El
crimen como espectáculo
Otto Granados
En México la corrupción, como buena enfermedad endémica, es parte del paisaje cotidiano. La de maestros que cobran sin trabajar ni enseñar. La de la delincuencia organizada y los policías y militares que los protegen. La de agentes federales que contrabandean droga en aeropuertos. La de empresarios que ganan ilegalmente contratos de obra pública o de compras gubernamentales en contubernio con gobernadores y funcionarios federales. O la de alcaldes y burócratas que trafican con permisos y licencias municipales, entre otras modalidades.
Otto Granados
En México la corrupción, como buena enfermedad endémica, es parte del paisaje cotidiano. La de maestros que cobran sin trabajar ni enseñar. La de la delincuencia organizada y los policías y militares que los protegen. La de agentes federales que contrabandean droga en aeropuertos. La de empresarios que ganan ilegalmente contratos de obra pública o de compras gubernamentales en contubernio con gobernadores y funcionarios federales. O la de alcaldes y burócratas que trafican con permisos y licencias municipales, entre otras modalidades.
Pero se habla poco de otra clase de corrupción, de tipo intelectual (y, en el fondo, moral), que ha invadido el espacio mediático y la conversación pública, y que consiste en reducir buena parte de la producción periodística, editorial y hasta plástica, de la música o del cine mismo, a los asuntos relacionados con la violencia, el narcotráfico, la hagiografía de los delincuentes y todas esas leyendas, mitos y realidades que han convertido ese miasma de la vida nacional en una moda tan recurrente, facilona y rentable que la cultura mexicana parece empezar y terminar en esa miseria moral de la cual todos debiéramos sentirnos profundamente avergonzados.
Hay algo tóxico al ver, por ejemplo, los anaqueles de las librerías de los aeropuertos repletos de panfletos sobre delincuencia y delincuentes, historias o fantasías que se editan sólo para vender y, peor aún, que se compran y eventualmemente se leen.
O ver que la entrada libros sobre narcos en México, en Google, arroja 4 millones 690 mil resultados, y en cambio “libros sobre Octavio Paz en México sólo 865 mil. O los noticieros de televisión inundados hasta el hartazgo de notas (no análisis, no investigación) sobre lo mismo.
O la cantidad de congresos de “expertos” y “especialistas” que viven de eso y a los que ya se llama, con sorna, los violentólogos.
Se podrá alegar que, como es el asunto más grave del país, pues de eso se habla y es, un poco al estilo Monsiváis, cultura popular, pero ni es el más grave ni es inevitable lucrar con ello con una irresponsabilidad y una vulgaridad infinitas. Tampoco se trata de ocultarlo bajo la alfombra, pero es evidente que con la mayor parte de la basura que se publica el tema se hace, sencillamente, ininteligible.
Más allá de que es un problema real, delicado y complejo, su tratamiento se ha vuelto algo enfermizo y ha contaminado de tal manera la percepción, que nadie entiende de qué lado están los delincuentes o quienes los combaten, si la información que se da es veraz, si la estrategia es la correcta, o, peor aún, si esas historias y personajes, representados mediáticamente hasta con admiración, son un modelo a imitar.
Esta es, ciertamente, una forma de corrupción intelectual. México no necesita hacer del crimen un espectáculo tan contaminante; demanda claridad analítica y tranquilidad para construir una épica de confianza y de esperanza.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario