12 julio, 2012

¿Son determinantes los números fiscales?

¿Son determinantes los números fiscales?

StatisticsPor Alberto Benegas Lynch (h)
Se observa a diario que no solo las revistas especializadas, sino los noticiosos televisivos, en programas radiales, los periódicos y hasta las conversaciones sociales giran en torno a indicadores coyunturales: el humor de los gobernantes, anécdotas y trascendidos políticos de pasillo, la inseguridad, los montos de las exportaciones, la falta de justicia, la evolución del turismo, manipulaciones en el tipo de cambio, el volumen de los depósitos, la marcha de la industria automotriz, los vericuetos de la construcción, el gasto, la deuda y el déficit públicos, el desempleo, la corrupción, desajustes actuariales en sistemas estatales de pensiones, la inflación, las operaciones en el mercado inmobiliario, la venta de electrodomésticos, las reservas netas de la banca central, las proyecciones del producto bruto y demás datos del momento, cifras, ratios y evaluaciones que prácticamente ahogan toda otra consideración sobre el fondo de los problemas.

Tal vez convenga hacer un alto en el camino y mirar las cosas con otra perspectiva y preguntarnos si realmente la raíz del problema son los antedichos guarismos o estos son meras consecuencias y efectos circunstanciales de algo de mucho mayor calado.
Veamos el asunto despacio. Lo primero es concluir que el ser humano necesita operar sin cortapisas en base a sus potencialidades en busca de sus personalísimos caminos, respetando iguales posibilidades de otros. El libre albedrío es lo que caracteriza al hombre y lo diferencia del resto de las especies conocidas. Rebajarlo a la condición de oveja que obedientemente sigue los pasos de la majada bajo la dirección de un omnipotente y omnisciente pastor lo degrada, humilla, pervierte y empobrece en grado superlativo.
Entonces, si la vida misma y la definición del ser humano estriba en su libertad y consiguiente responsabilidad, las imposiciones y el uso de la fuerza agresiva lo cosifican y asfixian el eje central de su dignidad. No es entonces una cuestión de contar con pan y circo aunque lo uno y lo otro se vayan evaporando como resultado del autoritarismo, se trata de algo de categoría más elevada de lo cual depende lo demás. Liberar las energías creativas permite mejores niveles de vida pero el punto de partida no es lo crematístico sino el oxígeno vital de la libertad. En múltiples ocasiones he citado un pensamiento de Alexis de Tocqueville tomado de su obra The Old Regime and the French Revolution que ahora vuelvo a reproducir debido a su notable sabiduría: “De hecho, aquellos que valoran la libertad por los beneficios materiales que ofrece nunca la han mantenido por mucho tiempo […] El hombre que le pide a la libertad más que ella misma, ha nacido para ser esclavo”.
Supongamos que fuera posible que un régimen totalitario pudiera hacer que todos sus súbditos fueran millonarios, de que sirve si nadie puede elegir los contenidos de los colegios de sus hijos, si no hay justicia, si se retiene el fruto de sus trabajos para propósitos con los que no concuerdan, si se destruye la moneda, si los medios de comunicación están amenazados o en manos del oficialismo, si no se puede ahorrar en los activos que se desean, si el comercio exterior está estatizado, si se obliga a subsidiar actividades que no se estiman prioritarias, si las cargas tributarias siempre son crecientes, si no hay, en fin, seguridad para la propiedad ni para las personas. ¿De que sirven los millones si lo esencial se ha perdido? Más aun, como se ha puntualizado, a la postre, una y otra vez se pone en evidencia que, además, la manía planificadora y estatista termina por reducir los ingresos de todos menos los de los megalómanos en el poder que se enriquecen a costa de los gobernados.
No se trata de abandonar las referencias estadísticas respecto a lo que sucede, se trata más bien de no perder de vista lo vital y crucial en nuestras vidas. Paradójicamente, se suele desdeñar y menospreciar las referencias a la bendición de la libertad estimándolas como disquisiciones “filosóficas” en un sentido peyorativo, mientras que las cifras del producto bruto y semejantes serían manifestaciones de “practicidad” con lo que evidentemente se pretende poner el carro delante de los caballos confundiéndose causas con consecuencias.
Wilhelm Röpke ha escrito en su obra traducida al castellano con el título de Más allá de la oferta y la demanda que “La diferencia entre una sociedad abierta y una sociedad autoritaria no se basa en que en la primera haya más hamburguesas y heladeras. Se trata de sistemas éticos-institucionales opuestos. Si se pierde la brújula en el campo de la ética, además, entre muchas otras cosas, nos quedaremos sin hamburguesas y sin heladeras”.
Antes he consignado que el hombre no puede dejar de ser libre en el sentido de que se ve impelido a tomar decisiones. Si, así es, paradójicamente se ve forzado a ser libre. No puede renunciar a su naturaleza, no puede convertirse en un avión ni en una lapicera, es un ser humano y como tal debe decidir constantemente entre diversos cursos de acción. Incluso cuando decide quedarse quieto está eligiendo, prefiriendo y optando. También cuando delega sus decisiones en otro, está revelando su libertad. En resumen, el ser humano es libre a pesar suyo. Ahora bien, esa libertad puede ser ancha como un campo abierto o puede convertirse en un sendero estrecho, angosto y oscuro en el que apenas se pasa de perfil. Lo uno o lo otro dependen de que los hombres entre si no restrinjan la libertad del prójimo por la fuerza. No dejamos de ser libres porque no podemos volar por nuestros propios medios, ni dejamos de gozar de la libertad porque no podemos dejar de sufrir las consecuencias al cometer actos estúpidos, ni somos menos libres debido a que no podemos desafiar las leyes de gravedad ni las ineludibles leyes biológicas. Solo tiene sentido la libertad en el contexto de las relaciones sociales y, como queda dicho, se disminuye cuando otros hombres se interponen recurriendo a la violencia.
Se necesita prestar mucha más atención a los fundamentos de la libertad, es decir, a la razón misma que caracteriza la existencia del ser humano. No es cuestión de dejarse envolver en estadísticas y perder de vista la dirección hacia lo propiamente humano. Hace mucha falta repasar el significado y la trascendencia de la libertad y no distraerse con fuegos de artificio, lo cual no solo es contraproducente, sino que se corre el riesgo de perder el rumbo. Y no es cuestión de rendirle obligado, superficial y desteñido tributo a la libertad mientras las faenas cotidianas van en otro sentido. Muy acertado está Anthony de Jasay cuando escribe que “Amamos la retórica y la palabrería de la libertad a la que damos rienda suelta más allá de la sobriedad y el buen gusto, pero está abierto a serias dudas si realmente aceptamos el contenido sustantivo de la libertad”.

