11 marzo, 2012

La guerra que el gobierno no puede ganar

Por Llewellyn H. Rockwell Jr.


Ludwig von Mises dijo que el gran logro de los economistas fue dirigir la atención hacia los límites extremos en el poder del gobierno: No se trataba simplemente de que el gobierno debiera limitarse, sino de que está limitado por la misma estructura de la realidad. No puede hacer rica a toda la gente por su propia iniciativa. No puede proveer vivienda universal, alfabetización y sanidad. No puede aumentar todos los salarios. Quienes busquen alcanzar fines económicos como éstos están eligiendo medios incorrectos. Esto es porque hay algo más poderoso que el gobierno, que son las leyes económicas.

¿Y qué son las leyes económicas? Son una fuerza que opera dentro de la estructura de todas las sociedades en todas partes que gobierne la producción y asignación de recursos materiales y tiempo de acuerdo con los límites estrictos de lo posible. Algunas cosas sencillamente no son posibles. Solo pasa que esto incluye la mayoría de las demandas que hace el público y los grupos de presión en el gobierno. Fue el gran descubrimiento de la ciencia moderna de la economía. No lo sabían nuestros antepasados. No lo sabían los padres de la primera iglesia. Fue un descubrimiento de los eruditos medievales y la idea se fue desarrollando y sistematizando gradualmente durante siglos, culminando en la tradición clásica y austriaca del pensamiento.
El poder del gobierno de hacer lo que queramos está limitado estrictamente. Quienes no entienden este punto no entienden la economía. Y la enseñanza de la economía tiene una implicación mayor que concierne a la organización de la propia sociedad. El gobierno no es libre de hacer y deshacer la sociedad como le parezca oportuno. No es una herramienta que podamos utilizar para cumplir nuestros sueños privados. La sociedad es demasiado complicada, demasiado amplia, demasiado un reflejo del libre albedrío de los actores individuales, como para que el gobierno sea capaz de alcanzar sus fines. Lo más habitual es que lo que los gobiernos intenten hacer (ya sea eliminar la pobreza, acabar con el consumo de alcohol o hacer a todos los ciudadanos cultos y sanos) acabe reaccionando y produciendo exactamente lo contrario.
Con este transfondo, me gustaría ocuparme del amplio asunto de la guerra contra el terrorismo. El terrorismo no es algo que nos guste a nadie. Nos gustaría ver un mundo sin violencia ni derramamientos de sangre. En esto apenas se distingue nuestra generación de cualquiera que la precediera. Lo que es peculiar de nuestro tiempo es que vivimos en un régimen que ha llegado a creer que el propio gobierno puede conseguir este resultado por nosotros si le damos suficiente poder, dinero y arbitrariedad en la gestión para alcanzar este objetivo.
Asociamos esta opinión con la derecha política. Esto podría ser de alguna forma algo poco apropiado, pues la derecha estuvo muy en contra de las guerras de la década de 1990. Fue la derecha la que hizo el alegato contra la construcción de naciones y fue Bush quien obtuvo el apoyo de la clase media estadounidense prometiendo una política exterior humilde. Existía entonces la convicción de que las guerras de Clinton se habían iniciado a costa de la vida y la libertad de los estadounidenses aquí y en el exterior y había fracasado en alcanzar sus fines.
Una crítica similar de las guerras de la izquierda fue ofrecida por la derecha en el periodo de entreguerras. Estaba claro que la Primera Guerra Mundial había disminuido la libertad estadounidense, reglamentado su economía, inflado la moneda, matado a mucha gente y fracasado en alcanzar su objetivo de proporcionar la autodeterminación a todos los pueblos del mundo. La derecha aplicó su lógica política de la necesidad de libertad en el interior a los asuntos de política exterior. El gobierno pequeño y la no intervención se aplicaban tanto a los asuntos interiores como a los exteriores, por razones tanto prácticas como morales. La izquierda, por el contrario, veía la guerra como otra aplicación más del principio de que el gobierno puede conseguirnos grandes cosas y veían cómo la guerra proporciona el gran pretexto para expandir el poder del estado para hacer estas cosas.
