Por Harry Valentine.
Este
mismo mes hace 10 años, los sudafricanos de todas las razas eligieron a Nelson
Mandela como su primer presidente de la nación elegido democráticamente tras el
apartheid. El anterior presidente de
Sudáfrica, F.W. deKlerk, mostró una visión de estadista sin precedentes asumiendo
el enorme cambio de acabar con el régimen de apartheid de la nación.
A
principios de la década de 1990 y ante el colapso económico y político de la
antigua URSS y el bloque soviético, el gobierno sudafricano ya no podía
justificar su brutal aplicación del apartheid
como medio para combatir la amenaza de un golpe comunista de inspiración
soviética en Sudáfrica. El fin oficial del apartheid
ofrecía la perspectiva de una nueva esperanza para un nación de gente sin
derecho al voto que estaba oprimida como consecuencia de una combinación del
color de su piel y de su herencia ancestral.
El
sistema de apartheid de Sudáfrica se
institucionalizó oficialmente tras la Guerra de los Bóers. En 1910, uno de los
generales bóer que luchó contra los británicos, el general Louis Botha, se
convirtió en el primer ministro de la Unión de Sudáfrica. La economía de la
Unión de Sudáfrica dependía al principio fuertemente de sectores muy intensivos
en trabajo como la minería y la agricultura.
Un gran
número de sudafricanos no blancos y relativamente poco educados se convirtieron
en la principal fuente de mano de obra de la nación. La alta demanda de mano de
obra no blanca de baja capacitación y bajo coste que era abundante en la
economía de trabajo intensivo hizo que fuera fácil de introducir la segregación
racial e inicialmente fácil de aplicar. Los salarios se basaban en la raza, es
decir, a los trabajadores blancos se les pagaba más que a los negros que hacían
el mismo trabajo.
Antes de
1920 y durante los primeros años del apartheid,
la mayoría del pequeño número de sudafricanos no blancos con educación veían a
la economía dominada por los blancos y el apartheid
como resultado de una economía capitalista de libre mercado. Por consiguiente
veían al comunismo y el socialismo como las ideologías que ofrecerían igualdad
y oportunidades para el pueblo no blanco oprimido de Sudáfrica. Circularon
panfletos pro-socialistas entre trabajadores sudafricanos con formación antes
de 1920. Antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, Sudáfrica tenía un
partido comunista y un partido socialista llamado el Unity Movement.
Actualmente, una parte importante de la población de Sudáfrica sigue viendo al
marxismo como la vía de mejora económica y prosperidad.
Cuando
Mandela fue elegido para gobernar Sudáfrica en 1994, nombro a parlamentarios
elegidos como el líder de partido comunista, Joe Slovo, a puestos de gobierno
de alto nivel. Sudáfrica tiene ahora un alto nivel de impuestos, leyes
laborales restrictivas, es el mayor estado de bienestar y tiene el mayor movimiento
sindical obrero, el mejor conectado y más influyente políticamente de África.
Como resultado de las nuevas leyes laborales restrictivas y políticas de acción
afirmativa de Sudáfrica, un gran número de sudafricanos blancos con formación
eligen emigrar a otras naciones. Esta respuesta enfadó y consternó al antiguo
presidente Mandela, que había reconocido previamente que lo que Sudáfrica
necesitaba era una población blanca formada que ayudara a reconstruir la
economía de la nación.
La acción
afirmativa logró en la nueva Sudáfrica lo que el apartheid laboral en la vieja Sudáfrica. En la vieja Sudáfrica,
ciertas profesiones estaban reservadas “solo para blancos”, lo que significaba
que solo la gente blanca cualificada y formada podía ser contratada para ocupar
puestos vacantes selectos durante las décadas de 1960 y 1970. Como
consecuencia, grandes cantidades de sudafricanos formado no blancos, lo que
incluía tanto a profesionales como a comerciantes no blancos formados y
cualificados, emigraron al extranjero donde hubiera mayor libertad de
oportunidades disponibles en otras naciones. La más reciente emigración de
empresarios desde Sudáfrica ha impactado en la tasa de desempleo.
Actualmente,
se estima que un 42% de los 8 millones de sudafricanos no blancos empleables
está en el paro. El desempleo en este segmento de población es hoy más alto que
en cualquier momento de la era del apartheid.
A mediados de la década de 1970, la ONU reveló que a pesar del apartheid y a pesar de la disparidad
salarial en Sudáfrica, los negros en Sudáfrica tenían una renta per cápita
anual más alta que los negros en cualquier otro lugar del África sub-sahariana.
Durante la década de 1980 y principios de la de 1990, el movimiento anti-apartheid promovió el concepto de “la
revolución antes que la educación”, animando a miles de estudiantes no blancos
a abandonar su educación formal.
Muchos
sudafricanos, principalmente no blancos, nunca han acudido a una escuela,
incluyendo a miles en el grupo de los 20 a 30 años a los que se considera ni
empleables en una economía que actualmente tiene poca necesidad de una
abundancia de mano de obra manual no cualificada. Esta situación ha contribuido
a que se disparen los índices criminales en Sudáfrica, llegando a niveles
propios de una epidemia. Tras la prohibición de la tenencia de armas en
Sudáfrica, un número récord de ciudadanos desarmados ha caído víctima del
delito, incluyendo bandas criminales armadas. Esta epidemia criminal no solo ha
abrumado a una fuerza policial con una baja moral y un alto índice de suicidios
entre sus números, también ha desanimado a los inversores y empresarios
extranjeros y expatriados a traer nuevas inversiones a Sudáfrica para un mayor
desarrollo y crecimiento de la economía.
El actual
ministro de economía de Sudáfrica, Trevor Manuel, es un firme creyente en la
teoría económica keynesiana y la considera como el sistema económico que ofrece
más esperanzas para el futuro económico de su nación. Rechazaba la de un
sistema económico completamente socialista desde sus días como luchador por la
libertad anti-apartheid. Las
políticas económicas sobre las que intenta construir el futuro económico de
Sudáfrica se basan principalmente en un marco keynesiano.
Puede ser
de poca relevancia para el gobierno de la era post-apartheid de Sudáfrica que las teorías económicas keynesianas
formaran la base económica del apartheid
después de finales de la década de 1950. Las teorías keynesianas hace tiempo
que fueron desacreditadas, refutadas y rebatidas por economistas del libre
mercado tan notables como F.A. Hayek, Ludwig von Mises, Murray Rothbard y Henry
Hazlitt. Durante la era del apartheid
en Sudáfrica, Ludwig Lachman indritujo en las mentes de bastantes jóvenes
sudafricanos de pensamiento progresista los rudimentos del sistema economía de
libre mercado cuando enseñaba economía en la Universidad de Witwatersrand.
Durante
la primera parte del siglo XX, a medida que se institucionalizaba la política
del apartheid, las innovaciones
técnicas que aumentaban gradual y progresivamente la productividad laboral,
empezaron a introducirse en la incipiente economía de Sudáfrica. A medida que
la mecanización aumentaba la creciente base industrial de Sudáfrica, la
productividad se incrementaba, al igual que las ganancias y el ahorro en una
serie de industrias, permitiendo que se creara nueva riqueza.
Después
de que el Partido Nacionalista ganara las elecciones en 1948, aumento el gasto
del estado en apartheid, pero no lo
bastante como para estancar la economía. El nivel de vida para una amplia
muestra de sudafricanos trabajadores mejoró gradualmente a los largo del
principio y la mitad del siglo XX, aumentando constantemente el estatus y los
niveles salariales de varias categorías laborales. Bajo el apartheid, los sudafricanos blancos se beneficiaban más. A
principios de la década de 1960, el gobierno sudafricano hizo ley su política
de apartheid laboral que protegía las
categorías preferidas y de mayor estatus “solo para blancos”.
Esta
práctica mercantilista/keynesiana de la restricción de la entrada en el mercado
laboral hizo que muchos sudafricanos no blancos formados emigraran del país, a
partir de principios de la década de 1960. A finales de la década de 1970, los
negocios propiedad de los blancos descubrieron el inconveniente del apartheid laboral cuando se les prohibió
por ley contratar candidatos cualificados no blancos, a pesar de la ausencia de
solicitantes blancos apropiados. Muchos negocios revisaron los títulos
laborales para contratar candidatos no blancos, que podían trabajar a nivel
profesional. Como consecuencia, un creciente número de sudafricanos blancos
iban a descubrir que su seguridad laboral e incluso la competitividad de las
empresas en las que trabajaban, a menudo iban a depender de la capacidad y
habilidades de sus colegas no blancos con formación.
El
gobierno sudafricano acabó revisando las leyes de apartheid laboral, permitiendo a los negocios contratar no blancos
cualificados en ocupaciones previamente reservadas. El progreso tecnológico aumentaba continuamente
la productividad industrial y, como consecuencia, aumentaba constantemente la
demanda de crecientes cifras de candidatos laborales cualificados. A principios
de la década de 1980, el creciente número de gente profesional negra forma de
clase media empezó a alcanzar preponderancia en la economía de Sudáfrica. El apartheid en el entorno laboral empezó a
desintegrarse paulatinamente. En este momento, un creciente número de
empresarios blancos se dio cuenta del grado en que la viabilidad de sus negocios
dependía de sus empleados no blancos y sus clientes no blancos.
De
mediados a finales de la década de 1980, se incurrió en grandes gastos del
estado que causaron enormes deudas al administrar y refinar el apartheid, incluyendo el mantenimiento
de estados negros independientes dentro de Sudáfrica. También se incurrió en
enormes gastos militares en este momento para defender el decadente sistema del
apartheid de sus opositores. Enormes
cantidades de dinero (ahorro) que pudieron en otro caso usarse para crear nueva
riqueza, fueron derrochados por el gobierno de P.W. Botha y su ministro de
defensa, el general Magnus Malan, que afirmaba que estaban defendiendo a
Sudáfrica de un golpe inspirado por los comunistas, ignorando el hecho de que
la mayoría de los países comunistas estaban al borde del colapso económico.
La epidemia
del gasto público de Sudáfrica para impulsar un decadente sistema de apartheid durante sus años finales,
reflejaba comentarios publicados por Keynes en la Teoría General acerca de los supuestos beneficios económicos de
dicho gasto público. Si la teoría de Keynes fuera válida, entonces aún debería
estar funcionando actualmente un sistema económico próspero y viable basado en
el apartheid, complementado con
estados negros independientes (homelands).
La gasto del gobierno sudafricano para defender el apartheid durante la década de 1980 tal vez infligió más daño a la
economía sudafricana del que las sanciones económicas impuestas a Sudáfrica pudieran
nunca haber logrado. El exceso en el gasto público durante los últimos años del
apartheid le hizo incurrir en un
déficit masivo que ahora impide el crecimiento económico en la Sudáfrica del
post-apartheid.
El
liderazgo de la era post-apartheid de
Sudáfrica necesita prestar atención a dos ideas del régimen anterior, siendo
una que el exceso de gasto público se convierte en económicamente destructivo a
largo plazo y la otra que las regulaciones económicas no logran a largo plazo lo
que los planificadores políticos buscan alcanzar a corto. Durante los primeros
años post-apartheid de Sudáfrica, los
funcionarios del gobierno y el pueblo unido a ellos adoptaron la teoría
keynesiana del gasto con abrumador entusiasmo. Supuestamente habían malgastado,
mal asignado y mal invertido sumas de dinero tan astronómicas que abundaban en
Sudáfrica las afirmaciones de que había corrupción de alto nivel. Ese derroche
de gasto no hizo prácticamente nada por crear la necesaria riqueza que era
esencial para hacer volver a crecer la economía de Sudáfrica.
El futuro
a largo plazo de la economía de Sudáfrica parece sombrío debido a las políticas
que ya ha aprobado el gobierno de la nación. El desarme de la población civil
la ha dejado a merced de los criminales armados. Sus regulaciones económicas
han restringido la muy necesaria creación de riqueza y crecimiento económico,
mientras que la juerga del gasto keynesiana lograría un fin similar.
Los
miembros del gobierno de Sudáfrica han puesto su confianza en las indicaciones políticas
y préstamos del FMI, pero los proyectos que financiaron no han creado ninguna
nueva riqueza en la economía de Sudáfrica. El proyecto de plan hidrológico que
financiaron está generando desalojos masivos de gente desempleada y pobre de
Sudáfrica. A la vista de estos planes, puede esperarse que la economía
sudafricana languidezca en la inactividad durante unos pocos años más, hasta
que algunos altos cargos veteranos del gobierno finalmente, si es que lo hacen
alguna vez, lean las páginas de La
acción humana o de El
hombre, la economía y el estado o ambos.
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