Durante años, Túnez fue conocido como el país más
europeo del norte de África, con una clase media relativamente grande,
costumbres liberales, amplia igualdad de género y acogedoras playas en
el Mediterráneo. Sin embargo, en enero de 2011, desde Túnez se lanzo la
onda de revueltas que se extendieron por todo el mundo árabe.
A
pesar de sus rasgos modernos, Túnez tenía uno de los gobiernos más
represivos de la región y el nivel de corrupción de su clase política se
convirtió en insoportable para la población. Así, cuando el malestar
económico que se apoderó del sur de Europa se extendió al país, acabo
siendo incontenible y se produjo el estallido social que hemos conocido.
El
levantamiento comenzó en diciembre de 2010, cuando un vendedor de
vegetales con formación universitaria, Mohamed Bouazizi, se prendió
fuego en la empobrecida ciudad de Sidi Bouzid para protestar por la
falta de oportunidades y la corrupción policial, en lo que se denomino
la Revolución de los Jazmines, donde la repentina explosión de protestas
callejeras derrocaron al presidente Ben Ali, quien había gobernado el
país con mano de hierro durante 23 años. El 14 de enero, Ali abandonó
Túnez después de intentar, sin éxito, apaciguar a los manifestantes con
promesas de elecciones anticipadas. Según cifras del gobierno publicadas
más tarde, 78 manifestantes murieron y 94 resultaron heridos durante
las manifestaciones.
En los meses posteriores, Túnez continúo
luchando contra la inestabilidad, nuevas tensiones entre islamistas y
seculares y una economía todavía por reconstituirse le generaron no
pocos problemas. Aun así, de todos los estados árabes, puede ser
actualmente el mejor posicionado para una transición exitosa, con su
medianamente pequeña población y niveles relativamente altos de
educación, con un ejército apolítico y una larga historia de identidad
nacional unificada.
En las primeras elecciones libres del país
en octubre de 2011, millones de tunecinos emitieron su voto para que una
asamblea redactara una nueva constitución y formara un nuevo gobierno.
El partido islamista Ennahda -Renacimiento, en lengua árabe- emergió
como el ganador de las elecciones con el 41 % de los votos según las
autoridades. Ennahda trató de tranquilizar a los seculares nerviosos
ante la perspectiva de dominación islamista, dijo que respetaría los
derechos de las mujeres y que no impondría un código moral típico de
sociedad estrictamente islámica. Así, en diciembre de 2011, Monzer
Marzouki, médico y político, fue elegido como presidente interino y
nombro a Hamadi Yebali, secretario general del partido Ennahda, como
primer ministro.
Al igual que Egipto, Libia e incluso estados
donde el gobierno no cayó, como Siria; Túnez sigue siendo un
interrogante respecto al papel que jugará el Islam en la vida pública de
su nuevo estado. Los tunecinos moderados tienen inquietud por lo que
consideran un comportamiento prepotente de los islamistas de línea dura
que disponen de impunidad. Los tunecinos más cosmopolitas que viven en
zonas costeras más ricas se preocupan hoy de que el nuevo gobierno,
encabezado por el partido islamista Ennahda, no está dispuesto a someter
a los islamistas ultraconservadores al imperio de la ley. Ellos se
muestran preocupados por acontecimientos recientes, como el veredicto de
multar a un ejecutivo de televisión con U$S 16.000 por difundir la
película, "Persépolis", que algunos musulmanes consideraron ofensiva,
por incluir una escena que representa a Dios. Pero el hecho de que nadie
fue procesado por los ataques al Canal de televisión y por lanzar
varias molotov contra la casa del ejecutivo ha generado lógica
preocupación. Otros dicen que el gobierno acabara siendo pragmático y
que está gestionando un cuidadoso equilibrio tratando de no perder
votantes de cara a las elecciones programadas para el próximo año. Por
su parte, los salafistas afirman sentirse profundamente decepcionados
por Ennahda al no hacer cumplir rigurosamente las normas religiosas y
prometen dar batalla al gobierno, han declarado que continuarán
presionando para la aplicación total de la ley islámica, que según
sostienen, es la única justa, incluso para ciudadanos no musulmanes de
Túnez y amenazaron con que la violencia es aceptable para lograr la
aplicación de la sharia. Sin embargo, hay algo en Túnez que parece
esperanzador si observamos los demás países donde la pseudo primavera
árabe ha tenido lugar, en Túnez el Parlamento esta sopesando los
artículos de una nueva constitución del tipo de cualquier gobierno
occidental.