Pero hoy en día, los papeles políticos han cambiado. La izquierda es la voz principal criticando la guerra contra el terrorismo, mientras que la izquierda, cosa que lamento, ha apoyado formas que no podía haber imaginado en la década de 1990. La derecha ha liderado la reclamación de guerra en el exterior y la reclamación de controles a la libertad de expresión, espionaje doméstico y más poder para el presidente en arrestar, encarcelar e incluso condenar a gente en tribunales militares sin la más mínima preocupación por los derechos y libertades humanas. He tenido que explicar incontables veces a gente que en otro caso dudaría del gobierno que no es bueno dar al gobierno de EEUU el poder de derrocar a cualquier gobierno en el mundo o torturar gente en el exterior o aprobar billones en ayuda para la reconstrucción.
Cuando la izquierda defiende una gestión pública total en el interior y al tiempo la no intervención en el exterior, mientras que la derecha defiende los mercados libres en el interior y la guerra global contra el terrorismo en el exterior, hay algún tipo de esquizofrenia política vivo en el país. La gente que ha dudado ante el poder del gobierno de hacer mucho en el interior parece haber abandonado su sentido común cuando se refieren a las guerras exteriores. Y apenas sorprende que se hayan equivocado.
Hace cuatro años, Bill O'Reilly decía: “Os apuesto una buena cena en el casco antiguo de San Francisco a que la acción militar no dura más de una semana”.
Tony Snow decía: “El ataque de tres semanas en Iraq ha hecho trizas completamente las quejas de los escépticos”.
Morton Kondrake decía: “Todos los negacionistas han sido humillados (…) la palabra final sobre esto es hurra”.
Fred Barnes decía: “La guerra era lo duro (…) y cada vez es más fácil”.
Bueno, no es cada vez más fácil. Bush dice que deberíamos quedarnos en Iraq tanto como sea necesario. Una encuesta de la pasada semana dice que solo un 23% de los soldados en Iraq están de acuerdo con él. El 72% dice que Estados Unidos debería abandonarlo completamente en un año. Casi un tercio dicen que todas las tropas deberían abandonarlo inmediatamente. Cuando las propias tropas están dispuestas a decir a los encuestadores este tipo de cosas, una guerra está completamente condenada.
Los defensores de la guerra están empezando a ver la luz. Dejadme que os lea una nota que recibí esta mañana.
Querido Lew:
Hace algunos años, te escribí como defensor de la guerra contra el terrorismo de Bush. Me recordaste, en una respuesta que ahora no encuentro, que la guerra era esencialmente un error. Recuerdo haberme molestado con tu respuesta, con todo el 11-S y todo eso. Me uní a la masa de lemmings conservadores que seguíamos a nuestro líder hasta el borde del precipicio en buena parte porque había votado por él en las últimas elecciones y estaba deseando creer en sus declaraciones respecto de la necesidad de la guerra. Supongo que podrías decir que confié en que nos decía la verdad, por muy ingenuo que pueda parecer para una persona que se supone que es conservadora.
Debo admitir ahora que estaba equivocado y tú tenías razón. Sin bajar mucho al detalle, ahora veo que las órdenes de la ONU, faltas de pruebas concluyentes de las ADM y en general de poca inteligencia acerca del régimen iraquí, así como los engañosos argumentos de las conexiones de Al-Qaeda con Saddam eran más o menos disculpas utilizadas para dar cobertura a nuestra invasión de ese país con el precio de muchos buenos soldados y marines. ¿Y qué obtuvimos a cambio de nuestra sangre y riqueza? Me pregunto.
Hace unos pocos años, encontré un libro de mi abuelo, Tres soldados, de John Dos Passos. Descubrí que había escrito dentro de la cubierta la frase “Al infierno con todas las guerras”. Papá había servido en el ejército durante la Gran Guerra y fue testigo de sus horrores. Mi abuelo me enseñó mucho acerca del mundo y me dio mi punto de vista conservador. Ese descubrimiento, combinado con mis observaciones del panorama actual, me hizo revisar mi aceptación de este conflicto. No es que me haya convertido en un pacifista, por decirlo así, pero he revisado la historia de nuestra república y he llegado a la conclusión de que deberíamos luchar solo para defender nuestra nación e indudablemente nunca sin una verdadera declaración del Congreso, tal y como indica nuestra Constitución. Es duro morir por una mentira, sabiendo que lo es.
