La verdadera patria y la de los políticos
El Heraldo, Tegucigalpa
Patria es “la tierra de los padres”, que
merece un amor natural de los hombres y mujeres bien nacidos. Pero
para los políticos es una suerte de guetto para su servidumbre, con
fronteras impuestas y defendidas con violencia, con fanatismos
“patrióticos”, al mejor estilo barrabrava e intereses creados a partir
de esta servidumbre impuesta a los ciudadanos. Con ridículas aduanas y
pasaportes que solo sirven para violar “legalmente” los derechos
humanos más básicos.
La disolución de estados como la URSS,
Yugoslavia y otros, la creación de nuevos países, y nuevas fronteras
son las principales causas por las cuales unas 12 millones de personas
son “apátridas”, no tienen ciudadanía debido a trabas burocráticas. Un
clásico han sido los gitanos europeos perseguidos por décadas; hoy
existen grupos como los camboyanos que no pueden regresar luego del
exilio en Vietnam, los miles de bidoun que se fueron desde Kuwait a
Irak o los musulmanes en el norte de Myanmar, que ahora viven
refugiados en Bangladesh.
Como “legalmente” no son ciudadanos de
ningún país, con frecuencia no tienen derechos básicos, como atención
médica, un empleo calificado, entrar y salir del territorio o inscribir
a sus hijos en las escuelas y, en algunos casos, llegan a sufrir
largos períodos de arresto porque no pueden “probar” quiénes son ni de
dónde vienen. Resulta que, para estos políticos, los derechos humanos
son solo para aquellos a quienes consideran merecedores, para sus
“compatriotas”, el resto no son personas.
Algunos dirigentes argumentan que no
dejan entrar a los inmigrantes porque ya hay bastante desocupación en
sus países. Pero la falta de trabajo no es natural, ¿cómo puede serlo
en un mundo en donde hay tanto por hacer?, tantas viviendas, escuelas,
hospitales, rutas, etc. Si existe desempleo es porque alguien lo está
impidiendo por la fuerza, y quién sino los Estados, que son los que
tienen el monopolio de la violencia (siempre destructiva). Por caso, las
leyes de salario mínimo prohíben trabajar a quienes ganarían menos.
Pero las condiciones que imponen los
Estados en algunos países hacen que valga la pena, incluso, arriesgar
la vida para entrar a otro país como ilegal. Desde el pasado mes de
enero, 1,300 inmigrantes sin documentación consiguieron cruzar el
Mediterráneo desde las costas de Libia y llegar a Italia. Muchos –jamás
se sabrá cuántos– mueren durante la travesía. El último caso es el de
una barcaza con 55 inmigrantes que, a finales de junio, partió de Libia
rumbo a Italia. El único superviviente fue avistado por la noche por
unos pescadores tunecinos. Y, para peor, existe la sospecha de que, con
frecuencia, sus llamadas de auxilio no son respondidas.
Estas fronteras cerradas provocan que
surjan grupos delictivos que trafican personas, como los
contrabandistas o los traficantes de drogas y tantos criminales surgidos
a partir de las violentas prohibiciones impuestas por los gobiernos.
El cura protector de los inmigrantes “ilegales” (según los políticos)
que viajan por México hacia Estados Unidos, Alejandro Solalinde, se
autoexilió por las amenazas de muerte de los traficantes y, cuando
regresó, comprobó que las investigaciones oficiales no habían avanzado.
Ahora encontrará una situación agravada por el descarrilamiento, a
mediados de junio, del tren que usan los “ilegales”, conocido como La
Bestia, con unos 3,500 indocumentados varados en Veracruz.
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