Por Alfredo Crespo
La situación actual de España y la de
Reino Unido en 1979 guardan muchas semejanzas en el terreno político,
económico y moral. Thatcher heredó un país en bancarrota en los tres
ámbitos, lo mismo que Mariano Rajoy. A aquélla en ninguno de ellos le
tembló el pulso a la hora de tomar medidas, radicales algunas, pero en
cualquier caso, necesarias.
Como en Reino Unido, Rajoy recibe una
España menguada, adormilada y aborregada, producto de una cultura
política anterior (2004-2011) basada en sólo en derechos, nunca en
obligaciones y responsabilidades. La "juventud" que se manifestó en
Valencia es el mejor ejemplo de esta tesis: menosprecia la autoridad y
busca que el mantenimiento de su cultura hedonista sea un deber para la
clase política.
Como le ocurre a Mariano Rajoy, Thatcher
tuvo que hacer frente más que con su rival político, el Partido
Laborista, con organizaciones que habían colaborado en el hundimiento
británico de los años setenta como los sindicatos, acostumbrados a vivir
de la subvención y que habían creado una cultura parasitaria.
En España actualmente sucede algo
parecido. Nos encontramos con un PSOE que navega sin rumbo y que
practica un lenguaje y modos característicos de la ultra-izquierda, no
de la socialdemocracia europea con la que tanto le ha gustado
compararse, pero de la que está a años luz, puesto que el elemento
principal de su programa es jalear las algaradas sindicales o defender
al 15M.
Michael Foot, en este punto, era más
coherente, en lo que a sus principios (mayoritariamente filocomunistas)
se refiere, que el socialismo español. Él siempre los había defendido,
si bien eran compartidos por una minoría dentro de su partido, como bien
ilustró la legislatura 1979-1983 y el desarrollo histórico posterior
del laborismo.
Así las cosas, Margaret Thatcher se
encontró con una oposición en el parlamento débil y dividida, por lo
cual, durante la primera legislatura, su gran rival no fue la bancada
laborista, sino el sindicalismo acostumbrado a marcar la agenda del
gobierno y la dirección del país. Ella demostró que las Unions
no eran imbatibles, sino todo lo contrario. Poco a poco les fue restando
los privilegios que habían adquirido y de los que disfrutaba sólo la
elite dirigente, la cual estaba absolutamente desconectada de la clase
obrera.
El resultado trascendió lo cuantitativo
(triunfo por mayoría absoluta en 1983) y fueron muchos los votantes
naturales del laborismo que le dieron su confianza (el fenómeno conocido
como Essex Man). La razón de que así fuera es que demandaban
un gobierno que asumiera el liderazgo de la nación, que tomara
decisiones y que no se dejara amedrentar por intereses corporativos. La
recompensa se hizo evidente: tres mandatos consecutivos y la mejora del
bienestar de sus compatriotas.
En España puede producirse algo similar.
El 20 de noviembre Rajoy recibió una mayoría absoluta como sinónimo de
que es percibido como el "cirujano" reparador de todos nuestros
problemas, empezando por los económicos pero sin olvidar los de carácter
ético y moral. Mientras tanto, los sindicatos se arrogan una
representación no se sabe muy bien de qué ni de quién, pues no dejan de
ser los peones de un socialismo de cuello blanco que, a falta de
programa, opta por salir a la calle. ¿No es eso crispar y
desestabilizar?
Continuando con las organizaciones
sindicales, más que un mensaje, lo que tienen es un conjunto de
cánticos, unos coristas de sobra conocidos por todos (el auto-denominado
"mundo de la cultura" que de pobre tiene poco) y sobre todo, una
táctica basada en el chantaje y la amenaza, como pudo comprobarse el
pasado domingo 11 de marzo con "la manifestación" convocada por CCOO y
UGT. Ausencia de discurso constructivo y superávit de demagogia es la
receta que ofrecieron Toxo y Cándido a los escasos asistentes.
En definitiva, si Rajoy copia el modus
operandi que caracterizó la trayectoria en política de Thatcher, esto
es, la combinación de sentido común y determinación, guiará a España a
la Champions League de las naciones.
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