Esas notas ya no me sorprenden. El sentimiento está extendido. Las mentiras que apunta esta carta se refieren a la suposición acerca de las armas de destrucción masiva de Iraq. Pero esa no es la peor mentira. La peor mentira es la grande: que el gobierno pueda conseguir cosas maravillosas si le damos suficiente poder, dinero y discreción. No importa cuántas veces lo escuchemos, o en qué contexto, es siempre y en todo lugar una mentira. Un líder que diga esto equivale a la serpiente en el jardín de Edén que promete que el conocimiento de la gloria se consigue con un solo mordisco a una fruta. Y aún así vemos como la gente se ve tentada de aceptarlo.
Los debates acerca de la guerra contra el terrorismo han implicado normalmente un gran detalle acerca de la validez de los informas de inteligencia, las investigaciones de las redes terroristas, la discusión de la fiabilidad de este o aquel régimen y cosas parecidas. Pero realmente nada de todo esto es necesario si queremos hacer un juicio sensato acerca de si hay que apoyar la guerra en cuestión. Lo que realmente necesitamos es un conocimiento más general acerca de la naturaleza del gobierno y sus límites. Si entendemos cómo perderá las pequeñas guerras contra cosas como los cigarrillos y el alcohol, podremos entender claramente cómo pierde las guerras grandes.
El intento de prohibir el alcohol llevó a un enorme aumento en la distribución y consumo del mismo a través del medio de los mercados negros. La campaña de guerra contra la pobreza generó más pobreza. La guerra contra el analfabetismo ha creado generaciones de analfabetos. Las guerras contra el tabaco y las drogas han sido particularmente fracasadas y para probarlo basta con que miremos en las prisiones, un entorno que el gobierno controla totalmente y que está, como era previsible, lleno de tabaco y drogas de todo tipo.
Hay algunas cosas que el estado simplemente no puede hacer, sin que importe cuánto poder acumule o emplee. Siento decir esto de la izquierda estadounidense, pero la guerra contra el calentamiento del clima no va a tener mucho más éxito que cualquier otra de estas guerras. Y siento tener que decir esto de la derecha estadounidense, pero no hay forma de que el gobierno estadounidense pueda matar a toda persona en el planeta que tenga resentimiento hacia el imperialismo de EEUU. El intento de hacerlo generará más terrorismo, no menos.
Llevamos ahora más de media década en esta guerra contra el terrorismo. El Departamento de Estado dice ahora, basándose en sus propios datos, que los resultados de la guerra son “mixtos”. En lenguaje del gobierno, la admisión de resultados mixtos significa, en lenguaje normal, un fracaso completo. El número de incidentes relacionados con el terrorismo aumentó un 28,5% de 11.153 en 2005 a 14.338 en 2006. El número de gente muerta en incidentes relacionados con el terrorismo pasó de 14.618 en 2005 a 20.498 el año pasado. La mayoría se produjeron en Iraq, pero también en Afganistán casi se doblaron, de 491 a 749. El número de niños muertos por bombas aumentó en un 80% hasta 700 niños muertos y 1.100 heridos.
Comparemos todo esto con el año 2001, cuando realmente empezó la guerra contra el terrorismo. Incluyendo los ataques de Nueva York y Washington, hubo un total de 531 ataques, con un total de 3.572 muertos y 2.283 heridos. El número de ataques disminuyó ligeramente en 2002, un hecho del que alardeó el gobierno como prueba de que la guerra estaba funcionando. Pero este enlace entre causa y efecto desapareció rápidamente. Para el año siguiente, el problema empezó a empeorar constantemente, con 208 ataques y 625 personas muertas y 3.646 heridas. En 2004, el número de incidentes se disparó hasta los 3.259 y repentinamente se hizo más difícil obtener los datos. Los antiguos informes que habían dejado claras las cosas cambiaron completamente de formato y se llenaron de propaganda en lugar de hechos. El número se triplicó al siguiente año, pero estos datos eran casi imposibles de encontrar.
