07 agosto, 2012

La otra agenda


La otra agenda

Mientras aquí nos la pasamos tan bien y hemos conseguido aterrorizar a dueños de supermercados y a algunos periodistas, y quemar en la hoguera de la responsabilidad histórica a nuestra primera televisora, el país sigue teniendo problemas.

Antonio Navalón

Somos un país en el que, como mexicanos, amamos tanto la política y estamos tan dispuestos a oler el viento del poder, que basta una elección presidencial -aunque sea como las últimas dos que hemos tenido, en las que el deporte nacional es ponerlas en duda, unas veces con razón, otras sin ella- para que el aire de lo que vendrá borre, tapone, difumine y seque lo que hay.



Sangre sigue habiendo. Muertos también. El problema del narcotráfico es justo igual que como era durante el calderonismo, solamente que ahora sin el foco de atención.


El Trife ha desplazado a “El Chapo”. Estamos pendientes, y ojalá tenga razón el ya líder de la bancada priista -la primera fuerza, pero no la mayoritaria del Congreso-, Manlio Fabio Beltrones, y tengamos presidente antes del 6 de septiembre.


¿De dónde me viene la prisa? De la necesidad de saber qué les va a pasar al peso y al dólar. Porque mientras aquí nos la pasamos tan bien y hemos conseguido aterrorizar a dueños de supermercados y a algunos periodistas, y quemar en la hoguera de la responsabilidad histórica a nuestra primera televisora, el país sigue teniendo problemas.


Por ejemplo, el Ejército sigue en las calles, que no es tema menor. Imagino que alguien, en algún lugar, estará trabajando para ayudar a Peña Nieto y su gobierno a que la transición sea menos aparente que solo devolverlos a los cuarteles y más real de lo que a ellos mismos les gustaría.


Por su parte, la economía está bien. En realidad todo pinta bien. Únicamente es necesario que en México se contesten estas preguntas: ¿Quién manda aquí? ¿Cómo se manda aquí? ¿Cuál es el programa?


Por cierto, si se trata de hacer grande al país, ¿por qué son imposibles, ya no los pactos de la Moncloa -que conocedor como soy de cómo se gestaron y se aplicaron, sé que nunca tuvieron virtualidad en nuestra realidad política-, sino por qué el honor perdido de la democracia mexicana impide un gran pacto nacional?


Me pregunto por qué los empresarios que llenan la Macroplaza o el Tecnológico de Monterrey para defender o apoyar a López Obrador no empiezan por explicarle al nuevo gobierno cuáles serían sus condiciones para apoyar la economía del país. ¿Qué esperan?


Realmente estoy fascinado. Es la primera vez que veo que a los empresarios les interesa más la pureza democrática que la calidad del beneficio. En ese sentido, algo hemos ganado: hemos transformado a una clase empresarial, que ha dejado de ser un conjunto de simples y puros déspotas del dividendo para convertirse en apóstoles de la limpieza democrática. Eso ya es ganancia para México.


En cuanto a Peña Nieto, lo tiene facilísimo. No solo debe demostrar que ganó, como parecen atestiguarlo 3.5 millones de votos de diferencia -otra cosa es que el mundo sea injusto y que tengamos hambre-, sino  empezar a convocar, no a uno por uno, pero sí a bastantes a un programa nacional donde todos se sientan integrados.


Mientras tanto, los muertos son muertos. La relación peso-dólar sigue existiendo, y lo único que pido es que nos pongamos a la tarea de quitarle mano de obra y carne barata de cañón al narcotráfico a través de un programa económico que genere puestos de trabajo.


Pido que los gobernadores no sean presidentillos responsables solo ante Dios y ante la historia, como eran los dictadores de antes, sino que lo sean ante las leyes.



P.D. Quiero ser HSBC. Porque usted, yo o cualquiera que nos lea puede ir a la cárcel por lavado de dinero, pero si usted es HSBC, no se preocupe, lave todo lo que quiera, que encima es un buen negocio y para usted no habrá cárcel. 

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