
sólo a la acción gubernamental. Ninguna acción privada es
censura. Ningún individuo ni institución privada puede silenciar a un
hombre o prohibir una publicación, sólo el gobierno puede hacerlo. La
libertad de expresión de los particulares incluye el derecho a no estar
de acuerdo con sus antagonistas, a no escucharlos y a no financiarlos.
Pero según las doctrinas como la
“Declaración de Derechos económicos”, un individuo no tiene derecho a
disponer de sus propios medios materiales según sus propias
convicciones, sino que está obligado a darle su dinero
indiscriminadamente a cualquier parlanchín o propagandista, y esos sí
que tienen “derecho” a la propiedad de ese individuo.
Eso significa que el ser capaz de
proporcionar herramientas materiales para expresar ideas priva a un
hombre del derecho a tener sus propias ideas. Significa que un editor
tiene que publicar libros que considera inútiles, falsos o malvados; que
un patrocinador de televisión tiene que financiar a comentaristas que
deciden insultar sus convicciones; que el dueño de un periódico está
obligado a ceder sus páginas editoriales a cualquier joven gamberro que
esté invocando la esclavitud de la prensa. Significa que un grupo de
hombres adquiere un “derecho” ilimitado, mientras otro grupo queda
reducido a una impotencia irresponsable.
Y como es obviamente imposible darle un
trabajo, un micrófono o una columna en el periódico a todo el que lo
pida, ¿quién va a determinar la “distribución” de los “derechos
económicos” y elegir quiénes son agraciados, si el derecho de los
propietarios a decidir ha sido abolido? Bueno, pues es exactamente eso lo que el Sr. Minow ha indicado sin lugar a dudas.
Y si cometes el error de pensar que esto
se aplica sólo a los dueños de las grandes propiedades, mejor sé
consciente que la teoría de los “derechos económicos” incluye el
“derecho” de cualquier aspirante a escritor – cualquier poeta bohemio,
cualquier compositor de ruido, y cualquier artista no objetivo (con
enchufe político) – a la ayuda financiera que tú no les diste cuando no
fuiste a sus shows. Y si no, ¿qué otra cosa puede significar el proyecto
para gastar el dinero de tus impuestos en subvencionar el arte?
Y mientras la gente pide a gritos
“derechos económicos”, el concepto de derechos políticos va
desapareciendo. Se olvida que el derecho a la libertad de expresión
significa libertad para que cada uno exprese sus propias opiniones y
asuma las posibles consecuencias, incluyendo el que otros no estén de
acuerdo con él, o que se opongan, que asuma el riesgo de impopularidad y
falta de apoyo. La función política del “derecho a la libertad de
expresión” es proteger a los disidentes y a las minorías impopulares de
la supresión por la fuerza, no el garantizarles el apoyo, las ventajas y los beneficios de una popularidad que no se han ganado.
La Declaración de Derechos dice: “El
Congreso no hará ninguna ley que coarte la libertad de expresión, o de
la prensa ….”. No exige que los ciudadanos privados le den un micrófono
al hombre que aboga por su destrucción, o una llave maestra al ladrón
que intenta robarles, o un cuchillo al asesino que quiere cortarles es
cuello.
Tal es el estado de uno de los asuntos más cruciales hoy: “derechos políticos” vs. “derechos económicos”. Es
o lo uno o lo otro. Uno destruye al otro. Pero de hecho no existen
“derechos económicos”, ni “derechos colectivos”, ni “derechos de interés
público”. El término “derechos individuales” es una redundancia: no
existe ningún otro tipo de derechos, y no hay nadie más que los posea.
Quienes defienden el capitalismo laissez-faire son los únicos defensores de los derechos del hombre.
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