Había desaparecido la retórica de 2002 acerca del gran éxito. Fue reemplazada por ataques frenéticos de siempre crecientes grupos terroristas: en lugar de 10 o 20, había cientos de ellos acabando con la vida de cada vez más gente. Increíblemente, el Departamento de Estado decidió no hacer públicas las cifras de 2005, ya que volvió a aumentar el número de ataques. Los oficiales tuvieron que rendir cuentas ante un comité del Congreso antes de poder concretar nada.
Ahora no pueden seguir escondiendo las cifras pero sigue siendo muy difícil encontrarlas. Lo esencial es que desde que empezó la guerra contra el terrorismo, los incidentes que se consideran terroristas se han incrementado multiplicándose por la increíble cifra de 26. Por cada incidente en 2001, ahora hay 26 incidentes. Por cada persona matada por el terrorismo en 2002, murieron 23 en 2006. Entretanto, las encuestas reflejan la percepción de que el mundo es más peligroso, no menos, desde que empezó la guerra contra el terrorismo. De hecho, entre los encuestados, el 81% cree ahora que el mundo se está volviendo más peligroso.
¿Vamos a calificar a esto como un trabajo bien hecho? Depende de lo que llames un buen trabajo. Se ajusta exactamente a lo que podríamos esperar que hiciera el gobierno: sus guerras siempre y en todo lugar empeoran el problema, no lo mejoran.
Consideremos ahora el gasto. Según Portfolio.com, el coste combinado de la guerra de Iraq (Operación Libertad para Iraq, en la jerga del Pentágono) y sus acompañantes, la Operación Libertad Duradera en Afganistán, y la Guerra Global contra el Terrorismo, podría llegar a los 600.000 millones de dólares este año. Pero el coste total es aún mayor, excediendo tal vez los 2 billones. Las asignaciones anuales del Congreso para las guerras (de media 127.000 millones de dólares) son mayores que los mercados globales de jabón, heroína o juego. Y el gasto está creciendo. El gasto mensual en las guerras de Iraq y Afganistán fue de media de 6.800 millones de dólares en 2006. Esa cifra se acerca ahora a los 8.000 millones mensuales.
Portfolio añade:
A este ritmo, el valor de General Electric desaparecería en tres años y medio, la fortuna personal de Bill Gates se evaporaría en solo siete meses y la atribulada Ford Motor Co. dejaría de existir en unas semanas. Si cree que  las guerras son un impulso gigantesco de compra utilizando una tarjeta de crédito sin límite, entonces liquidarlas requeriría conseguir suficiente efectivo como para igualar el PIB de tres Irlandas o alrededor de 11 Kuwaits u Holanda, pero solo si añades a Sri Lanka.
Antes de la invasión de Iraq en 2003, Colin Powell advirtió al presidente Bush de que si la rompes, la compras. Echando cuentas, hemos comprado el equivalente a 10 Iraq con nuestros dólares en impuestos. Pero en lugar de comprar 10, el dinero ha ido a destruir completamente un país.
Pero indudablemente este dinero ha ido a algún otro sitio aparte de la guerra. ¿Qué hay del esfuerzo de reconstruir la infraestructura de Iraq? Bueno, si sabéis algo acerca de los proyectos constructivos del gobierno, sabéis que no es un historial de éxitos. Escoged cualquier proyecto de alquileres subvencionados en cualquier lugar del país y encontraréis un historial de mala gestión, malas asignaciones de recursos y derroche. Lo mismo pasa en Iraq. Estos proyectos de reconstrucción de los que han alardeado los defensores de la guerra equivalen a poco o nada.
Por ejemplo, en el aeropuerto de Bagdad vuestros dólares de impuestos pagaron 11,8 millones de dólares en nuevos generadores eléctricos. Pero el equivalente a 8,6 millones de ellos ya no funciona. Los problemas de los generadores en Bagdad son legendarios: petróleo de mala calidad, líneas de combustible rotas, falta de baterías y otras cosas parecidas. El sistema de depuración de aguas de la ciudad ya no funciona. En el hospital de maternidad de Erbil, un incinerador de material médico tenía un candado y los responsables no podían encontrar la llave. Así que las jeringuillas, vendas y viales acababan en el sistema sanitario y contaminando el agua.
