Democracia de resultados
Diódoro Carrasco Altamirano
Lo más probable es que el Tribunal Electoral
del Poder Judicial de la Federación ratifique el resultado que arrojaron las
urnas en la elección del 1 de julio, y que declare a Enrique Peña Nieto
presidente electo, antes incluso de la fecha límite. Ello sobre la base de la
evidente fragilidad de las pruebas presentadas por el Movimiento Progresista,
que sustentan la acusación de “inconstitucionalidad” de la elección. Tal
resolución será sin duda un aporte para la certeza y la estabilidad política
del país.
Sin embargo, no todo será coser y cantar para el nuevo grupo gobernante. Tanto las acusaciones de compra de votos y de manejo de recursos de origen dudoso, así como las investigaciones que ponen de relieve una estructura financiera paralela y clandestina, determinan que el candidato ganador, y su partido, lleguen un tanto raspados a la toma de posesión, y al ejercicio de gobierno.
Está además la movilización en las calles, que puede tener razones muy genéricas y hasta elementales, pero que expresa un sentimiento de indignación e impotencia presente en amplias capas sociales.
El escándalo mediático, que no tiene visos de ceder, incorpora señalamientos y acusaciones graves que ya están afectando la posición y la fortaleza del nuevo gobierno, tanto en lo interno como hacia el exterior.
Las iniciativas anticorrupción, de mayor y más profunda fiscalización, y de transparencia, que ha presentado el candidato del PRI, pueden obedecer a una convicción previa, pero es indudable su pertinencia en la situación creada por las acusaciones.
Trabaja en favor de la estabilidad y de una tendencia hacia la normalización institucional el hecho de que los actores políticos principales (PAN y PRD), una vez disipados el humo y la pólvora de estos días agitados, parecen encaminarse hacia un punto político de equilibrio. No estamos en 2006, cierto. Pero equilibrio y moderación no quiere decir ni satisfacción ni contento.
Es evidente que el nuevo gobierno necesita de un acuerdo estratégico para gobernar, ¿con quién? Con el PAN, para empezar, que sería en torno a dos ejes fundamentales: los pendientes de la reforma política y las reformas de estructura. Pero ello no es suficiente. También necesita al menos de un acuerdo de no agresión con los sectores más racionales y moderados de la izquierda. No a cambio de la parálisis, sino mediante una propuesta de apertura y democratización.
Ahora bien, el nuevo gobierno no podrá avanzar en ninguno de estos terrenos si antes no se ofrecen pruebas de modernización y de democratización, acotando a sus extremos más obsoletos, como la vieja guardia de líderes sindicales y la plantilla de los gobernadores expertos en las viejas prácticas, e incluso vinculados al crimen organizado.
Se necesita equipo, propuestas de gobierno, prácticas modernizadoras, deslinde de los intereses, pero también, que pase algo que sacuda las inercias y que modifique la relación de fuerzas en favor de los cambios y las reformas. Que se rompa el equilibrio estratégico entre los modernizadores y los conservadores, los beneficiarios del statu quo.
La clave parece ser la propuesta de un gobierno de coalición; esto es, convocar a las fuerzas políticas principales a integrar gobierno para enfrentar los retos que tiene el país: la gobernabilidad, el estado de derecho, la rendición de cuentas, la colaboración entre poderes, la participación ciudadana y federalismo del siglo XXI, combate a la inseguridad…, retos que no los podrá enfrentar un gobierno aislado, que se asuma como “fortaleza asediada”. Para estas tareas se requiere una fuerza superior, en el Congreso y en la calle, que no puede aportarla el PRI. No solo el PRI.
A la vista de los resultados, hay que romper con el esquema conservador de los gobiernos monocolores, y la visión patrimonialista de un gobierno “de confianza”, que reparte los puestos y las posiciones entre los amigos.
Un gobierno de coalición solo tiene sentido si es para emprender grandes tareas y enfrentar los retos de la nación. Recuérdese que, en una situación también compleja, el ex presidente Zedillo intentó algo así, aunque sus resultados no fueron buenos, quizá por lo corto del experimento.
Las fuerzas políticas, sus representantes más lúcidos, han estado discutiendo estos temas desde hace algunos años, no por divertimento, sino en la búsqueda de los mecanismos que puedan ayudarnos a romper el estancamiento.
Parece que ha llegado la hora de poner en práctica estas iniciativas y acceder efectivamente a una democracia de resultados.
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