De tanto descuido de lo principal por lo accesorio termina por olvidarse el motivo esencial de lo que se hace, lo cual me recuerda un cuento de Hans Christian Andersen en el que un fulano concentrado en el adorno de su casa abandonó la atención a los cimientos por lo que a poco andar se le desplomó la vivienda. Revisar los cimientos en nuestro caso significa, por ejemplo, estudiar, entender y difundir el significado de la propiedad privada como institución vital de una sociedad abierta. Estar atento a la calidad de los cimientos es no dar nada por sentado en cuanto a los fundamentos filosóficos, éticos, jurídicos y económicos de la convivencia civilizada.
El concepto que venimos elaborando en cuanto a distinguir lo principal de lo accesorio es lo que hace que el premio Nobel en Economía James M. Buchanan se declare alejado de la coyuntura y escriba en Freedom in Constitutional Contract que “Mi rol como cientista social-cum-filósofo es abrirme paso en la jungla que describe las percepciones de la realidad para introducir orden conceptual. Este esfuerzo tiene un propósito dual de proveer un mejor entendimiento de lo que observamos y dejar sentado algunas bases para su mejoramiento. Tal como personalmente concibo este rol, la productividad social del análisis abstracto es alta”.
Todos estamos interesados en que se nos respete, por ende, todos tenemos la obligación de contribuir al estudio, la difusión, el sostenimiento y la manutención de la sociedad abierta. De lo contrario, será como el soneto que escribió Albrecht Haushofer en su prisión por reaccionar contra Hitler cuando ya era demasiado tarde, después de haber distraído con nimiedades y datos inconducentes los crímenes nazis como profesor de coyuntura histórica en el Instituto Alemán de Política: “Me acusa el corazón de negligente/ por haberme dormido la conciencia/ y engañarme a mi mismo y a la gente/ por sentir la avalancha de inclemencia/ y no dar voz de alarma claramente”. Fue ejecutado de un tiro en el cuello por un oficial de la SS.

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