¿Cómo conseguimos toda esta información? Una agencia supervisora federal fue a inspeccionar una muestra de ocho proyectos que los responsables de EEUU en Iraq habían declarado como un éxito. De estos ocho éxitos, siete de ellos no estaban realmente funcionando debido a fallos en cañerías y sistema eléctrico, mal mantenimiento, saqueos y simple descuido general. ¡Tened en cuenta que todos estos eran los proyectos que el gobierno de EEUU declaró como éxitos! Los fracasos deben ser absolutamente increíbles.
Los mismo pasa con multitud de programas públicos, entre los cuales está la Guerra Global contra el Terrorismo. No hay patrón por el que pueda considerarse un éxito. Pero como sabemos, los datos no nos llevan muy lejos. Si preguntas a la gente a la que el establishment considera expertos en terrorismo, está unida en una creencia: No estamos gastando suficiente dinero en la tarea. Toda agencia necesita más poder y dinero, dicen. La razón del fracaso es una falta de recursos. Si soltamos más, todo irá bien.
Es precisamente esta justificación la que llevó a que el socialismo en Rusia durara 70 años y echara por tierra el país. Quienes veíamos esta calamidad desde la distancia nos asombraba que un fracaso pudiera durar tanto. ¿No podía el gobierno mirar a su alrededor y ver el desastre que había creado? ¿No veían que mientras su pueblo hacía cola por un mendrugo de pan y moría a los 60 años, el nuestro comparaba en enormes centros comerciales y vivía 70 y 75 años? ¿Por qué no es evidente el fracaso que ha sido el socialismo?
Bueno, hay algo claro en las ciencias sociales: nada es evidente para los expertos. La razón tiene que ver con su percepción de causa y efecto. Los defensores del socialismo siempre creyeron que más dinero y mejor gestión resolverían los problemas. Todo fracaso lo causaba algo fuera del sistema que se corregiría con un perfeccionamiento en el sistema de gestión.
Lo mismo pasa con la guerra contra el terrorismo. Todos los expertos aconsejan más gasto y poder. Nunca se les ocurre que la propia guerra sea el problema. Se echa al culpa de todos los problemas a algún otro factor: sectarismo, interferencias exteriores, un nuevo líder demagógico, mala gestión o lo que sea. Pueden fabricarse excusas sin fin.
Y luego está el abrumador factor de que la guerra contra el terrorismo solo puede considerarse un fracaso desde el punto de vista de los objetivos declarados. No es un fracaso para quienes se benefician directamente del aumento en fondos y poder. Y es un hecho indiscutible que el gobierno se ha beneficiado masivamente de la guerra contra el terrorismo.
Es esencial que veamos esta guerra a la luz de la historia. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, el gobierno y sus élites estaban bastante desesperados en busca de una causa masiva global para seguir gastando mucho y para que el gobierno mantuviera el control. Se eligió el comunismo y así nuestros antiguos aliados en la guerra se convirtieron en enemigos jurados.
Hace diez años, al desaparecer el comunismo, los belicistas estadounidenses tenían poco que hacer, salvo intervenir el pequeñas escaramuzas. Finalmente dieron con una gran idea: demonizar el radicalismo islámico. He aquí una nación sin fronteras que está aterrorizando al pueblo estadounidense, igual que el comunismo. A pesar de todas las apariencias de tristeza y rabia después del 11-S, las élites también entendieron que éste significaba la continuidad del viejo aparato bélico. Y por eso, no lo lamentaban del todo.
Al menos había un pretexto para preparar la guerra y para la propia guerra que se parecía a la vieja amenaza comunista. Así que adelante con esta estructura. No ha escaseado la retórica. No se ha regateado ningún gasto en la escalada de armamento. No hay falta de voluntad. El esfuerzo tiene el apoyo de suficiente gente inteligente. Esta espaldado por amenazas de derramamientos masivos de sangre.
