Las “revoluciones” solo son literatura
El Heraldo, Tegucigalpa
Edmund Burke, aunque nacido en Dublín,
es considerado el padre del conservadurismo liberal británico, y uno de
los principales críticos de la epopeya gala cuyo nuevo aniversario se
festejó este 14 de julio.
En 1790, se publicaron sus “Reflexiones
sobre la Revolución francesa”, con la que inaugura su denominada
‘epistemología de la política’ (un sistema de empirismo político),
donde critica en duros términos el escaso respeto por la tradición del
“common law”, en los nuevos principios “revolucionarios” que le
parecían demasiado abstractos y contrarios a la libertad de los
individuos.
Esta “revolución”, homicida como pocas,
fracasó como toda violencia en sus objetivos declarados. Cambió una
monarquía absolutista por un régimen más violento e impuso la tradición
del “código civil”, o sea, la planificación estatal central, contra la
tradición del derecho común creado a través de los tiempos por los
usos y costumbres de las personas. E instaló la “democracia” como
dictadura de las mayorías, ya que los usos y costumbres dejaban de
tener valor frente a la capacidad racionalista del Estado central
planificador, manejado por las mayorías, a través del voto
“democrático” (el mismo que llevó a Hitler al poder).
Dejemos de lado la comparación de las
sangrientas “revoluciones libertadoras” de América con los procesos que
llevaron la independencia, sin derramamiento de sangre, a países como
India y Canadá, y dejemos de lado la “revolución” castrista que instaló
uno de los gobiernos literalmente más conservadores (todavía dirigido
por los mismos gerontes), y analicemos las árabes que tanto entusiasmo
dieron a muchos, al punto que la OTAN promovió una matanza
contraproducente, como toda violencia.
Caído el tirano Mubarak, desde el 30 de
junio, Egipto tiene a su primer presidente “electo democráticamente”,
Mohammed Morsi, líder de la Hermandad Musulmana, el partido madre del
Hamas palestino y la mayor fuerza nacionalista islámica, que siempre ha
sido socialmente conservadora, teocrática y opositora a Estados Unidos e
Israel. Movimientos similares han terminado siendo los beneficiados de
las “revoluciones” en Libia y Túnez.
Morsi dice que respetará los acuerdos
internacionales (incluido el que acepta a Israel) aunque está bajo la
presión de sus bases y su doctrina integrista mahometana. Sucede que no
fue investido ante el parlamento sino ante el Tribunal Supremo
Constitucional, controlado por el Consejo Supremo de las FF AA, el
mismo que respaldaba a Mubarak y que ha impuesto que no se acepte
instaurar el parlamento electo donde los nacionalistas musulmanes son
mayoría. Es decir que Egipto sigue manejado por la misma élite militar
que se ha beneficiado con la billonaria ayuda (¿soborno?), financiera y
bélica, de Washington.
Siria parece la próxima de estas
“revoluciones” que, por cierto, son siempre destructivas porque los
“cambios radicales” necesariamente tienen que ser violentos ya que,
espontáneamente, no se dan en la naturaleza donde todo se desarrolla y
crece por maduración. Por el contrario, los problemas se solucionan con
más paz y libertad. Para empezar, habría que levantar toda restricción
a la libre circulación, con Siria, de personas, bienes y servicios
financieros y de todo tipo, lo que permitiría una mayor integración del
pueblo con el mundo y un mayor beneficio a la espera de que, tarde o
temprano, la tiranía caiga por su propio peso.
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