Los controles de precios dicen mucho de una sociedad
La economía tiene reputación de ser una
“ciencia sombría”, en parte porque resalta la forma en que diversos
esquemas utópicos son poco prácticos o imposibles (Sandra Peart y David
Levy puntualizan que también es debido a que algunos de los primeros
economistas clásicos realizaron “ afirmaciones radicales acerca de la igualdad de todos los hombres”,
pero ese no es mi objetivo aquí). El último refugio del
intervencionista derrotado en todo momento por las leyes de la oferta y
la demanda es afirmar que si bien su programa podría tener consecuencias
imprevistas, el mismo “nos habla acerca de la clase de sociedad en que
vivimos”.
Las intervenciones hacen declaraciones,
sin duda, pero no son declaraciones de las que podemos estar orgullosos.
En el caso de las diversas formas de interferencia con los salarios
mínimos en el mercado, la redistribución, los controles de precios, las
restricciones a la inmigración, y así sucesivamente—los mensajes son
inconfundibles y poco halagadores.
Considérese a los controles de precios,
que establecen los precios máximos que los proveedores pueden cobrar por
el alquiler de apartamentos o por suministros “esenciales” después de
desastres naturales. La microeconomía básica muestra cómo los controles de precios generan faltantes. ¿Qué tipo de mensajes envían los controles de precios sobre la clase de sociedad en que vivimos?
Ellos dicen que nuestra sociedad
desconoce las lecciones que la economía tiene para enseñar. Los
controles de precios crean faltantes, y también abren una brecha entre
el precio de un bien o servicio y lo que la gente está dispuesta a pagar
o aceptar. Supongamos que alguien está dispuesto a pagar 10 dólares por
un galón de gasolina después de una tormenta pero sólo se le permite
abonar 2 dólares en efectivo. Si el valora su tiempo en 8 dólares por
hora, estará dispuesto a pagar con 2 dólares en efectivo y una hora de
tiempo desperdiciado en la cola. La cruel ironía de esto es que la
totalidad de la diferencia entre el precio máximo legal y el precio que
la gente está dispuesta a pagar por cada galón que se ofrece se
evaporará a medida que la gente permanezca en la cola de la gasolina.
Todo el mundo se encuentra en una situación unívocamente peor con
relación a dónde estaría sin los controles de precios.
Ellos dicen que nuestra sociedad es
elitista. Los controles de precios infligen un daño positivo
precisamente sobre las personas a las que desean ayudar, ¿y para qué?
¿Para que la gente exenta de la situación pueda sentirse bien consigo
misma? El hecho de dispensar un sufrimiento sobre de los demás en nombre
de sus ideales no es ni virtuoso ni compasivo. Sheldon Richman de la
Fundación para la Educación Económica (FEE) dijo una vez que
defender políticas cuando usted no comprende sus consecuencias
indeseadas es “el equivalente intelectual a conducir ebrio” .
Si usted está abogando por controles de precios y no entiende lo que
las leyes de la oferta y la demanda tienen para decir acerca de su
propuesta, usted no es ni valiente ni compasivo. Usted es peligroso.
Ellos dicen que nuestra sociedad es
violenta. El comercio es una tarea fundamentalmente pacífica que aúna a
individuos que incluso se desagradan mutuamente. La intervención del
gobierno es literalmente la imposición de alguien dispuesto a usar la
fuerza para impedir que las personas cooperen. Michael Munger explica
más sobre el “intercambio verdaderamente voluntario” en un reciente podcast de EconTalk.
Ellos dicen que nuestra sociedad es
superficial. El economista Wilson Mixon caracteriza esto como la actitud
de que es “mejor sentirse bien que hacer el bien”. Dar en la oficina es
una cosa. “Dar” en las urnas electorales es otra, especialmente cuando
su “dar” está en realidad perjudicando a la gente que usted considera
que está ayudando.
Las personas que defienden los controles
de precios y otras intervenciones a menudo lo hacen porque quieren
enviar un mensaje sobre el tipo de sociedad en que vivimos. A la luz de
cómo los controles de precios crean escaseces, sin embargo, no creo que
los mensajes sean los que la gente desee enviar. Ni recibir.
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