Pax priista
José
Luis Váldes Ugalde*
Cuando
EU triunfó sobre el eje nazi-fascista se inició la larga era de la Pax americana.
Era de prosperidad y de paz, fue también un periodo, como en los tiempos de la
Pax británica de predominio hegemónico de un actor global sobre los demás.
Se
trató de un espacio de tiempo en el que se instauraron valores de convivencia
global que sentaron precedentes paradigmáticos inéditos en las relaciones
internacionales. Se pactó un nuevo orden que la mayoría de las partes aceptaron
compartir.
De
la misma manera como ocurrió en esos tiempos en el mundo, México se
encuentra hoy ante un parteaguas. Se reinstauró el priismo después de 12 años
de relativo fracaso democrático de la gestión del PAN. Este partido nos
demostró una gran incapacidad para el ejercicio del poder, para la voluntad de
poder, para la renovación democrática y para la administración eficiente de la
cosa pública, desde el mismo año dos de la administración de Fox.
No
se trata aquí de negar el valor de la alternancia. El regreso del PRI es otra
cosa: se trata, gracias a la incapacidad panista, del regreso al poder de un
partido históricamente antidemocrático y represivo que desde la oposición;
además, no demostró valores
ni dignidad democráticos: fue mezquino en el debate de ideas y en
su voluntad para lograr consensos indispensables. Su operación política fue oportunista y saboteadora de
todas las reformas estructurales que ahora dice que, sí, hará (a ver qué les
dicen las fuerzas de oposición esta vez, que tampoco se han distinguido por su
convicción republicana y patriótica).
Además,
buena parte de sus gobernadores hicieron uso
discrecional, con tintes electoreros, del presupuesto federal,
y han sido cómplices
del crimen organizado. En suma, se trata de un partido que no
se reformó ni se preparó para la era democrática que se inicia en 2000 con su
caída. Para reinstaurarse sólo
aguardó al desgaste y la pérdida de poder relativo de su contraparte, que la
incompetencia y tozudez calderonistas precipitaron estelarmente.
Peña
Nieto podrá demostrar que inicia una era de Pax priista, que representa el
nuevo PRI y no es parte ya del viejo partidazo, siempre y cuando se distancie
con claridad del salinismo y su ola corruptora; si está dispuesto a condenar y
a alejarse de los personajes que desde los gobiernos estatales desfalcaron las
arcas de sus estados; si combate el sindicalismo charro y a sus líderes corruptos; si está
dispuesto a combatir el monopolio en cualquiera de sus frentes y el control
antidemocrático de los medios; si establece bases duraderas para una educación
de calidad y la distribución justa de la riqueza y si combate con eficacia al
crimen organizado, Peña Nieto se podrá reconciliar con la mucha gente que no lo
votó (60%), si está
dispuesto a combatir las prácticas corruptas y los pasados oscuros de
muchos de los que lo acompañan en su equipo.
¿Podrá
con este paquete, toda vez que él mismo y su candidatura construida por el
duopolio televiso, son la expresión simple y llana del carácter ajenamente
democrático que su irrupción en la carrera presidencial tuvo?
Aquellos
que creen que este PRI tiene pinta de partido moderno y preparado para la era
de la democracia están en su derecho de creérselo. Yo me mantengo escéptico.
Las estructuras políticas del país han engendrado un mal que muy bien puede
durar cien años.
El
México del presente es también el del pasado con el arribo del PRI a la
Presidencia. Espero equivocarme, pero los indicios se imponen. Más que invocar a una Pax priista, la
llegada de Peña Nieto puede representar una regresión de enormes proporciones.
Y
ante la incapacidad de las fuerzas políticas tradicionales, dueñas de un
sistema de partidos hipotecado ante los intereses particulares, más que los
públicos, queda a la sociedad civil, los intelectuales, los analistas y los
medios la responsabilidad de velar por que no se descarrile el futuro nacional.
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