Para los electores resulta penoso y lamentable ver a políticos que tienen aspiraciones legítimas y denuncian prácticas gansteriles
Leo ZuckermannEl asunto es particularmente evidente en el PAN y el PRD en el proceso electoral presente. En esta ocasión el PRI ha logrado procesar de manera más pacífica la repartición de las candidaturas. Es lógico. A los aspirantes que no lograron obtener una, el partido puede ofrecerles un puesto futuro en la inmensa estructura de la administración pública federal. En la medida en que Peña Nieto va arriba en las encuestas, la promesa es creíble, por lo que los perdedores se contentan con un próximo huesito dentro del Ejecutivo Federal.
No así en el PAN y el PRD, donde la lucha por las candidaturas ha dejado más inconformes. Los políticos de estos partidos también ven las encuestas y saben que la posibilidad de conseguir un futuro cargo en la administración pública federal es menos probable en la medida en que Vázquez Mota y López Obrador están alejados de Peña. De ahí que observemos cómo muchos militantes salen a los medios a denunciar que en los partidos hay oligarquías que se dedican a poner a su gente en las candidaturas y no a los aspirantes más populares.
Hace una semana, por ejemplo, entrevisté en Imagen Electoral a tres fundadoras del PRD: Virginia Jaramillo, Guadalupe Chavira y Lorena Villavicencio. La primera ya fue jefa delegacional de Cuauhtémoc y quiere ser candidata de nuevo para gobernar esta delegación. La segunda está en una situación similar pero en Milpa Alta. La tercera quiere ser candidata a una diputación federal en el DF. Todas dicen ir arriba en las encuestas para estos puestos de elección popular. Se quejan, sin embargo, de que la dirigencia del PRD capitalino, controlada por dos grupos, el de Los Chuchos y el que dirige René Bejarano, les están cerrando el paso para repartirse entre ellos las candidaturas. No lo dicen públicamente pero me parece que si la dirigencia no honra el acuerdo de elegir a los candidatos mejor posicionados en las encuestas, abandonarían el partido que ayudaron a fundar en 1989. Seguramente se irían al Partido del Trabajo o al Movimiento Ciudadano, lo cual, huelga decir, sería un desastre para la izquierda, que se dividiría, como ya ocurrió en el caso de la gubernatura en Jalisco.
En el PAN hay varios inconformes por cómo se eligió a diversos candidatos. El último caso que reventó ayer fue el de Lía Limón, quien quería ser la candidata a jefa delegacional en Miguel Hidalgo. Pero los militantes y los adherentes del PAN no la eligieron. Limón argumenta que le robaron la elección porque el PAN está dirigido por una “pandilla de cuatreros”. Acusa, en particular, al actual delegado, Demetrio Sodi, de bloquearla para que no llegue a la delegación y abra archivos que lo comprometan. No obstante que la diputada local dice ir arriba en las encuestas, por lo pronto no contempla lanzarse por otro partido político. Ya veremos. El hecho es que sus denuncias de ayer causaron mucho ruido para el PAN en los medios nacionales.
Para los electores resulta penoso y lamentable ver el papelón de políticos que tienen aspiraciones legítimas y que denuncian prácticas gansteriles en todos los partidos. De ahí la urgencia de institucionalizar procesos democráticos —que haya certidumbre en las reglas e incertidumbre en los resultados— para que los partidos elijan a sus candidatos. También, desde luego, aprobar las candidaturas independientes y/o simplificar muchísimo la formación de nuevos partidos políticos, de tal suerte que los perdedores puedan tener vías alternativas para participar y ganar un puesto de elección popular, si es que de verdad van arriba en las encuestas.
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