La Guerra contra las Drogas en México: La corrupción es mejor que la matanza
¿Será Enrique Peña Nieto, el nuevo
presidente de México del corrupto y autoritario Partido Revolucionario
Institucional (PRI), menos duro con los traficantes de drogas?
Esperemos que así sea.
Durante su campaña, el señor Peña Nieto
prometió dar batalla contra los asesinatos, la extorsión, el secuestro y
otros delitos violentos pero dijo poco respecto de perseguir a los
traficantes de drogas. Durante su inigualable reinado de 70 años que
terminó en 2000, el PRI fue acusado de hacer tratos con los sindicatos
del crimen para mantener la paz. Pese a que dichos acuerdos eran
corruptos, tal vez la corrupción sea mejor que la militarizada guerra
contra las drogas respaldada por los Estados Unidos de Felipe Calderón,
el actual presidente mexicano. La fatiga con esta costosa guerra, que
ha matado a más de 50.000 civiles mexicanos en los últimos años, jugó
un papel importante para que los mexicanos trajesen de regreso a un
corrupto y autocrático PRI al que habían echado del cargo 12 años
antes.
Pero cualquier presidente de México debe
prestar atención a los deseos del coloso del norte, y Washington ya
sospecha de que Peña Nieto morigerará la presión sobre los traficantes
de drogas y dejará de combatir a los caciques de los carteles.
Por supuesto, la mayor parte de los
mexicanos estaría feliz si Peña Nieto hiciese exactamente eso. A
instancias de los Estados Unidos, el empleo por parte de Calderón de
las fuerzas armadas mexicanas y sus duras tácticas contra los capos de
la droga ha llevado meramente a la masacre de civiles mexicanos sin
hacer mucha mella a largo plazo en el flujo de drogas hacia los Estados
Unidos.
Este baño de sangre militarizado está
provocando que algunos en los Estados Unidos—incluso algunos
funcionarios gubernamentales—vuelvan evaluar privadamente la fallida
guerra contra las drogas de los EE.UU.. Al igual que durante la
prohibición del alcohol desde 1919 hasta 1933 en los Estados Unidos, el
crimen organizado ha recibido un gran impulso, existe una continua
demanda del producto ilegal y así se obtienen enormes ganancias en
virtud de los precios excesivamente altos que podrán cobrarse dados los
peligros de contrabandearla hasta los clientes eludiendo a las
autoridades gubernamentales.
Acertadamente, los mexicanos consideran
que la raíz del problema radica en la continua demanda de drogas
ilegales en los Estados Unidos. Si el gobierno estadounidense se
deshiciera de un delito carente de víctimas y permitiese a los adultos
gozar del derecho de introducir en sus cuerpos lo que deseen, la
demanda de drogas subiría un poco pero la violencia se desplomaría.
Nadie le pagaría precios elevados a los gánsteres—mexicanos,
colombianos, estadounidenses o lo que fuesen—por traficar sustancias
legales. La sociedad podría entonces tratar a la adicción a las drogas
como un problema médico en vez de cómo un crimen, con campañas
educativas y programas de tratamiento reduciendo la demanda de drogas a
largo plazo. Finalmente, los Estados Unidos tienen la tasa de
encarcelamiento más alta del mundo, pero eso se debe a que muchas de
las personas en prisión están siendo detenidas innecesariamente por
delitos relacionados con drogas—es decir, encarcelados por consumir o
traficar sustancias que ante todo no deberían ser ilegales. La
legalización de las drogas eventualmente reduciría la población
carcelaria de los EE.UU. al deshacerse de esos falsos crímenes y también
al reducir los robos y la violencia asociada con la sustracción de
dinero para pagar los inflados precios de lo que hoy día es un
contrabando ilegal.
Por lo tanto, hasta que los Estados
Unidos adopten la iluminada política de legalización de las drogas—no
contenga su respiración—el gobierno mexicano se enfrenta a la
desagradables opciones de ceder ante la presión de los EE.UU. para
continuar la masacre en aumento y la inestabilidad de una militarizada
guerra contra las drogas o llegar a un acuerdo con los líderes de los
carteles para asegurar la paz. Tan mala como parece, esta última
alternativa es la mejor para México y los Estados Unidos. Más drogas
pueden llegar a los Estados Unidos, pero la muerte y la inestabilidad
al sur de la frontera estadounidense, que está llegando al norte, se
reduciría.
En resumen, la corrupción es mejor que
la matanza. El gobierno de los EE.UU. tomó esta ruta en Irak al pagarle
a sus enemigos, los guerrilleros del Despertar Sunita, para que
dejasen de atacar a las fuerzas estadounidenses y se volviesen contra
sus aún más violentos hermanos de al-Qaeda. La violencia se redujo, y
las fuerzas armadas de los EE.UU. fueron capaces de zafar con honor de
un sangriento cenagal. Del mismo modo, Peña Nieto puede adoptar la
forma tradicional con la que el PRI ha lidiado con los capos de la
droga en México, llegando a acuerdos con ellos para asegurar la paz y
evitándoles a los militares mexicanos una lucha igualmente sangrienta y
estéril. Si Peña Nieto persigue este curso, el gobierno de los EE.UU.
es probable que injusta e hipócritamente lo critique por hacerlo.
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