Jorge Díaz Elizondo
La semana comenzó con el esperado anuncio de López Obrador
en torno al conflicto electoral que se vive, en gran medida, gracias a él.
En Puebla, con la presencia y en medio de un sentido abrazo de
quien por cierto debería ser un innombrable para el tabasqueño, Manuel
Bartlett, y que por el contrario es su gran aliado ahora convertido en digna
gente de izquierda, tronó:
“Sólo hay un acuerdo: el
que se invalide la elección presidencial” y agregó: “No vamos a permitir de ninguna manera
ningún acuerdo que se construya sobre el pantano, sobre la inmundicia de un
fraude electoral”.
El discurso del de Macuspana lleva implícito el “Matar o morir”,
similar a lo que hizo en 2006, pero con un país diferente y circunstancias que
lo ponen en desventaja. Su imagen aun más deteriorada, su credibilidad (entre
los no fanáticos) desgastada.
En el escenario que más conviene a México estaría la negociación, práctica normal en las
democracias maduras, pero en el escenario de AMLO sólo está la
muerte política del contrincante o la muerte política propia.
Digo muerte política para él porque no se ve un horizonte distinto
para un político anclado en el pasado, frente a una sociedad que lo único que
quiere es seguir hacia adelante.
Es cuestión de tiempo para que las izquierdas moderadas lean el
mensaje ciudadano de mirar para adelante y aislarlo, es cuestión de tiempo para
que, otra vez, el capital político de López Obrador se vuelva a reducir como
fue en el conflicto poselectoral de 2006 y ya no habrá más tiempo para la
recuperación.
Su séquito lo seguirá, por supuesto, pero el 2018 dejará de ser
opción real para su líder. Esperemos que haya tiempo suficiente para que los
ciudadanos con afinidad por las ideas de izquierda, consigan una representación moderna,
propositiva y centrada en el juego y las reglas de la democracia.
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