Ricardo Alemán.
En su momento, más de uno se mofó del
expediente de invalidación electoral con que Movimiento Ciudadano intentó dar
la estocada definitiva en este circo de tres pistas.
Algunos
aseguraron que las mentes detrás de esos folios tenían como única intención
ganar algo de tiempo. Y es que el tamaño y la forma en que presentaron su
portafolio de pruebas lo hacían parecer el manuscrito de la Enciclopedia
Británica.
Sin
embargo, las autoridades electorales encontraron una buena ruta para sortear el
papeleo y finalmente –luego de un primer acercamiento– vertieron una opinión
sobre la "evidencia" de Obrador.
De
acuerdo con el IFE, las pruebas de López y su gente no
cubren los requisitos legales para tener valor probatorio. Es decir, que
buena parte de los "argumentos" que han presentado los soldados de la
democracia podrían pasar por chismes de vecindad.
El
IFE habló de acusaciones sin datos duros, declaraciones sin firma, vídeos fuera
de contexto y, en general, de habladurías sin valor legal.
¿Y
eso qué quiere decir?
Que
como hemos dicho en este espacio –igual que otras voces y plumas–, la llamada
defensa del voto de López Obrador es
una gran tomada de pelo, una verdadera pérdida de tiempo y un torpedo a la
confianza en las instituciones mexicanas.
Una
vez más, con pruebas, evidencias, datos duros y declaraciones válidas; es posible
afirmar que López Obrador no
sólo es un mal perdedor, además es un mentiroso.
Y
es que sólo así se explica, por ejemplo, que de los 6 mil 294 objetos que
presentó como parte de las pruebas del fraude, sólo 2 mil 171 tengan relación
con Enrique Peña y su campaña.
Quizá
lo único rescatable del asunto es que según una encuesta de BGC-Excélsior, el
47% de los votantes confía bastante o totalmente en el IFE.
Al
mismo tiempo, el 54% de los encuestados considera que las elecciones en México
han sido limpias; en tanto que el 73% de los entrevistados piensa que el voto
hace una gran diferencia en lo que sucede en el país.
Es
decir, que a pesar de las muchas voces que intentan vender fraudes y
desconfianza, cada vez son más las y los mexicanos convencidos de que los
procesos democráticos funcionan.
Cierto,
un porcentaje considerable –53%–se dice poco o nada satisfecho con el desempeño
de la democracia en México. Pero eso no eclipsa la sana lectura que puede darse
al resto de las cifras: en el país son más los que deciden confiar en el IFE,
en su labor y en sus resultados.
Y
ahora que el llamativo juicio de impugnación quedó reducido a una tomada de pelo,
sería saludable –y hasta lógico– que los números de confiados y convencidos
aumenten día con día.
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