Lo que faltan en la guerra contra el terrorismo son los medios esenciales que hagan que la guerra genere resultados beneficiosos. Dados los miles de millones de potenciales terroristas que hay por ahí y las infinitas posibilidades de cómo, cuándo y dónde atacarán, no hay forma de que el estado pueda detenerlos, incluso si tuviera el incentivo para hacerlo.
Detrás del terrorismo están los agravios políticos. No es una especulación. Son las propias palabras de los terroristas, de Timothy McVeigh a Osama Bin Laden a innumerables terroristas suicidas. No actúan al azar. Tienen objetivos. Su primer objetivo es que se vayan el gobierno de EEUU y sus tropas. Y si la historia nos enseña algo es que ningún país quiere ser gobernado por una potencia extranjera, tome esa ocupación extranjera la forma de colonialismo o de una directa dictadura militar. La gente prefiere que se dirija mal un país a que sea bien dirigido desde el exterior. Nadie debería entender esto mejor que el pueblo estadounidense, cuyo país nació de una revuelta contra un gobierno extranjero.
El segundo objetivo de los terroristas es obtener acceso a los mecanismos del poder. En muchos casos, los creó Estados Unidos, como en el caso de Afganistán e Iraq. Insistimos que debe haber un solo poder gobernante. Luego nos sorprendemos cuando aparecen grupos determinados a controlarlo. Habría sido mucho mejor para todos en Iraq y Afganistán que les dejáramos sin estados en absoluto.
Cuanto más continuemos con los fracasos de nuestra guerra contra el terrorismo, más problemas generaremos. El número de terroristas reales (como los pobres en le Guerra contra la Pobreza) está limitado y puede conocerse y son aquéllos en los que se centra el estado. Pero el número de terroristas potenciales (y gente potencialmente pobre) no tiene límite y se desboca por los mismos medios que emplea el estado en su guerra.
Por tanto, no es solo que el estado no alcance sus objetivos declarados, sino que recluta más gente en los ejércitos del enemigo y acaba completamente hundido por un problema que empeora hasta que el estado tira la toalla. Entretanto, la población que es el objetivo puede burlarse del estado a través de un desafío abierto.
Los medios de llevar a cabo la guerra tienen todas las características y defectos de todas las formas de planificación centralizada. Hay una sobreutilización de recursos y, cuando los resultados son los opuestos a lo prometido, se sobreutilizan algunos recursos más. No admiten la posibilidad de error, aunque el error sea más común que cualquier otra cosa.
En lugar de admitir el error, los planificadores bélicos echan la culpa a otros. Los planificadores bélicos no tienen en cuenta los aspectos básicos de la naturaleza humana, como la voluntad de resistencia. Suponen que el mundo es suyo para su creación y nunca afrontan el hecho de que hay fuerzas más allá de su control. La gente que planificó la guerra en Iraq rechazó la sugerencia de que tal vez no todos en Iraq iban a estar encantados con la perspectiva de conseguir libertad mediante bombardeos, destrucción y ley marcial administrados por una dictadura militar de EEUU o un régimen títere.
¿Pero no puede el estado simplemente matar más, emplear siempre más violencia, tal vez incluso aterrorizar al enemigo para que se haga pasivo? No puede funcionar. Incluso en las prisiones hay tumultos. Al teórico que primero vio el colapso de la ideología del estado-nación, el historiador israelí Martin van Creveld, se le `preguntó acerca de esto en una entrevista en la Australian Broadcasting Corporation. Fue refrescantemente categórico: “Los estadounidenses lo intentaron en Vietnam. Mataron entre dos millones y medio y tres millones de vietnamitas. No veo que les haya ayudado mucho”.
Sin admitir la derrota, los estadounidenses finalmente salieron de Vietnam, que hoy tiene un próspero mercado bursátil. En un grado notable, la guerra contra la pobreza ha terminado sus fases más agresivas y la pobreza está disminuyendo. ¿Qué nos dice esta experiencia acerca de la Guerra contra el Terrorismo? Lo mejor que se puede hacer con este programa, como con todos los programas públicos, es acabar inmediatamente con él.
