La otra agenda
Mientras aquí nos la pasamos tan
bien y hemos conseguido aterrorizar a dueños de supermercados y a algunos
periodistas, y quemar en la hoguera de la responsabilidad histórica a nuestra
primera televisora, el país sigue teniendo problemas.
Antonio Navalón
Somos
un país en el que, como mexicanos, amamos tanto la política y estamos tan
dispuestos a oler el viento del poder, que basta una elección presidencial
-aunque sea como las últimas dos que hemos tenido, en las que el deporte nacional es ponerlas en
duda, unas veces con razón, otras sin ella- para que el aire de
lo que vendrá borre, tapone, difumine y seque lo que hay.
Sangre
sigue habiendo. Muertos también. El problema del narcotráfico es justo igual
que como era durante el calderonismo, solamente que ahora sin el foco de
atención.
El
Trife ha desplazado a “El Chapo”. Estamos pendientes, y ojalá tenga razón el ya
líder de la bancada priista -la primera fuerza, pero no la mayoritaria del
Congreso-, Manlio Fabio Beltrones, y tengamos presidente antes del 6 de
septiembre.
¿De
dónde me viene la prisa? De la necesidad de saber qué les va a pasar al peso y
al dólar. Porque mientras aquí nos la pasamos tan bien y hemos conseguido aterrorizar a
dueños de supermercados y a algunos periodistas, y quemar en la hoguera de la
responsabilidad histórica a nuestra primera televisora, el país
sigue teniendo problemas.
Por
ejemplo, el Ejército sigue en las calles, que no es tema menor. Imagino que
alguien, en algún lugar, estará trabajando para ayudar a Peña Nieto y su
gobierno a que la transición sea menos aparente que solo devolverlos a los
cuarteles y más real de lo que a ellos mismos les gustaría.
Por
su parte, la economía está bien. En realidad todo pinta bien. Únicamente es
necesario que en México se contesten estas preguntas: ¿Quién manda aquí? ¿Cómo
se manda aquí? ¿Cuál es el programa?
Por
cierto, si se trata de hacer grande al país, ¿por qué son imposibles, ya no los
pactos de la Moncloa -que conocedor como soy de cómo se gestaron y se aplicaron,
sé que nunca tuvieron virtualidad en nuestra realidad política-, sino por qué
el honor perdido de la democracia mexicana impide un gran pacto nacional?
Me
pregunto por qué los empresarios que llenan la Macroplaza o el Tecnológico de
Monterrey para defender o apoyar a López Obrador no empiezan por explicarle al
nuevo gobierno cuáles
serían sus condiciones para apoyar la economía del país. ¿Qué
esperan?
Realmente
estoy fascinado. Es la primera vez que veo que a los empresarios les interesa más la pureza democrática que la
calidad del beneficio. En ese sentido, algo hemos ganado: hemos
transformado a una clase empresarial, que ha dejado de ser un conjunto de simples y puros
déspotas del dividendo para convertirse en apóstoles de la
limpieza democrática. Eso ya es ganancia para México.
En
cuanto a Peña Nieto, lo tiene facilísimo. No solo debe demostrar que ganó, como
parecen atestiguarlo 3.5 millones de votos de diferencia -otra cosa es que el
mundo sea injusto y que tengamos hambre-, sino empezar a convocar, no a
uno por uno, pero sí a bastantes a un programa nacional donde todos se sientan
integrados.
Mientras
tanto, los muertos son muertos. La relación peso-dólar sigue existiendo, y lo
único que pido es que nos pongamos a la tarea de quitarle mano de obra y carne barata
de cañón al narcotráfico a través de un programa económico que
genere puestos de trabajo.
Pido que los gobernadores no sean
presidentillos responsables solo ante Dios y ante la historia, como eran los
dictadores de antes, sino que lo sean ante las leyes.
P.D.
Quiero ser HSBC. Porque usted, yo o cualquiera que nos lea puede ir a la cárcel
por lavado de dinero, pero si usted es HSBC, no se preocupe, lave todo lo que quiera, que encima es
un buen negocio y para usted no habrá cárcel.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario