Los Estados Unidos son un gran país, pero su actitud en el exterior precisa mejorar
Desde la Segunda Guerra Mundial, los
Estados Unidos han llevado a cabo una política exterior intervencionista
que históricamente resulta atípica. La mayor parte de los
estadounidenses son ajenos a los datos que demuestran claramente que los
Estados Unidos han sido la nación más agresiva del mundo durante el
período de la posguerra—de hecho, fueron la más agresiva incluso durante
la Guerra Fría cuando su archi-enemigo, la Unión Soviética, todavía
merodeaba por allí.
Cuando se los enfrenta a estos hechos,
tanto los responsables políticos como el público estadounidense
simplemente asumen que dicha intervención estuvo justificada porque los
Estados Unidos estaban (y siempre parecen estar) “en lo correcto”. Sin
embargo, un análisis más detallado del comportamiento de gobierno de los
EE.UU. debería poner a tales supuestos en tela de juicio.
En el pasado, los Estados Unidos han
derrocado gobiernos democráticamente electos, por ejemplo, Irán en 1953
(iniciando una cadena de acontecimientos que culminaron en la actual
fricción con ese país), Guatemala en 1954, el Congo en 1960, República
Dominicana en 1965, y Chile en 1973. Además, los EE.UU. han fracasado en
otros intentos de derrocar a los gobiernos de países hostiles, como
Cuba castrista. Los Estados Unidos han invadido muchos países cuando la
seguridad estadounidense difícilmente estaba en juego—por ejemplo, el
Líbano en 1958, Camboya en 1970, Grenada en 1983, Panamá en 1989 e Irak
en 2003. En 1995, los Estados Unidos amenazaron con invadir Haití.
Numerosos ataques cuestionables incluso
contra otros países han sido llevados a cabo durante el período de la
posguerra—Laos en los años 60 y comienzos de los 70, Libia durante los
años 80, Bosnia en 1995, Irak en 1998, Kosovo en 1999, y Libia en 2011.
Durante la Guerra Fría, los Estados Unidos se enredaron en grandes e
innecesarias guerras de matorrales en Corea y Vietnam. Luego vinieron
las fallidas misiones “pacificadoras” en el Líbano en la década de 1980 y
Somalia en los años 90.
Y, por supuesto, no nos olvidemos de las
innecesarias ocupaciones de Afganistán e Irak tras el inicio del siglo
21, que acrecentaron, no disminuyeron, el terrorismo.
Incluso algunos “éxitos” estadounidenses
fueron un fracaso. Los Estados Unidos ayudaron a los “luchadores por la
libertad” afganos a expulsar a los soviéticos de Afganistán, sólo para
ver que la resistencia se transformó en la única amenaza extranjera
importante para el territorio continental de los Estados Unidos desde la
Guerra de 1812. El episodio de la primera Guerra del Golfo Pérsico
contra Irak fue contraproducente para garantizar que el petróleo llegue
al mercado mundial. En Libia, después de que los EE.UU. ayudaron a
derrocar al régimen de Gadafi, numerosas milicias basadas en tribus se
han negado a desarmarse y probablemente causarán problemas en el futuro.
Más recientemente, los Estados Unidos
han visto a su ocupación de Afganistán que lleva ya 10 años
arrastrándose a la ruina con las fuerzas militares estadounidenses
quemando copias del Corán y profanando cadáveres talibanes. Al igual que
con la masacre de My Lai en Vietnam y las espeluznantes fotografías del
abuso de prisioneros por parte de militares estadounidenses en la
prisión de Abu Ghraib de Irak, los habitantes de los países ocupados
rara vez conceden a los intrusos extranjeros el beneficio de la duda.
Por lo tanto, los esfuerzos estadounidenses por ganar “los corazones y
las mentes” de la población local pueden ser arrojados al caos por el
mal comportamiento de las fuerzas de los EE.UU., dejando a los
estadounidenses perplejos por la ingratitud de los lugareños para con el
sacrificio de vidas estadounidenses en “defensa” de su país.
Recientemente, en respuesta al incidente de la quema de Corán en Afganistán, un editorial de The Washington Post
opinó: “Deseamos que los afganos que ahora denuncian a los
estadounidenses como sus enemigos reconocieran los enormes sacrificios
hechos por la gran mayoría de los soldados estadounidenses”. El
periódico también lamentó “el alto precio que los estadounidenses han
pagado defendiéndolos”. Podría ser una expresión de deseos esperar que The Washington Post
(y otros estadounidenses) se percaten de que los afganos tuvieron su
país invadido y muchos han sido objeto de redadas nocturnas, destrucción
de su propiedad, y otras humillaciones por ocupantes extranjeros.
Aunque los talibanes son brutales, tienen una cualidad positiva
avasallante a ojos de la población local—son afganos.
Incluso cuando no atacan militarmente a
países hostiles, los Estados Unidos a menudo lo hacen económicamente—por
ejemplo, mediante la imposición de sanciones económicas a países como
el Panamá de Noriega, la Cuba de Castro, el Irak de Saddam Hussein y el
Irán de los ayatolás. Cuando los países se encuentran bajo un ataque
militar o económico, sus poblaciones tienden a “agruparse en torno a la
bandera”. Eso quedó demostrado recientemente en los comicios iraníes,
donde el índice de participación fue elevado para demostrar
determinación contra un ataque económico exterior y la amenaza de un
ataque militar. Tales sanciones económicas pueden desgastar por un
tiempo, pero la historia demuestra que otros países, ya sea abiertamente
(como India) o clandestinamente (tal vez China o Rusia), comerciarán
con Irán y ayudarán a disipar sus efectos; es improbable que las
sanciones pongan fin al programa nuclear de Irán.
En Egipto, Rusia y otros países
alrededor del mundo, los Estados Unidos financian a grupos que se
inmiscuyen en el proceso político para promover la democracia. Sin
embargo, los Estados Unidos son muy quisquillosos cuando otros países
procuran influir en las elecciones estadounidenses. Además, los Estados
Unidos a menudo predican a los países que desarrollen un poder judicial
independiente, pero cuando grupos financiados por el gobierno
estadounidense violan las leyes de otros países, como lo hicieron en
Egipto, presionan extrajudicialmente al gobierno local para lograr que
el personal de esos grupos sea puesto en libertad.
Finalmente, los Estados Unidos están
esgrimiendo la posible eliminación de la lista estadounidense de
organizaciones terroristas de un grupo anti-Irán—los Mujahedin-e Khalq
(MEK), que ha tenido roces con el gobierno de Irak que es pro-iraní—como
forma de presionar a la agrupación a fin de que se traslade a una nueva
ubicación en Irak y quizás eventualmente fuera del país. La amenaza
estadounidense no sólo es un mal uso del listado estadounidense de
terroristas—se supone que la lista debe identificar a los grupos y
países que están involucrados en el terrorismo, no para ser utilizada
como moneda de cambio a efectos de obtener lo que los EE.UU. desean—sino
que también viola el derecho internacional al obligar a la gente a
moverse fuera de su tierra.
Si los estadounidenses estuviesen más
expuestos a todas estas acciones históricas y recientes del gobierno de
los Estados Unidos contra pueblos extranjeros—y rara vez lo están—tal
vez se sentirían más avergonzados de la política de su gobierno y
presionarían a sus líderes a ser en el futuro más moderados en el
exterior.
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