No es la aventura de un líder solitario, ni la
guerra contra Israel que pregonan casi todos los Estados árabes lo que
ha dado ímpetu a Túnez, los tunecinos no son lo mismo que los egipcios y
su levantamiento posterior en El Cairo o en otras partes de la región.
En todo el Oriente Medio se esta haciendo presente una noción -un tanto
nostálgica- de carencia de identidad árabe común que se cruza con un
sentir visceral de lo que equivale al deseo de una vida digna, con
libertad de gozar los derechos inherentes a cada ciudadano; algo que les
fue cercenado por diferentes tipos de autocracias. Y aunque esto ha
impulsado las protestas que se han consolidado, no hay un sentimiento de
destino compartido, pues todos los pueblos involucrados saben que al
final del camino están inmersos en una lucha sectaria entre la chi’ia y
la sunna. Aun así, muchos ciudadanos tratan de fusionar ideas seculares
en redes sociales con disciplina organizada frente a los movimientos
religiosos, y en ello combinan la energía de los fanáticos del fútbol
con la sofisticación de los cirujanos para liberarse de viejos regimenes
árabes. Estos ciudadanos están basando sus estrategias en la
resistencia no violenta, no es posible indicar hoy si tendrán o no
éxito, pero sus estrategias están bien estructuradas y se asemejan a
modalidades de marketing tomadas de Silicon Valley.
Mucha gente
expresó su confianza de que el voto cambiaria Túnez para mejor. Algunos
argumentaron que la democracia ofrecerá funcionarios públicos más
responsables y honestos. La mayoría de los votantes dijeron que sus
mayores preocupaciones eran la economía, el empleo y la búsqueda de
candidatos con integridad. Ennahda emergió como el ganador en las
elecciones y dijo después de la revolución que la Constitución no
menciona la ley islámica como fuente de legislación, lo que indica una
ruptura contundente con ultraconservadores que exigen un estado
islámico. Al rechazar la aplicación de la ley islámica, Ennahda
pareciera estar cumpliendo con la promesa de preservar la naturaleza
secular de Túnez. Y se distancia con ello de salafistas
ultraconservadores cuyas llamadas para construir un estado religioso han
estado marcadas por manifestaciones violentas y ataques contra el
consumo de alcohol y películas que consideran blasfemia. Queda por ver
si Ennahda mantendrá las promesas que ha hecho -de no prohibir el
alcohol, por ejemplo- ya que trata de encontrar un equilibrio entre las
exigencias de los salafistas y los intereses de sus socios seculares en
el gobierno.
En Egipto y Túnez, los partidos islamistas han
ganado las legislaturas aunque deberán aggiornarse si desean estabilidad
y convivencia pacifica entre sus ciudadanos, pues no todos apoyan a los
ultraconservadores. De momento, la tensión se ha vuelto a centrar en la
avenida Bourguiba -una vía central- y núcleo simbólico de la revuelta,
al igual que la plaza Tahrir en Egipto. Los grupos políticos islámicos,
los liberales y los conservadores islamistas utilizaron la avenida como
escenario de manifestaciones para expresar sus demandas al gobierno
interino. Los comerciantes y las empresas, por su parte, se quejan de
que las constantes protestas han ahuyentado a los turistas y arruinaron
cualquier esperanza de recuperación económica. La situación llegó a un
punto álgido a finales de mayo cuando grupos rivales de artistas
liberales e islamistas conservadores llevaron a cabo marchas allí. Los
enfrentamientos se produjeron inexorablemente cuando los salafistas
atacaron violentamente a los artistas. En respuesta, el gobierno anunció
la prohibición de protestas a lo largo de la avenida y dos semanas
después de estos incidentes, la policía comenzó a utilizar gas
lacrimógeno y porras, por primera vez, en una fractura manifiesta entre
gobierno y ultra conservadores islamistas que han jurado retirar su
apoyo a Ennahda si no se inclina abiertamente a los valores morales de
una sociedad islámica.
A casi un año y medio del comienzo de las
revueltas en Túnez, todo hace suponer que la verdadera revolución
pudiera estar gestándose, y tal vez tenga lugar en un escenario muy poco
previsto por Occidente. Lo curioso, pero concreto, es que se presenta
un escenario abierto donde se avecinan las primeras fisuras entre
ultraconservadores salafistas y Ennahda. Algo que ni el más optimista
observador de las revueltas árabes pudo imaginar.
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