¿Qué tan difícil es llegar a ser un demócrata? En otros países, ¿cómo lo lograron?
Esta conducta de los nuestros en nada ayuda a estimular la formación de una cultura democrática.
Ángel Verdugo
Uno de los resultados más que evidentes de la reciente elección es, sin duda, haber probado que en México tenemos —dentro de la clase política y la intelectualidad—,
muy pocos demócratas; pocos realmente conscientes de lo que significa
guardar la debida congruencia entre lo que se piensa y cómo se actúa.
Los ciudadanos aprenden a ser demócratas, viendo a los políticos y a sus “intelectuales” decir y actuar; es la vía para que millones adquieran las formas democráticas, y luego la debida claridad y consciencia de lo que eso significa en la sociedad. De ahí que el ejemplo sea un instrumento de primera importancia para educar al ciudadano común en las artes de la democracia.
Lo que vemos en países cuyos procesos para cambiar gobierno son similares al nuestro, difiere de lo que aquí es regla; ver al perdedor en un país de América Latina, dirigirse a donde el ganador festeja con los suyos la victoria para felicitarlo, educa. Su ejemplo de civilidad y consciencia democrática, impacta a la vez que induce a imitarlo y eso, educa.
Enterarnos y ver lo que en decenas de países es normal —la aceptación de la derrota con los datos que arrojan las encuestas de salida y los conteos rápidos—, no se ve correspondido con lo que aquí hacen nuestros candidatos derrotados. Para empezar, los nuestros no son derrotados sino que “las tendencias no los favorecen”. Si bien de “dientes para afuera” se acepta la derrota con aquel eufemismo (“Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”), el no favorecido por “las tendencias” se resiste a decir la verdad con todas sus letras.
Esta conducta de los nuestros, en nada ayuda a estimular la formación de una cultura democrática; tampoco que los integrantes de ciertos grupos sociales que pasan más años en las aulas que el resto, se comporten como vándalos en vez de dar ejemplo de una conducta democrática.
Por el contrario, la suya raya en el vandalismo típico del lumpenproletariat (Para quien tenga interés en el término y significado que le dio Carlos Marx, puede acudir a esa obra que hoy vale la pena releer, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte); éste, además de degradarlos, causa un grave daño a la democracia.
También contribuyen a este daño, la conducta de López, Monreal, Camacho, Zambrano y Zavala, que por insania, servilismo, búsqueda de beneficios personales, falta de dignidad para deslindarse de quienes hacen de la política una actividad de desclasados, de la escoria social como bien dijo Marx, o simplemente por amargura y envidia.
La formación de ciudadanos con consciencia democrática, es un largo proceso en el cual, vándalos y vividores nada tienen que aportar salvo, por supuesto, ser su conducta ejemplo de lo que no debe hacerse.
Podría no gustar a muchos lo que hoy y aquí digo pero, es la verdad; mejor servicio hace a la democracia la conducta mesurada y prudente de Enrique Peña Nieto y el PRI en su conjunto, que las muestras de desvergüenza por la pretensión (“Aspiración ambiciosa o desmedida”) de los arriba señalados y su cohorte de serviles, de querer vender como axiomas o virtudes, mentiras evidentes, estupideces jurídicas y el resentimiento del mezquino.
Con ellos y estos “jóvenes educados”, muchas elecciones faltan para alcanzar un nivel aceptable de cultura democrática. Somos, al final del día, lo que Carlos Castillo Peraza sentenció: Una democracia sin demócratas.
Los ciudadanos aprenden a ser demócratas, viendo a los políticos y a sus “intelectuales” decir y actuar; es la vía para que millones adquieran las formas democráticas, y luego la debida claridad y consciencia de lo que eso significa en la sociedad. De ahí que el ejemplo sea un instrumento de primera importancia para educar al ciudadano común en las artes de la democracia.
Lo que vemos en países cuyos procesos para cambiar gobierno son similares al nuestro, difiere de lo que aquí es regla; ver al perdedor en un país de América Latina, dirigirse a donde el ganador festeja con los suyos la victoria para felicitarlo, educa. Su ejemplo de civilidad y consciencia democrática, impacta a la vez que induce a imitarlo y eso, educa.
Enterarnos y ver lo que en decenas de países es normal —la aceptación de la derrota con los datos que arrojan las encuestas de salida y los conteos rápidos—, no se ve correspondido con lo que aquí hacen nuestros candidatos derrotados. Para empezar, los nuestros no son derrotados sino que “las tendencias no los favorecen”. Si bien de “dientes para afuera” se acepta la derrota con aquel eufemismo (“Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”), el no favorecido por “las tendencias” se resiste a decir la verdad con todas sus letras.
Esta conducta de los nuestros, en nada ayuda a estimular la formación de una cultura democrática; tampoco que los integrantes de ciertos grupos sociales que pasan más años en las aulas que el resto, se comporten como vándalos en vez de dar ejemplo de una conducta democrática.
Por el contrario, la suya raya en el vandalismo típico del lumpenproletariat (Para quien tenga interés en el término y significado que le dio Carlos Marx, puede acudir a esa obra que hoy vale la pena releer, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte); éste, además de degradarlos, causa un grave daño a la democracia.
También contribuyen a este daño, la conducta de López, Monreal, Camacho, Zambrano y Zavala, que por insania, servilismo, búsqueda de beneficios personales, falta de dignidad para deslindarse de quienes hacen de la política una actividad de desclasados, de la escoria social como bien dijo Marx, o simplemente por amargura y envidia.
La formación de ciudadanos con consciencia democrática, es un largo proceso en el cual, vándalos y vividores nada tienen que aportar salvo, por supuesto, ser su conducta ejemplo de lo que no debe hacerse.
Podría no gustar a muchos lo que hoy y aquí digo pero, es la verdad; mejor servicio hace a la democracia la conducta mesurada y prudente de Enrique Peña Nieto y el PRI en su conjunto, que las muestras de desvergüenza por la pretensión (“Aspiración ambiciosa o desmedida”) de los arriba señalados y su cohorte de serviles, de querer vender como axiomas o virtudes, mentiras evidentes, estupideces jurídicas y el resentimiento del mezquino.
Con ellos y estos “jóvenes educados”, muchas elecciones faltan para alcanzar un nivel aceptable de cultura democrática. Somos, al final del día, lo que Carlos Castillo Peraza sentenció: Una democracia sin demócratas.
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