¿Pero eso no significaría rendirse? Significaría que el estado rinde su papel pero no que lo hagan todos los demás. Si las aerolíneas hubieran estado a cargo de su propia seguridad, no se hubiera producido el 11-S. A Bin-Laden le hubiera costado reclutar gente. El fundamentalismo musulmán habría recibido un golpe importante, pues la política de EEUU ya no parecería específicamente pensada para alimentar la locura de su marginalidad lunática.
Con todo lo que se ha dicho sobre Iraq, aún no he oído decir recientemente a nadie que derrocar a Saddam o producir un cambio de régimen hiciera del mundo un lugar más pacífico y feliz. La guerra de 1990 en Iraq dio lugar a al-Qaeda, llevó a la bomba del edificio federal en Oklahoma City y animó a toda una generación de musulmanes a dedicar sus vidas a luchar contra Estados Unidos. La nueva guerra en Iraq ha hecho lo mismo. ¿Y de dónde venían en primer lugar estos fanáticos? Estaban subvencionados en la década de 1980 por la política de EEUU. Creíamos que eran los buenos porque luchaban contra el comunismo. Algunos de estos mismos grupos a los que ahora bombardeamos en Afganistán e Iraq los estábamos agasajando en la década de 1980 en el desarrollo de la Guerra Fría.
Así que una mala intervención llevó a otra, precisamente en la forma en que Mises explicaba en su libro de 1929, Critique of Interventionism. Explicaba que el intervencionismo no es una política estable. Crea desequilibrios que reclaman correcciones, ya sea abandonando la política o profundizando en ella hasta el momento del colapso. Por esta razón, la Guerra contra el Terrorismo es imposible, no en el sentido de que no pueda causar enormes cantidades de sangre y destrucción y pérdida de libertad, sino en el sentido de que no puede alcanzar finalmente lo que se supone que busca y solo acabará creando más de las mismas condiciones que llevaron a su declaración en un principio.
En otras palabras, es un típico programa público, costoso e impracticable, como el socialismo, como la Guerra contra la Pobreza, como cualquier otro intento del gobierno de amoldar la realidad de acuerdo con sus propios designios.
Veamos ahora la otra cara de la tesis de la imposibilidad. Si las guerras del gobierno son imposibles, ¿qué es posible? La respuesta la da la vieja escuela liberal: la libertad. La sociedad contiene en sí misma la capacidad de autoorganizarse. No hay nada que pueda hacer el gobierno para producir un resultado mejor.
Esto es verdad en política exterior e interior.
“La idea del liberalismo empieza con la libertad del individuo”, escribía Mises. “Éste rechaza todo gobierno de algunas personas sobre otras, no conoce pueblos amos ni pueblos súbditos, igual que tampoco dentro de la misma nación distingue entre señores y siervos”.
La guerra en Iraq ha disfrutado de cierto grado de apoyo público basado en el deseo de revancha. A pesar de que Saddam no tuvo nada que ver con el 11-S, la gente quería que alguien sufriera. Lo que tendemos a olvidar es que es un viejo motivo para una guerra y puede llevar al desastre.
La Primera Guerra Mundial había acabado con muchos resentimientos a flor de piel y la antigua añoranza del imperio no había desaparecido del todo. Alemania en particular estaba lista para ser engañada por un líder que pudiera utilizar el resentimiento respecto de los territorios perdidos. El líder convencería al pueblo de que la necesidad de justicia solo podría satisfacerse recreando un imperio y solo el líder más fuerte posible podría conseguir esto contra todos los pronunciamientos.
Mises escribió con un deseo apasionado de detener el curso de los acontecimientos: “Sería la más terrible desgracia para Alemania y toda la humanidad si la idea de la revancha dominara la política alemana del futuro”, escribía. “Liberarse de las cadenas que se han aplicado al desarrollo alemán por la paz de Versalles, liberar a nuestros conciudadanos de la servidumbre y la necesidad, solo ésos deberían ser los objetivos de la nueva política alemana. Tomar represalias por los males sufridos, tomar revancha y castigar satisface los instintos más bajos, pero en política, el vengador se daña a sí mismo no menos que al enemigo. ¿Qué conseguiría saciando esta sed de revancha a costa de su propio bienestar?”
