José María Triper | Corresponsal económico
Vallas, verjas metálicas, furgones, y un amplio contingente de policías nacionales que, con exquisita educación, eso sí, y cumpliendo su deber, impedían el paso a los vehículos, desviaban a los transeúntes hacia la acera contraria a la de la Cámara de Diputados y nos pedían la documentación a cada paso a quienes nos dirigíamos a cubrir la sesión plenaria de control al Ejecutivo.
Un despliegue policial ordenado para impedir acercarse al Parlamento a los varios, y variados, grupos de indignados que, todavía espontáneos y sin liderazgo definido, se manifiestan desde el jueves por las calles de Madrid para protestar por los drásticos recortes de un gobierno que, posiblemente, fuera el que suscitó mayores esperanzas en la ciudadanía desde la transición, por eso le dieron la mayoría que ostenta, pero que también ha sido el que la ha dilapidado en menos tiempo desde entonces.
Sólo siete meses han pasado para que Rajoy y su gabinete hayan concitado en su contra un rechazo social sin precedentes y hayan conseguido unir en las protestas a una gran mayoría de los sectores y agentes de representación social de este país. Partidos políticos -CiU también les abandona- , sindicatos de toda índole y condición, funcionarios y empleados públicos, y hasta los empresarios, que aunque callan y apoyan a la fuerza en público (algunos ya no tanto), se sueltan en privado y hacen sangre del ajuste.
El Gobierno lo sabe y está solo, o casi, y tiene miedo. Desde Génova han pedido un cierre de filas incondicional a sus cuadros y a sus bases y desde Moncloa adelantaron la clausura del Congreso del PP de Andalucía por miedo a posibles incidentes con Rajoy. Miedo a las respuestas en la calle, miedo a convertir España en la nueva versión de la tragedia griega, miedo a la emperatriz teutona y a su guardia pretoriana de Bruselas, miedo a los mercados, miedo a que nos intervengan en agosto, y, sobre todo, miedo a pasar a la historia como el Gobierno más breve de la democracia.
Porque en círculos políticos y empresariales -y les prometo que es real- se cruzan ya apuestas sobre si Rajoy se comerá el turrrón en la Moncloa. Y, si posiblemente él sí lo coma, probablemente muchos de sus ministros no. Barones del PP apuntan ya a un cambio de gobierno con relevos importantes en el equipo económico para antes de las Navidades. ¿Apostamos?
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