Los estadounidenses tienen un aprecio enraizado por el ideal de la libertad, lo que es algo maravilloso. Pero también por eso los líderes estadounidenses han justificado siempre las guerras exteriores en nombre de liberar a los pueblos oprimidos del mundo. El error es pensar que la libertad pueda alcanzarse por medio de la fuerza. La Guerra Fría empezó con la idea de que Estados Unidos debería hacer todo lo necesario para restaurar los mismos estados satélites soviéticos que EEUU trabajó por establecer al final de la Segunda Guerra Mundial. Luego EEUU llevó a cabo una serie de guerras en lugares remotos que costaron vidas y libertad y no hicieron nada para detener la extensión del comunismo.
Cuanto más inverosímil sea la guerra imperial, más necesarias serán las distintas justificaciones. Iraq se ha justificado por razones de seguridad, religión, venganza y economía, ajustando cuidadosamente cada justificación para apelar a cierto grupo demográfico. Todo lo que hace falta es que el estado convenza a una mínima mayoría, aunque sea temporalmente.
¿Qué debe olvidar una persona para creer en una unidad de intereses entre la política exterior de EEUU y el pueblo estadounidense? Debe olvidar que Estados Unidos nació de una revuelta no solo contra el Imperio Británico, sino asimismo contra la propia idea de imperio. Debe olvidar que la única forma en que se adoptó la Constitución de EEUU fue con la promesa de que no actuaría imperialmente en el interior o el exterior. Debe olvidar las advertencias de George Washington, Thomas Jefferson y muchos presidentes del siglo XIX. Debe olvidar la historia de fracasos de nuestras propias guerras imperiales en el siglo XX, en las que las guerrillas han obligado constantemente a retirarse a nuestras tropas regulares.
Creer en la guerra contra el terrorismo es adoptar una postura que olvida todo lo que es verdaderamente estadounidense: nuestra historia, nuestra creencia en los derechos humanos, nuestro odio al despotismo, nuestra oposición a la intromisión internacional.
Estados Unidos no tiene por qué iniciar una guerra que abarca todo el mundo y toda la raza humana y realmente no podemos sorprendernos cuando los que gobernamos nos llaman el imperio del mal. Todos los estadounidenses somos rebeldes en el fondo. Cualquiera que quiera libertad debe serlo. El imperio va contra la ética estadounidense. El pueblo estadounidense ha hecho excepciones este siglo. Pero no hay mayor amenaza en la escena mundial para nuestras familias y propiedades que la que supone el propio gobierno de EEUU.
Se me pregunta a menudo qué puede hacer una persona normal para terminar con la locura y aumentar la libertad. El primer paso y el más importante es intelectual. Todo lo que necesitamos para empezar a decir no al estado a nivel intelectual. Cuando se nos pregunte qué nos gustaría que el gobierno hiciera por nosotros, tenemos que estar preparados para decir: nada. No deberíamos pedir que salven a nuestros hijos, ni que proporcionen seguridad, ni eliminar todos los males, ni que nos den nada en absoluto.
No deberíamos pedir al gobierno que gane una guerra contra el terrorismo, acabe con la pobreza, haga que todos estén sanos y sean cultos, nos proporcione lo que necesitemos cuando seamos viejos o cualquier otra cosa. Nada de lo que hace el gobierno se realiza sin más costes que beneficios para la sociedad.
Sabiendo esto, podemos seguir siendo buenos ciudadanos. Podemos ser buenos padres, maestros, trabajadores, empresarios, miembros de una iglesia, estudiantes y contribuidores a la sociedad en mil formas diferentes. Esto es mucho más importante para el futuro de la libertad que cualquier otra cosa que hagamos. Debemos recuperar nuestra confianza en nuestra capacidad de autogobierno. Creo que esto ya está pasando. Las guerras del gobierno continuarán fracasando y no creo que debamos lamentarlo. Aunque el sector público no pueda prepararse y no se preparará para un futuro de libertad, nosotros sí podemos. Busquemos y trabajemos por el triunfo de la libertad sin obstáculos del Leviatán y sus guerras.

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